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Argentinosaurus

Mezcladito

Argentinosaurus

Por Rosario Bléfari

Escenario ideal para imaginar seres fantásticos, la historia de Bariloche está repleta demitos: duendes, criaturas monstruosas y los dinasaurios más grandes de la historia. En este texto Rosario Bléfari nos retrata su animal fantástico, su bestia legendaria. 

Un día subí al monte y de pronto, justo cuando terminaba otro refugio entrelazando ramas como mostraba aquél libro, la tierra tembló y se escuchó como si alguien hiciera gárgaras con piedras gigantes.  Es posible que pensara en el Tronador en ese momento, siendo una hormiga en un montículo, es casi seguro que pensara en la amenaza superior y desconocida de un volcán que todos suponen dormido.  Pero no podía localizar el origen del estruendo, ¿venía de abajo, o de adentro? ¿O era algo lejano que resuena y llega desde los fondos de las nubes?

Es difícil distinguir arriba y abajo en lo profundo. Corrí monte abajo, rodé monte abajo, lastimándome rodillas y codos, sintiendo el ramalazo de las mosquetas en la cara y llenándome de abrojos la ropa y el pelo.  Confundí la ladera con las hendiduras del lecho de la vertiente y sentí el fin del mundo pisándome la sombra.

Millones de años atrás el retrato imposible de la vida se adultera. El tiempo brumoso que nunca vamos a recordar. Ese lugar sin humanos, el mundo inaccesible como el de nuestros padres sin hijos.

Llegué al pié del cerro y ya no se escuchaba nada. El día estaba tranquilo, empezaba la tarde despacio como si pudiéramos demorarnos un rato más afuera, sin levantar nada, ni mangueras ni carretillas, ni el hacha que siempre está esperando al lado de la leña. Que no se mojen las astillas, que no las agarre la humedad cuando atardece. El lago con olitas suaves sin reflejos.

Quién nos asegura que no hay algo parecido a un eco que anda rebotando entre los árboles, un temblor en las raíces o una brasa. Si existieron corazones enormes que bombeaban cataratas de sangre  desde la punta de la cola hasta la cima de un cuello tan largo que la boca no la vemos y se abre. Y corta. Qué sonidos sin periferia, sin registro fósil todavía. Esas marcas concéntricas vibrando, ¿no están escritas en alguna materia perdurable? ¿A todo nos lleva el viento?

El bosque entero, no hay gigante entre titanes, voy hasta el presente hecho del puro despliegue extraído a partir del hueso roído por el mismo viento. No puedo sentir el miedo pero imagino también mío el terremoto de esos pasos. De punta a punta ¿cuál es cola y cuál cabeza? Terrible  lagarto. Las copas te observaron. Copas como brotes jóvenes desapareciendo entre las campanas tubulares de los dientes largos que trozan y destrozan y resuenan. Quién podría asegurar si no fueron tus pasos los que se escucharon el otro día y tus pinos enteros que supiste devorar los que cayeron en el fondo del lago helado. Yo los vi y me contaron. Y aunque no era este tu vecindario vi el abismo que devora en lo profundo donde están cabeza abajo mostrando las raíces. Los arrancados, los caídos, los volados. Hundiéndose, lento, debajo de esa roca que del otro lado del agua también se fuga hacia un oscuro insondable. No sabemos nada de ese abajo. Sin embargo todo es todo eso que ocurre ahora y ocurrió antes donde se concentra en óleo vivo y se bombea como sangre negra de los que están enterrados hace millones de años. Quién podría asegurar la inexistencia de fósiles de sonido en el aire si no sabemos todavía adonde llega el fondo oscuro de los universos. Vibra en lo vivo, dibuja en el aire, piedra y pluma y lo presumo incontable.

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