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Algo parecido a un jardín #Filba2021

Mezcladito

Algo parecido a un jardín #Filba2021

Por Nurit Kasztelan

Algo parecido a un jardín es el texto con el que la escritora y editora Nurit Kasztelan presentó a la lectura de poesía de Ida Vitale. 

“Quien se sienta a la orilla de las cosas
resplandece de cosas sin orillas.”

            Ida Vitale

Mucho se podría decir sobre Ida Vitale, una de las grandes poetas latinoamericanas que a los noventa
y siete años nos sigue interpelando con sus versos. Hablar de los premios que recibió, como el Cervantes (fue una de las únicas cinco mujeres en obtenerlo), asombrarnos por el hecho de que la BBC en 2019 la consideró en su lista de las 100 mujeres más inspiradoras, influyentes e innovadoras del mundo; nombrar la cantidad de libros que tiene publicados; detenernos en la generación del 45, en las traducciones que hizo de Pirandello, Montale, Peret, Apollinaire o Djuna Barnes, contar que dirigió la página literaria del diario Época, que su primer poema fue un soneto, que fue la mujer del famoso crítico latinoamericano Ángel Rama, o profundizar en cuestiones más personales, como que desde que volvió a Montevideo vive a una cuadra del mar y que de joven solía leer abusivamente el diccionario, hasta casi leerlo completo.

Su relación con los libros fue muy temprana, en la infancia, a partir de que una tía le dijo que se tenía que ocupar de limpiar la biblioteca una vez por semana. El primer libro que eligió fue uno de Julio Verne, aunque su primera gran devoción literaria fue La guerra y la paz. 

Si nos detenemos en su infancia y en los libros que la formaron, su maestra de tercer grado le regaló El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlöf. De ahí derivó en gran medida el maravilloso ensayo De plantas y animales. Acercamientos literarios, libro que posee el espíritu de coleccionismo —en la tradición de Aby Warburg y Joseph Cornell— donde una investigación exhaustiva sobre flora y fauna se mezcla con datos de sus vivencias personales con esos animales y plantas y su experiencia como lectora. En Léxico de afinidades, que funciona como su autobiografía fragmentaria, las pequeñas y breves anécdotas que aparecen sobre su niñez se mezclan con entradas de diccionario más bien descriptivas, y ya se atisba una mirada escéptica y a la vez asombrada del mundo que luego desplegará a lo largo de su obra.  

El primer acercamiento a la poesía fue a través de Gabriela Mistral. Ese momento iniciático tardó en llegar ya que le llevó bastante tiempo entender la elipsis en el poema. No entender del todo las cosas, para Ida Vitale, es una buena forma de acercarse no solo a un poema sino a la poesía en general. Como si en el mundo hubiese algo que nos guiara, afirma: “Yo creo que a la poesía se llega, por suerte, por azar”. A pesar de que podría pensarse lo contrario, siempre prefirió leer en prosa que en verso, como si la única forma de ser poeta fuera traicionar a la propia poesía.

Ida confiesa que nunca le interesó la poesía muy narrativa, esa cosa de contar mucho. En su obra hay influencias de Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Gertrude Stein. Al margen del romanticismo, los temas que más aparecen son la noche y la memoria. Al poner al sujeto intelectual en primer plano, por encima de la capacidad sentimental, se centra en el problema de la representación. Su poesía reflexiona sobre sí misma, es escéptica, y cada verso cuestiona desde dentro su propio lenguaje. También es metafísica: no abunda en imágenes sino en metáforas, lo que la vuelve una poeta de atmósfera. 

Si bien a lo largo de sus versos aparece un testimonio de su individualidad como nombres propios o referencias familiares como “abuelo”, lugares que visitó o temas de índole más personal, su poesía no describe experiencias concretas ni tiene la autoexpresión como objetivo principal. Es en este sentido la menos autobiográfica de los poetas uruguayos modernos. Lo que escribe se aleja del lirismo confesional y le rehúye a la anécdota. No hay una construcción de un sujeto poético femenino fuerte, como se ve en sus contemporáneas Idea Vilariño, Amanda Berenguer o Cristina Peri Rossi, con una poesía más coloquial. 

