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Recorrido Literario

Recorrido literario

Recorrido Literario

Por Thibault de Montaigu

Un recorrido por las salas del Museo Malba en el que tres escritorxs leen un relato inspirado en una obra de la exhibición No habrá ninguno igual, de Edgardo Giménez. 

Dichosos azares de la existencia: el mismo día en que recibí una foto de la presente obra en mi casilla de correo, acababa de descubrir un tema de Serú Girán llamado Canción de Alicia en el país. Una referencia críptica como tantas otras al personaje de Alicia de Lewis Carroll. Salvo que, en la canción de Serú Girán, el de Alicia ya no es más el país de las maravillas. Desaparecieron los animales del sueño, se acabó ese juego que la hacía feliz y Alicia se encuentra ahora en “una tierra de nadie” donde se elevan “ruina sobre ruina”. Una tierra de desolación en la cual retumban las botas del general Videla y demás militares. 

Desde luego que al oír la letra de la canción su alcance político no trasunta de manera clara. Y dudo que todos los adolescentes que la escuchaban en su tocadiscos o en sus walkmans a comienzos de la década del ‘80 hayan captado la potencia alegórica de esta pieza. Pero en una época en que la censura reinaba a diestra y siniestra, y temas tan inofensivos como The Wall de Pink Floyd o Cocaine de Eric Clapton eran puestos en la lista negra, solo quedaba la metáfora como herramienta de resistencia. Y desde ese punto de vista, la Alicia de Lewis Carroll acaso sea la metáfora de todas las metáforas. Del otro lado del espejo, las cosas jamás son las cosas. Siempre tienen un sentido distinto, otra realidad que cada uno puede interpretar a su antojo sin jamás terminar de agotarla. El reflejo nunca es el original, y por lo tanto escapa a la razón, al igual que la Alicia de Serú escapaba a la censura de los militares. 

A decir verdad, a mí también se me habría escapado esta lectura si no me hubiera topado con un libro de Esteban Buch titulado Trauermarsch, que trata sobre el concierto que dio el 16 de julio de 1980 la Orquesta de París en el Teatro Colón, bajo la dirección de Daniel Barenboim, en su regreso al país tras veinte años de ausencia. Y resulta que ese mismo 16 de julio de 1980, mientras que bajo los oros del Colón sonaba el lúgubre llamado de la trompeta como obertura de la Quinta Sinfonía de Mahler, el joven Esteban Buch, con sus veintipocos, asistía con sus amigos al primer recital de Serú Girán, en Bariloche, en el gimnasio de los bomberos. En principio no habría ningún nexo entre ambos acontecimientos. Ninguna correspondencia. Pero en realidad sí. Por aquellos tiempos de dictadura, la voz de Charly García tanto como la batuta de Barenboim desafiaban el silencio de plomo impuesto por la Junta. La música fúnebre de Mahler cargaba el duelo de todos los desparecidos, de igual manera que Serú Girán evocaba ese país de las maravillas que habían sido la libertad y la democracia. Ese reino que Alicia había conocido y que ya no podía narrar. Porque nadie le creería.

No es que toda música, ni todo arte, sean políticos en sí mismos. No creo. Pero sucede que representan la posibilidad de un nuevo horizonte que se renueva una y otra vez. Una apertura fuera del campo de lo real. Un mundo de ensueño y sensaciones que nadie puede atrapar entre sus dedos. Aun tratándose de dedos asesinos. Es principalmente en ese sentido que el arte porta en sí los gérmenes de la sedición. Nada puede alcanzarnos del otro lado del espejo. Nadie puede ir a violentarnos ni matarnos. Pues allí el tiempo y el espacio no conocen fin. Y esa es la auténtica maravilla.

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