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Bitácora
Visita al INVAP
Por Julián López
En este texto, Julián López comparte su propio mapa de Bariloche escrito a instancias del Festival.
Estamos en Bariloche y aunque esta sea la peor estrategia para iniciar una crónica que incluye la idea de viaje, la noción de desplazamiento y de mirada, necesito decirme, mientras vamos con Amalia y Carolina en el auto de Emilio Di Tata Roitberg y atravesamos una lluvia suave pero persistente, estamos en Bariloche. Tal vez sea una forma de lidiar con los 30 años que me separan de la primera vez que estuve en esta ciudad mítica y real. Menos mítica y más real de lo que suele saberse, Bariloche repite la ecuación argentina, acaso americana, acaso la de todos los países emergentes: desarrollos científicos deslumbrantes, capaces de ponerla en los niveles más altos del mercado de la ciencia del mundo, y una fractura social, aquí escondida del paisaje urbano en los altos, para la que la historia de los adelantos no ha podido ensayar respuesta.
Por eso me repito, estamos en Bariloche, como si esa coz mental pudiera hacerme entender el suelo que piso, todo aquello ante lo que el pensamiento, o por lo menos mis intentos de mirar alguna cosa, se rinde absolutamente.
Esta crónica fracasa, escribo la bitácora y me doy cuenta de que fracaso, no puedo dejar de hablar de las cosas que me preocupan y todo lo que veo es el mapa de la desigualdad. Esta crónica fracasa.
Tengo ideas vagas acerca del sitio donde vamos y me gusta mantener esa ignorancia para que la experiencia sea lo más nueva que sea posible. Vamos al INVAP, la empresa de investigaciones aplicadas de la provincia de Río Negro. Voy ignorante aunque me descubro lleno de ideas previas, lleno de prejuicios: vamos al centro en el que se desarrollan y se fabrican los satélites que nuestro país pone en órbita y no puedo dejar de pensar que muy cerca de aquí hay una enorme cantidad de gente que vive sin gas, sin servicios elementales, fuera de toda posibilidad de hacerle frente al frío.
Llegamos y el auto se detiene, la lluvia no, tampoco mi propia meteorología. Nos dirigimos a un conjunto de edificios donde nos esperan para una visita en la que vamos a poder preguntar y en la que nos van a mostrar lo que usualmente queda reservado para miradas calificadas.
¿Qué otras cosas no se ven en Bariloche? ¿La Pampa de Huenuleo sobre la que nos contó Graciela Cross, acaso?
Así entro al primer edificio en el que nos espera Peck, antes de meternos en las salas tenemos que limpiarnos los zapatos, calzarnos galochas descartables y cubrirnos la cabeza, la barba, vestir un guardapolvos para evitar ensuciar espacios de trabajo que mantienen una limpieza muy escrupulosa. Apenas empezamos a caminar por los ambientes altísimos cambia completamente mi clima interno, todo se muestra fabuloso y pienso que de no haber sido un completo espástico para las matemáticas me hubiera encantado ser uno de los científicos que trabajan acá. Yo encontré mi oficio por default, la escritura se me impuso cuando todas mis aspiraciones se estrolaron contra el paredón chato de mis posibilidades. Lo que veo acá es apasionante, hombres y mujeres que también llevan cofia, barbijo, galochas, guardapolvos y portan un cable conectado a tierra para evitar cualquier tipo de descarga tienen un trabajo que solo vi en las películas y los veo hacer sus tareas con una dedicación que me admira. Voy cada vez más entusiasmado y quiero saberlo todo de esta especie de taller mecánico para la guerra de las galaxias; ya no tengo dudas, si hubiese podido elegir, esto es algo que me hubiera encantado hacer.
Es muy estimulante escuchar la pasión con la que habla Peck, Peck es el apodo de Ricardo, uno de los científicos más importantes del INVAP, nuestro private own Yoda, que relata con generosidad la historia de este centro y que responde con amabilidad y suma paciencia mis preguntas brutales, básicas.