Vitale rechaza la idea de la literatura como una experiencia mimética o una representación del mundo concreto. Tal vez lo que dijo sobre Felisberto Hernández podría decirse sobre ella misma: “Lo decisivo en la creación de Felisberto Hernández no es la anécdota –es raro encontrarlo, cuando nos descubre sus procesos creativos, imaginando una– sino el tejido más o menos abierto, la red en la cual el escritor intenta apresar esa inasible materia de sus recuerdos o de sus sueños”. En el discurso que dio al obtener el premio Cervantes dijo, en referencia a El Quijote, que más que las aventuras lo que le interesaba era el lenguaje en el que le eran contadas: “Ese Quijote y ese Sancho que hablaban de otra manera, con un lenguaje que me integraba a un mundo en el que sola me sentía acompañada”.

La abstracción hace trabajar la imaginación. Su uso es algo que Ida Vitale maneja con maestría. Si el verso funciona, como es el caso del epígrafe “Quien se sienta a la orilla de las cosas / resplandece de cosas sin orillas”, genera empatía inmediata y dispara posibilidades infinitas de reflexiones.

Los últimos poemas que escribió tienen otro espesor; son más livianos en el mejor sentido de la palabra y están más centrados en la contemplación de la naturaleza, los pájaros, el silencio, construyen algo parecido a un jardín. Casi como una máxima de su propia escritura, en El ABC de Byobu escribe: “Lo importante está debajo de la superficie, sospecha Byobu. Por eso escarba, escarba”. Hay una intensidad excesiva con la que Ida Vitale bucea por debajo de las cosas, hasta que las mismas carecen ya de misterio. Una forma no directa de decir que reflexiona sobre el paso del tiempo y sobre la materia de la escritura: “Como este pájaro / que espera para cantar / a que la luz concluya, / escribo entre lo oscuro”.

Lo que se lee es lo opuesto a recordar, ya que se entra en la lógica de una reinvención de los recuerdos. La memoria parece ser la única capaz de restaurar ese orden mítico, perdido. La anécdota que se cuenta no está en primer plano, sino que aparece el recuerdo vivido y pareciera que el tiempo se suspende frente a la experiencia: “lo que vivimos se reduce / a un gris residuo en la memoria”. No hay nostalgia, sino que Vitale explora desde otra dimensión; aceptando las evidencias de un pasado que se vuelve un residuo de la memoria: “La llave de los sueños / es la llave del campo es / el recuerdo de todo viaje es / los territorios metafísicos”.

Docente y ensayista, su voz da testimonio de una gran vitalidad; no tiene el sonido cascado que se espera escuchar de una persona que supera los noventa años. Escribió no solo sobre la poesía uruguaya de los años veinte sino también sobre Neruda, Parra, Girri, Molina, Orozco, Paz. Estudió abogacía y cree que el Código Civil ejerció una de las mayores influencias en su propia escritura porque está escrito con el mínimo de palabras y la mayor aproximación posible a lo que se quiere decir: “Desde siempre lo sentí así: hay que escribir sin adornos, pero con eficacia”.Vivió la mayor parte de su vida entre Estados Unidos, Uruguay y México. Como si pudiésemos hacer un juego de palabras ingenuo con su nombre y apellido, Ida Vitale asume la errancia como una actitud vital donde es posible echar raíces. Hay una experiencia de desdoblamiento que vive toda persona que deja su lugar de origen, ya que la identidad se desplaza a una identidad desgarrada. Pero en su literatura la extranjería no es vivida como un desarraigo. Es una elección que le permite ubicarse en el punto de enunciación donde se unen realidad e irrealidad. El exilio permite poner a prueba la subjetividad; tener una mirada parcial de las cosas y del propio idioma. Como si la única forma de apropiarse de la lengua fuera exiliarse de ella.

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