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Un lugar para estar

Bitácora

Un lugar para estar

Por Daniela Tarazona

1.- El lugar

Tras la puerta de entrada había escalones ascendentes. Arriba nos esperaba un guardia hecho con fibra de vidrio, tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido; la gorra negra le ensombrecía la frente, llevaba un uniforme azul opacado por el tiempo. Sus ojos muertos miraban hacia la puerta de entrada, como si algo se le hubiera perdido allí para siempre. 

En un cuarto, a la par de las escaleras que conducían al segundo piso, nos encontramos al verdadero guardia. Era joven. Creo que tenía la televisión encendida. Al fondo estaba su cama: ¿Quieren sentarse allí, mientras esperan? Nos preguntó después de firmar una libreta de registro.

Bajó a recibirnos Graciela. Bajó Teresa. Nos condujeron a una oficina amplia. Graciela nos dio la bienvenida y se sentó a conversar. En la mesita que estaba a su espalda había una planta en un florero transparente, una mandarina, vasos, servilletas… Los objetos desvelaban que el espacio de trabajo era de convivencia –un sitio para estar– e imagino que las manos de Graciela disponían, sobre ellos, un orden semejante al que manifestaban en su propia casa. Era una oficina habitada.

Salimos para entrar al salón de los expedientes.

Libreros con carpetas de papeles amarillos comidos por el tiempo. Teresa nos había entregado guantes negros de plástico y tapabocas.

Historias de hurto, de estafa; delitos. 

De ellas.

Habíamos subido los escalones al entrar al edificio y estábamos en un segundo piso o ¿habíamos bajado al entrar y estábamos debajo de la tierra?

2. Los textos

Asilo de corrección de mujeres
Hilaria. 30 años.
Delito: tentativa de estafa.
Condena: 5 años de prisión. (De 1937 a 1942.)
Del expediente “Examen psíquico”:

“Lenguaje: lacónico, reticente, vulgar.”

“Emotividad: normal. Sentimientos: rudimentarios”.
“Manifiesta haberlo dejado ella, pues su concubino “terriblemente celoso” la hacía objeto de malos tratos y ella no podía “mirar a un hombre”, sin que él “la celara”. A través de estas palabras de la reclusa y teniendo en cuenta sus rudimentarios conceptos de la moral, podemos imaginar qué es lo que ella entiende por “mirar a un hombre”.
En la carpeta, encuentro una nota manuscrita por ella en tinta negra, leo:

“Buenos Aires 14 de setiembre de 1939. Hoy llovía y ahora salió el sol.”
Haydée
Ficha criminológica 2367
Delito: Hurto
Un año y dos meses de prisión

“Anómala moral con tendencia a la habitualidad”.

“Procede la reclusa de un hogar donde el padre es un asesino y la madre, sin duda alguna, una prostituta. Desintegrado tempranamente por el abandono por parte de la madre. (…) resulta fútil decir que en este caso han existido factores familiares criminógenos directos e indirectos.”
“El delito. Modo de ejecución”: “Entró de sirvienta en una casa y en un descuido de la patrona hurtó un traje de novia y un collar.”

“Juicio: le resulta indeferente la condena impuesta”.

María
Delito: Infracciones… (texto ilegible)
“Tiene desde hace dos años un centro espiritista en el que ella actúa de directora y médium”. Ubicado en la calle de Juramento y “fue allanado por la policía.”
“Examen médico: faltan todas las piezas dentarias. Constipada crónica. Pupilas desiguales.”
“Desequilibrada psíquica. Fondo constitucional mitómano-paranoico.”
“Niega que haya ejercido el curanderismo y que se limitaba a “aconsejar””.

3.

Frases tomadas de la voz de Graciela: 
“la vagancia era un delito”
o
“la falta de armonía era signo de delincuencia”

4. Lo que se resguarda

Hemos bajado las escaleras principales. ¿O las subimos? Hace mucho frío aquí.

Entramos a una sala que huele a hospital. Contra el muro del fondo, se alza un mueble inmenso con vitrinas donde se resguardan decenas de frascos con remedios: Mercurio, Algaracina, Novocaína, Cuasina amorfa, Gilserofosfato de magnesio. “Nos dijeron que no se nos ocurra abrir estas vitrinas por las sustancias, son muy antiguas”, dice Graciela. (Las sustancias provienen de la botica de la ex Prisión de la Capital Federal, circa 1898.) Sí, le respondo, deben haberse convertido ya en otra cosa.
Lo que encontramos después:

Una vitrina para el criminal Petiso Orejudo que tenía las orejas muy grandes.
Petiso mataba niños. “Caso emblemático”, se lee en el título de la cédula.
Al otro lado de la sala, instrumentos para medir el tamaño del cráneo. Pinzas largas.
A Petiso le operaron las orejas pensando que cambiaría, “pero luego de eso mató a un gato en la cárcel”, dice Graciela.

Hay una silla para fusilados en una vitrina.
Teresa se fue hace un rato. Graciela va de regreso a su casa.
Aquí abajo aún no ha salido el sol que vio Hilaria aquel día de setiembre de 1939. El tiempo transcurrió sobre los expedientes y las sustancias, pero el tiempo que compone las condenas permanece. Ellas siguen aquí.

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