Llegamos a la sala en la que se exhiben las maquetas de los satélites que diseñaron y pusieron en órbita los científicos argentinos, la escala es de uno a cinco y es asombroso ver que algunos de esos bichos tienen el tamaño de un televisor de tubo y que otros parecen hormigas de escala intergaláctica con trajes cobrizos o plateados.
Los satélites triangulan nuestras conversaciones telefónicas, nuestros fundamentales whatsapps y Skypes intercontinentales, miden la humedad de los suelos cultivables, las probabilidades de lluvias, de mangas de granizo, la salinidad de los mares que resulta capital en la regulación del clima planetario, son capaces de ver el arribo de las mareas rojas, de hacer llegar a cualquier lado las ondas radiales, televisivas, de espiar desarrollos militares y avances de tropas enemigas, son incluso capaces de corregir sus propias órbitas y de ubicarse en el espacio, como lo hacían los marinos con sus astrolabios, mediante cámaras que reconocen 26mil estrellas y se ajustan a un mapa celeste de precisión increíble. Información desde la estratósfera para gobiernos, para agencias de seguridad, para fuerzas armadas, para holdings de telecomunicación, de sojeros.
Las explicaciones de xxxxx a veces son difíciles de seguir, otras resultan de una lógica bien cercana, calibrar a una de estas moles sofisticadas también es agregarle peso allí donde se necesita que se equilibre su carga, igual que la alineación y balanceo de los autos, así la fuerza de la propulsión del cohete que los lleva al cielo no los fracture, no los destruya. Ante la sorpresa de este cronista por una explicación tan llana el científico recuerda: Todo responde a las Leyes de Newton que estudiamos en la secundaria. Yo intento recordar sin éxito alguna de esas reglas físicas que explican al mundo, a la fuerza de gravedad y a las manzanas desde el siglo XVII y que siguen mostrando su actualidad, su eficacia.
Otra de las paradas de la recorrida nos llevó al taller de una científica que trabajó en la NASA pero volvió a Bariloche, al INVAP, porque el entusiasmo es aquí y la pasión es aquí y aquí también es el orgullo, ella es la encargada del diseño y confección de las cubiertas con que se protege a los satélites, unos vestidos que llevan ocho capas de una tela fina como un celofán metalizado que aísla al instrumental tanto del calor de los motores como del frío glacial del espacio. Conmueve y da gracia ver los figurines con los que impone la moda satelital y mientras ella cuenta sus quehaceres me distraigo y pienso que me encantaría tener una campera o un overol de esa tela. Seguimos la marcha, en otro de esos cubos gigantes hay simuladores de terremotos, unos shakers violentos que miden la resistencia de las carrocerías del satélite que contienen sistemas de precisión asombrosa y antenas que van a recoger y transmitir la información de estos espías que giran solemnes en el cielo.
Es emocionante ver trabajar a estas personas y atisbar que esa acumulación de saberes, de experiencia, de investigación y de entusiasmo tiene lugar para el despliegue en una provincia argentina.
Sin embargo la visita termina, saludamos y agradecemos que con tanta gentileza nos llevaran a caminata por el futuro, salimos otra vez a la lluvia y el cronista sigue repitiéndose estamos en Bariloche, porque hay algo de esta bitácora que no llega desde el cielo, llega de un lugar desde el que la información es notablemente escasa y confusa, la Tierra.
En este mismo momento en que el FILBA empieza a recoger sus carpas y a acondicionar los carromatos para iniciar la vuelta el cielo está surcado por satélites. Los que giran en órbitas bajas son bólidos que cruzan la bóveda celeste veloces como Flash Gordon y los que van altísimo en la estratósfera gráciles máquinas lentas que miran implacables, minuciosas. Todos nos observan desde alturas olímpicas, pero estamos en Bariloche, a muy pocos kilómetros, aquí mismo también está el misterio: ¿para quiénes son los avances de la ciencia, los avances de la técnica, los avances de la literatura?