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Las fiestas y yo

Mezcladito

Las fiestas y yo

Por Martín Kohan

Las crisis, la violencia y la carencia reactivan la creatividad, la cuestionan y, muchas veces, le marcan un rumbo nuevo. ¿Cuál es la potencia que alcanzan el arte en general y la literatura en particular para llevar adelante y resistir a los tiempos aciagos? Fueron algunas de las preguntas que se hicieron los participantes del panel El mundo se derrumba y nosotros de rumba, entre ellos Martín Kohan que escribió este texto. 


Una cosa que me pasa, infaliblemente, en las fiestas, es que me aburro. Me aburro soberanamente. Y no es la clase de aburrimiento que puedo llegar a sentir a veces, con algunos libros o con algunas películas que, por cierto, me gustan mucho, aburrirme para largarme a pensar cosas que, sin ese libro o sin esa película, sin ese libro y sin esa película y sin ese aburrimiento, jamás se me habrían ocurrido; no ese aburrimiento como “pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”, que elogió alguna vez Walter Benjamin. En las fiestas yo me aburro con un aburrimiento quieto, seco, estéril, frustrante. En las fiestas no encuentro qué hacer ni encuentro en qué pensar. No se puede escuchar la música, porque la interfieren las conversaciones; no se puede conversar tampoco, porque a las voces las tapa la música. Si se come, porque a menudo se come, en general se come parado, lo cual, además de incómodo, es una prueba mortificante para nosotros, los inhábiles; el plato en una mano, el vaso en la otra; para comer hay que soltar el vaso, para tomar hay que soltar el plato. Las fiestas además duran muchas, muchas horas. Cuatro, cinco, seis horas: demasiado tiempo, para mí, para estar siempre en un mismo lugar, con las mismas personas, en un mismo entorno. La noche avanza, se va haciendo tarde, y uno de pronto descubre que no: que no podrá irse, que está literalmente encerrado en la fiesta. Porque no es cierto que vivamos tiempos de pleno multiculturalismo, de apertura y comprensión y aceptación de todas las inclinaciones. No es cierto. Al que no disfruta de las fiestas no se lo comprende ni se lo acepta. Por el contrario, se lo interroga con perplejidad, se le piden explicaciones, se lo estigmatiza con diagnósticos precipitados (“fobia”, “depresión”), con tal de no admitir la diferencia, su diferencia. Y si ha caído, por error, en una fiesta, y declara que quiere irse, raramente lo dejarán partir así sin más; por lo común, no se lo permiten, le imponen un trago más, le imponen media hora más (media hora, para el que sufre, no es poco tiempo), le exigen que no sea careta, lo conminan a que no sea amargo, etc.

Sé de gente que se droga o se alcoholiza para poder afrontar las fiestas; sin eso, no lo conseguirían. Creo pues que hay algo de desesperado en esa alegría forzosa, pautada y coercitiva; la alegría de las fiestas es en general obligatoria, la gente se obliga a estar contenta para la fiesta, asume que tiene que estar contenta por la fiesta, como si en el fondo no confiaran del todo en que la fiesta, por sí misma, vaya a lograr ponerlos contentos, como si en el fondo presintieran que la vida, por sí misma, no les ofrece verdaderos motivos para estar tan felices y entregarse tan de lleno a las fiestas.

Todo esto, sin embargo, tal vez me ocurra porque, a causa de mi extracción de clase, lo que más frecuento son las fiestas burguesas. Porque en verdad las fiestas populares me gustan mucho más. Conozco bien las que suscita el fútbol, ésas me encantan. Me encantan sus zafarranchos, su lubricidad, su barullo, su mucho cuerpo, su mucho grito; me encantan su soltura, su estridencia, su carnaval, y ese fondo poderoso de resistencia política que esgrimen de hecho los que en general la pasan mal, cuando se deciden a pasarla bien. Ese gesto, ese desafío, me entusiasma, me conmueve, y me impulsa a disfrutar estas fiestas, a bailar y cantar hasta tarde, o hasta el momento en que comienzan los destrozos en el McDonalds del Obelisco, los líos con la policía. Llegado ese punto, burgués al fin, me encojo de hombros y me retiro con discreción.

El mundo se derrumba y nosotros de rumba, Buenos Aires, Filba Internacional 2018

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