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Londres

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Londres

Por Julia Armfield

Londres es una ciudad extraña. Está marcada por cierta fealdad, una acidez causada por su inaccesibilidad, por la manera en la que está diseñada para ayudar a sus residentes a trabajar primero y vivir después. Es cara, muchas veces fea; es difícil viajar improvisadamente de un rincón a otro. Cuando pienso en ella, la imagino como un puño muy apretado, como algo cerrado y resistente. Si lograras abrirla por la fuerza, imagino que encontrarías un montón de cosas que ella no tiene ganas de entregar.

Aun así, en medio de esa fealdad, hay lugares secretos, vecindarios aislados que te hacen la vida más fácil. Nosotras vivimos en Streatham, en una zona de Londres que, en los años ’30, estaba muy de moda: el West End (aunque no sé “west” de qué, ya que Streatham está claramente ubicada en el sur). Hoy en día está venida a menos, pero de una manera agradable: una combinación de grandes mansiones eduardianas y departamentos de los ’30, un poco gastados y repletos de gente. Es un vecindario vivido, creo, un lugar en el que la gente elige hacer sus vidas y no una simple base desde la cual moverse.

En el corazón del vecindario está el parque, que es por donde quiero pasear hoy. Vivimos justo al lado, lo que siempre fue lo mejor de nuestro edificio, sobre todo durante la cuarentena, cuando el único lugar al que se podía ir era afuera. Según la época del año, el parque funciona como sede para carnavales itinerantes, carpas de circos, juegos de fútbol domingueros, exhibiciones de perros y más cosas, pero hoy está abierto y relativamente tranquilo. Un día perfecto para pasear. Si sales desde nuestro edificio hacia la izquierda, caminas directo hacia la colina y cruzas la calle, en cuestión de minutos estarás en la parte más alta del parque. A solo quinientos metros de nuestra puerta, de pronto, la ciudad entera se extiende delante de ti. Con buen clima, se puede ver hasta Croydon y Norbury, lugares en los que nunca estuvimos, que solo vimos a kilómetros de distancia. La noche de Año Nuevo puedes subir hasta allí y mirar los fuegos artificiales de la ciudad entera, como si todos estuvieran compartiendo la misma franja larga de cielo.

Si sigues caminando a través del parque, llegarás a Roockery, un jardín formal de un par de hectáreas de tamaño, abierto todos los días hasta quince minutos antes de la puesta del sol. Originalmente, en el SXVIII, formaba parte de los jardines ornamentales de una gran casona privada, que fue comprada con dineros públicos y abierta como tierras comunes en 1913. Durante la cuarentena, era la parte central de nuestra única caminata diaria: un pequeño oasis donde siempre había algo sutilmente distinto que la vez anterior.

Si desciendes los escalones que serpentean hacia el centro del jardín, llegarás al cedro del Líbano, que para mí siempre fue como el protagonista del Rookery. Los cedros del Líbano son especies coníferas que han tenido gran significado histórico y religioso en las culturas del Medio Oriente y aparecen seguido en la literatura antigua. De hecho, aparecen varias veces en la Biblia, incluyendo la historia en la que Moisés ordena a los sacerdotes que usen corteza de cedros del Líbano para tratar la lepra. En el salmo 92:12 dice: “Los justos florecerán como palmeras, crecerán como cedros del Líbano”. Nosotros siempre nos referimos al cedro del Rookery como “él”, no sé por qué, es simplemente la manera en que se nos presenta. En el invierno del 2021, cuando acababan de darme de alta luego de una estadía inesperadamente larga en el hospital, una de las primeras cosas que hicimos fue caminar hasta el cedro, solo para decir “hola”. Él tuvo siempre un efecto calmante sobre mí, algo que te hace sentir anclada, protegida. Muchas veces pienso que hay pocas cosas más tranquilizadoras que estar cerca de un buen árbol.

Pasando el cedro, puedes caminar hasta la zona más diseñada del jardín. Allí, cada detalle está cuidado a través de un esfuerzo comunitario; los canteros son siempre diferentes y están bien atendidos. Por allí hasta el Jardín Blanco, donde encontrarás a otro de mis árboles favoritos: la colletia, conocida también como espino de la cruz. De lejos parece un árbol común, pero al acercarte te das cuenta de que es algo más parecido a un cactus gigante. Cubierto de espinas, en invierno cuelga peligrosamente bajo, y florece una vez al año con una serie de pequeños brotes blancos que huelen, si puedes creerlo, como natillas.

Si tomas el camino circular que rodea el jardín, puedes pasar junto a los estanques, que casi todo el año hospedan a sapos y a ranas que desovan, y abandonar el jardín principal a través del portón más alejado. Desde allí, puedes seguir por el fondo del prado principal, pasando junto a una micro-fábrica de cerveza escondida que recién descubrimos durante la cuarentena, aunque está allí desde hace mucho antes. Los dueños de la Inkspot Brewery operaban en un granero y tuvieron que solicitar el apoyo de los vecinos para obtener el permiso de ampliación para lo que técnicamente estaba registrado como un edificio de tipo 2. El resultado es pequeño pero simpático y el nombre del emprendimiento refleja la forma en que los vecinos fueron estimulados a apoyar el trabajo: una estrategia “inkspot” es una táctica militar que trata de ganar el corazón y las mentes de la población local. 

Siguiendo, llegas al campo del fondo y a más vista de la ciudad. De hecho, en la primavera del 2000, las vistas disponibles desde este punto de observación fueron celebradas con una placa que guía la mirada hacia las partes de la ciudad que se pueden ver desde allí. Siempre sentí que una de las cosas maravillosas de Streatham es lo poco que nos damos cuenta de lo alto que estamos en relación con el resto de la ciudad, hasta que ves todo extendido debajo de ti: muy pequeño y muy distante.

La última parte del paseo de hoy nos lleva hasta una extensión de media hectárea que marca el cambio del Streatham Common al Norwood Grove. Hay registros del Grove tan antiguos como los que aparecen en el libro de Domesday, aunque primero se lo conoció como Lime Common, por lo menos en 1086. Una extensión amplia, ondulada, en la que se halla una casa antigua de principios del SXIX; supo ser un alojamiento privado, pero fue vendida al consejo en 1913 y actualmente funciona como una guardería para niños pequeños. Un día, a mediados de noviembre, el día del cumpleaños de mi novia, salimos a caminar por aquí y vimos que los niños habían decorado con estrellas de papel el árbol que está justo delante de la casa; nos pareció un lindo regalo de cumpleaños, aunque seguramente la intención era celebrar la Navidad. No se ven mucho en el paseo de hoy, pero en el verano el área abierta del jardín que rodea la casa está repleto de lavandas, o sea que el lugar suele estar cargado con su aroma. Ni hablar de la amenaza que representan las abejas.Al dejar atrás la casa y descender, se llega al último circuito del parque, que es donde terminaré nuestra caminata de hoy. Lamentablemente, no grabé ningún video, pero si tienen ganas, pueden sentir cómo fue realmente el día si tararean la melodía de Careless Whisper, de George Michael; porque aquí, al final de nuestro paseo, vimos a un hombre sentado en un banco con un saxo, tocando esa canción para sí mismo, bajo el sol de la tarde.

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