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Hermanados en el tacto invisible

Bitácora

Hermanados en el tacto invisible

Por Gabriela Bejerman

Las bitácoras son un clásico de los festivales Filba. En el Filba internacional 2012, los escritores invitados a participar de esta experiencia fueron: Rodrigo Hasbún, Kjartan Fløgstad, Ronaldo Correia de Brito, Julián Herbert, Hernán Ronsino, Patricia Ratto, Sandra Lorenzano y Gabriela Bejerman. 

​Venía bien de tiempo. Hice Forest y Corrientes tranqui hasta el Abasto. Congestión natural pero lo peor fue después. La calle Jean Jaures. En diez minutos avancé un metro y medio, ¿lo podés creer? Abrí la puerta, me trepé, increpé, toqué bocina, logré huir, estacioné y me bajé.

En la esquina, esto: un hombre se cubre la cabeza con un pañuelo blanco manchado de sangre. Se está subiendo a una camioneta vieja y blanca, con vidrios polarizados. De abajo le gritan algo muy amenazante y él contesta a voz en cuello: ahora vamo’a volver, eh, ahora vamo’a volver. Desliza de un portazo la corrediza y arrancan.

Yo empecé a correr. Es que… no quería llegar tarde al teatro… Enseguida vi en la entrada de un edificio una pareja oriental, miraban para el lado del herido con camioneta; éstos andan en el mismo teje. ¡Balazos me vi venir! Aceleré. Faltaban cinco minutos para la obra y yo sin batería en el celular. No estaba haciendo muy bien mi rol de embajadora. ¿Estaría preocupado el amigo Hasbún? (¡Qué apellido! Medio bomba, ¿no? ¡Haaasbún!) Pero no, nada que ver. Él es “la” tranquilidad personificada. (De ésas que me pueden llegar a poner un tanto nerviosa.)

Enseguida nos explicaron cómo hacer trencito y entramos de a ocho. Tomados de los hombros entre todos zigzagueamos pegaditos hasta la oscuridad total. ¡Guau!

La obra era para reírse, más que una obra teatral era una invitación física. Y la hacían no sólo los audibles actores sino también las risas de las boluditas que nos tocaron atrás, para mí que se reían de los nervios. (Yo me esmeraba por no chistarles a cada ratito, ¡sh!)

Y empezamos a sentarnos, a sentirnos como seres de un cuerpo táctil, invisible, rodeados por una oscuridad y por lo inminente. Mientras esperábamos, nos contamos de nuestras vidas. Qué buen lugar para conocer por primera vez a alguien, me quedé con la impresión de que hablamos mejor así, sin ver, en el rumor de risas ajenas, en la aventura de los otros sumándose a la nuestra.

Los planos del espacio eran ruidos próximos y lejanos, susurros de viento, gotitas de agua, una tormenta que para nosotros fue real. Mientras sentía la obra me quedé pensando en unas palabras de Rodrigo. Me había dicho que al vivir con alguien aprendés muy bien a conocerlo, a saber cuándo necesita su espacio, y cuando su silencio se hace demasiado largo y hay que ir a cantarle palabras de cariño. A mi lado había alguien paciente y sabio, no sólo un escritor que viaja y de casualidad está sentado en la butaca de la izquierda.

En el alivio de la oscuridad, no éramos nadie, nadie en especial. ¿Quién podría juzgar nuestros rostros? Ni siquiera yo recordaba el de Hasbún. Este desconocido que me acompañaba en el viaje oscuro no tenía rostro. No me acordaba de sus cejas, ni la línea sobre la que se apoyan los ojos, la boca o la nariz... ¿Qué expresión tendría él ahora?... Ninguna. No había expresión sino silencio presente.
Y así, envueltos por un espacio de sonidos, nos dejamos estar, nosotros y todos los espectadores alineados en algún lugar. No supimos sino hasta el final que la sala estaba ordenada en espejo. Eso que había imaginado frente a mí como un escenario era un pasillo por el que se movían los actores, con sus ruidos de colores. Y enfrente, nuestros dobles.

¿No vivimos siempre en ese mismo engaño? ¿En la creencia de que sabemos cuáles son las cosas del mundo y dónde están? La suave libertad que sentí de no tener rostro, ¿no podría sentirla también ahora, frente a ustedes, en este iluminado lugar?

Un mundo mental con personas reales. Por ejemplo, Hasbún. Sus palabras atesoradas en libros y sus palabras aún no escritas, de ésas que se van formando como las yemas que aparecen en las ramas de los árboles cuando todavía no estalló la primavera. Ahora todo florece. Es un festival, tiempo para festejar que en un mundo oscuro e incierto hay luces guarecidas en historias parecidas, en un rumor similar.
Cuando salimos éramos otros, nos habíamos conocido. Porque sólo en la oscuridad puede vislumbrarse tanta luz.

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