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No me copies

Recorrido literario

No me copies

Por Daniela Tarazona

Un recorrido por las salas del Museo Malba en el que tres escritorxs leen un relato inspirado en una obra de la exhibición No habrá ninguno igual, de Edgardo Giménez. 

Voz en off: Tienen que rodear la pirámide. Dos en cada lado. Extiendan las manos hacia la base. No, Leonor, no con los dedos así; las manos suaves. Eso. Y acércate a Sandra.

Las instrucciones son dadas por partes. Me pica la frente y no puedo rascarme. Estoy fastidiada del traje de cartón. ¿Por qué Sebastián habrá pensado que estaríamos cómodas con el vestuario? Su imaginación es absurda. ¿Se supone que viajamos al cielo, porque estamos entre nubes, para venerar el falo de neón? ¿Para venerarlo como si fuera un cáliz?

Valentina me pellizcó justo antes de que pasáramos a la foto. Dijo que tiene que irse pronto porque debe acompañar a su padre a la clínica: Por favor, me dijo, haz que Sandra y Leonor no discutan por la escena. Siempre discuten. Le respondí: A nadie le gusta esto, Valentina, a mí tampoco.

    Nos acomodamos de dos en dos a cada costado de la pirámide. Debemos esbozar una sonrisa sin enseñar los dientes y mirar a la compañera que tenemos al frente. El color dorado nos deslumbra. Sebastián pidió que retocaran la pintura con aerosol y ahora el olor se guarda dentro de mi nariz. Me marea.

    Leonor dice, bajo la máscara, susurra: Pobre de la que me copie, eh. Sandra le responde: Pero tenemos que estar en las mismas posiciones en espejo. ¿Cómo no vamos a copiarnos? Sebastián pasa de cerca y le acomoda los brazos. No conseguimos la simetría que él tanto busca.

    De pronto, el falo se enciende. La luz es de un amarillo intenso. Qué ridículo, murmuro, y Valentina se ríe. 

Sebastián quiere reivindicar el falo y por eso le puso la luz, dice en voz baja.

Me sale una carcajada que me descuadra la pechera de cartón. Nadie creería que, detrás de estos disfraces, estamos mujeres de carne y hueso. Hubiera sido más fácil si Sebastián no fuera cómo es, pero su fascinación por la veracidad lo lleva a construir imágenes muertas con personas vivas escondidas detrás. Dice que así fotografía lo que no existe.

No me copies. ¡No me copies! Le dice Leonor a Sandra, que está a su derecha. Sandra, sin que nadie pueda notarlo, la pisa y rompe el cartón de su bota espacial. ¿Y estas nubes? Me sigo preguntando yo para responderme, un poco después, hacia mí misma y sin decírselo a mis compañeras: Ah, ya: estamos en el cielo.

El cielo no tiene escaleras, pero este, sí.

El falo está hecho de alambre y es plano. Tal vez, desde el punto de vista de Sebastián y su asistente, el torpe de Julián, el falo se aprecie con alguna dimensión. Ellos creen ciegamente en sus cosas. Creen que las hacen bien, que aciertan.

Seguimos quietas porque Sebastián nos ha pedido que permanezcamos sin movernos unos minutos. El falo resplandece bajo nuestras miradas. Los ojos de Leonor, que está frente a mí, asoman por los orificios de la máscara, como los de un animal de campo: una ratona, una comadreja, una coneja y brillan. Creo que se está riendo, disimula bien.

Nos quedamos quietas aunque estamos pensando en cientos de asuntos, en silencio. Sebastián dispara la cámara decenas de veces, afanado en su ángulo. Esto es una genialidad, dice, ustedes parecen figuras de cartón sostenidas con soportes sobre el suelo. Nadie pensaría que están vivas allí detrás.

¡No me copies! Grita Leonor otra vez. Sebastián bufa a lo lejos. No me copies, Sandra, insiste ella. Pero Sandra ha puesto, de manera sutil, el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda. Es probable que ellos no puedan distinguirlo, sólo nosotras que estamos aquí, a la par.

La luz que ilumina el falo de alambre se apaga.

Sebastián dice que hemos terminado. ¿Qué fue lo que hicimos, según él? ¿Qué hizo con su cámara de lente gigantesco?

Me rasco la frente, al fin, siento asco por el olor del aerosol dorado. Me veo los guantes y distingo el brillo de la pintura en las puntas de los dedos. Valentina se agacha y algo cruje: su traje se ha roto por la cintura. Sandra estira los brazos hacia arriba y se despereza, como si en realidad, hubiera dormido una siesta. Y Leonor mira, impedida por la miopía, a Sebastián desde la distancia, pienso que tiene curiosidad sobre el resultado de las imágenes.
Nuestras orejas están sostenidas en diademas. Nunca había tenido orejas tan grandes, pienso, mientras me despojo de ellas. Observo el contorno de las nubes de plástico y concluyo que la simetría es un asunto serio. No tiene salida, me digo: lo que es idéntico de un lado y del otro resulta una desgracia.

Cuando Sebastián nos muestra las imágenes, veo que el pie de Leonor está milimétricamente descuadrado hacia la derecha. El mentón de Sandra se inclina sobre el falo de alambre. La luz de neón me ilumina la frente. Me satisface saber que ni Sebastián ni Julián pudieron descubrir estas fallas.

Me alejo de mis compañeras y paso al lado de Sebastián, escucho que está diciéndole a Julián: La luz no es la misma en las esquinas.

Y yo sé que estuvimos frente a un falo de alambre iluminado con neón y que, en aquel espacio empobrecido por la necedad, no había esquinas. Porque en los escenarios no hay esquinas.

Me alegra saber que sobrevivimos a la imagen. 

Mientras me quito las botas espaciales, cuando ya es de noche en el foro, pienso en nuestros antepasados y en las pinturas rupestres, quién sabe por qué. Imagino los bisontes de Altamira sobre las paredes de la cueva. Imagino la más recóndita de las pinturas prehistóricas nunca vista.

Leonor me observa, como si pudiera leerme el pensamiento y me dice: ¿Vas a tu casa? ¿Entendiste por qué Sebastián decidió colocar el falo de alambre con la luz de neón al centro de todo? No, le digo, no lo entendí. Tampoco podía pensar porque estaba mareada por el olor del aerosol. ¿Te pasó eso a ti?

Sí. No sé por qué quisieron repintarlo justo antes de las fotos.
Voz en off: Ya acabamos por hoy, gracias. Dice Sebastián, mientras Julián avanza a su lado y cargándole la mochila se tropieza con una caja llena de cables.

Leonor, Sandra, Valentina y yo nos despedimos en la puerta del foro. Sebastián va a lo lejos caminando por la calle. Anda con los brazos extendidos, lleno de júbilo, porque cree que consiguió una fotografía perfecta. Julián se desplaza con la cabeza baja y asiente mientras lo escucha.

Cuando giramos para cerrar el portón de lámina, observamos que el falo de alambre se enciende. Queda allí, en su soledad, iluminado. Entonces, Leonor, sin detenerse en eso, le dice a Sandra: Me copiaste todo el tiempo. Y Valentina sonríe enseñando los dientes.

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