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Hay una grieta en todo, así es como entra la luz

Recorrido literario

Hay una grieta en todo, así es como entra la luz

Por Nurit Kasztelan

Un recorrido por las salas del Museo Malba en el que tres escritorxs leen un relato inspirado en una obra de la exhibición No habrá ninguno igual, de Edgardo Giménez. 

Todo lo que es gigante obliga al caminante a verlo, aunque esté desatento. La enormidad no deja que algo pase desapercibido. 

Pero cuánto tiempo se puede observar un huevo. Verlo realmente, distinguir si el blanco tiene distintos matices, notar con disgusto que hay una telaraña del costado izquierdo, que el amarillo de adentro tiene un degradé para nada sutil. Un huevo gigante roto que contiene otros huevos más pequeños. No puedo evitar asociar la imagen de un huevo con la cáscara rota con la idea de una maternidad trastocada. Como si aunque hubiera decidido no tener hijos, diferentes circunstancias me impusieron maternar a mi madre, que se fue volviendo cada vez más niña y más liviana. Durante meses, años incluso, fui su madre.

Intento abarcar el huevo con una sola mirada. Pero no entra en mi campo visual, para verlo entero tengo que girar por el espacio. Otra vez el tamaño determina un punto de vista trastocado, una mirada un poco estrábica. Inmediatamente advierto lo ridículo de mi consigna: mirar un huevo gigante, decir algo sobre él. Como dice Lispector “Ver un huevo no permanece nunca en el presente: apenas veo un huevo y ya se vuelve haber visto un huevo hace tres milenios. En el preciso instante de verse el huevo este, es el recuerdo de un huevo”.

Pero qué puedo decir de esta obra que conecte conmigo. No puedo forzarlo. Meter algo propio en algo ajeno lleva tiempo, y el tiempo es algo de lo que carezco. Quizá si pudiese ejercitar el sentido del tacto, tocar el huevo, olerlo, ver la textura, ver qué le pasa a mis manos al rozar la superficie. Hay un desfasaje entre la materialidad y el sentido que me llega al verlo, algo un poco siniestro, como pensar en el hecho rarísimo de que la voz salga de una garganta y una persona esté hablando. Porque si lo miramos de cerca, todo es siniestro. Ver el huevo es imposible. Nadie es capaz de verlo. Ustedes que están acá conmigo escuchando esto que digo, ¿lo ven realmente?, ¿en qué les hace pensar cuando lo ven? 
Hay una grieta en todo, así es como entra la luz. 

Es imposible sentir amor por un huevo. Sentirse asombrado, estupefacto, absorto. ¿Dónde está la belleza? ¿Dónde lo revulsivo? En un punto, el huevo es obvio, es esperable. Es blanco, también es amarillo. Es neutro. Es una cosa suspendida. Como si al mirarlo el tiempo se multiplicara y solo existiese el momento presente de verlo. La libertad como un huevo en la mano. Romper la cáscara hasta que pinche, dejar que el huevo hierva en la olla hasta que reviente, hasta que la clara se escurra.

Un huevo es frágil, es tan fácil de romper. En una mano torpe no duraría ni un segundo. Es una exteriorización. Una cosa que necesita cuidarse. Ser cuidado en realidad. Ser mirado y no ser manipulado. 

Cuando yo era antigua, un huevo se posó en mi hombro. Soy un alma vieja y eso se nota por la forma del lóbulo de mi oreja. Busco constantemente la mirada en diagonal de las cosas. Me acuerdo del poema de Sor Juana El sueño, y pienso en qué pasaría si lo cocinase, adónde dispararían mis pensamientos. Quizá el comerlo sea una forma de tenerlo adentro mío. Un huevo de múltiples yemas haría una coreografía perfecta en la sartén.

Tengo una confesión que hacerles. Por más que lo parezca, en realidad no estoy acá. Mi cabeza está en otra parte. Hay una grieta en todo, así es como entra la luz. Miro el huevo con la cáscara rota y abierta y pienso: ¿dónde entra el dolor? ¿tiene un hueco, tiene un espacio? A veces me pregunto qué pasaría si alguien me arrancara todo el dolor de mi cuerpo, ¿entraría en este huevo? ¿Y ese espacio abierto sería la rendija para que se escape? La orfandad lleva una X en la frente. Una cruz. A partir de ahora y para siempre soy mi propia madre. Si yo miro estos cuadros que desbordan felicidad, veo el arte pop, veo los colores pasteles,  el plástico, los brillos, los monos, los gatos, ¿algo de eso se trasladara a mí? Una empieza a hablar de un huevo y termina hablando de una gramática del duelo.

Una simple discordancia entre dos consonantes.

 

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