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Seamos crisálida

Lecturas para empezar

Seamos crisálida

Por Diego Bianki

La pandemia es una explosión o pausa, dependiendo desde dónde se mire, de un presente incierto y futuro que no se predice. Cuando escuchamos por todas partes que, como dicen Los Iracundos, “el mundo está cambiando”  ¿Qué quedará en nosotrxs, en el mundo después de este encierro, que tiene tanto de ficcional como de real? ¿Cómo y en qué nos cambiará? Seis autorxs nos contaron cómo viven su proceso de transformación en plena pandemia. 

La lectura completa la puedes ver acá

“Yo soy porque nosotros somos, y dado que somos, entonces yo soy ”.

Pienso en pandemia y entiendo el suceso como el eslabón de una larga cadena. Problemas mucho más grandes se esconden detrás de nuestro aislamiento, producto de la inercia arrastrada que muestra nuestra decadencia, nuestra extrema voracidad individualista, que no nos permite pensar como comunidad. Es difícil detenerse solamente en lo que hoy nos está ocurriendo a todos nosotros, este presente nos obliga a revisar detalladamente aquellas aristas de nuestro razonamiento, que contribuyeron a los diversos desenlaces naturales que hoy estamos viviendo. Somos muchos los lectores de a pie que llegamos a esos momentos, cuando en distintos lugares del planeta, algunas comunidades de cazadores recolectores comenzaron a cultivar y domesticar animales, transformando radicalmente su modo de relacionarse con el medio ambiente y entre sí. Las ciudades en las que hoy vivimos pueden remontar su genealogía a esos momentos; solo las vidas nómadas no desembocan en este presente.

Hace tiempo que nos imagino como seres humanos distintos y, apoyados por una nueva inteligencia, capaces de poner en valor una identidad-colectiva-global que nos permita resurgir e ingresar a un renovado ciclo de la vida. Contemplemos un cambio y emulemos creencias de convivencia, como las de las comunidades sudafricanas de zulúes y  xhosas, que expresan el cuidado de las relaciones humanas por medio de la palabra: Ubuntu, una regla ética enfocada en la lealtad de las personas y las relaciones entre éstas (es la frase citada del comienzo).

Escribo “transformaciones” (el concepto sugerido como tema con el que me convocaron para realizar este texto), y me surge pensar en otro término: metáfora. Urgente, precisamos una mudanza de nuestras costumbres que le dé sentido a esta distopía y la sustituya por una nueva ilusión. De momento, si algo se ha transformado en este mundo que nos negamos a abrazar, es nuestra manera de relacionarnos, y hoy nada es más real que esta virtualidad, frase que en vez de crear una metáfora, resulta en un oxímoron que da escalofríos.

Cuidémonos, porque nosotros también somos la tierra, seamos como crisálida, ese capullo de tiempo que hiberna sin pausa, hasta la llegada de un cálido tiempo, que sopla y la empuja a volar. 

Enlisto palabras (con la convicción de que la palabra cura), hurgo en el fondo de mis preocupaciones. Mis pensamientos buscan dar forma a la idea de cambio y empujan hacia las teclas un nuevo vocablo: presente, que me evoca la manera de pensar el tiempo de la cultura aymara. ¿Cómo entienden los aymara, lo que para nosotros es futuro?. Para ellos, el pasado está adelante, para poder tenerlo presente, a la vista, en un paso a paso sin ansiedades futuristas. Buscan el sustento de cada día, sin alejarse de la Tierra Madre (Pachamama), en pos de conquistar a la pálida luna, o ver de cerca un rojizo planeta llamado Marte. Viven el presente y miran hacia el pasado porque ahí hay una clave para no cometer un mismo error.

Somos depredadores,
somos humanos,
somos pobreza, 
somos violencia,
 somos injustos, 
somos hipócritas, 
somos inteligentes,
somos negligentes, 
somos pandemia,

pero por sobre todas las cosas, SOMOS. Y si reconocemos el “SOMOS”, puede ser un impulso hacia el afuera de nuestra individualidad. Entonces propiciemos el cuidado y disfrutemos lo que tenemos que vale más que el tiempo-oro: el agua de los ríos que todos los días bebemos, la tierra que nos da cosechas para comer, el fuego que calienta nuestro espíritu, el aire que respiramos cada día.

Tiene que haber una salida para repensar un nuevo mundo, y trato de escribirlo con optimismo. La verdadera vacuna es ahorrar energía, consumir menos, trasladarnos por transportes que no contaminen, producir en comunidades una parte de nuestros alimentos. Todas experiencias, pequeñas vivencias que nos acercarán a la tierra.

Yo conservo una pequeña esperanza, y creo que las generaciones que vienen sí pueden lograrlo, también tengo una  pequeña teoría para estimular nuestra imaginación: 

¿Y si hibernamos?

 Sí, congelemos el tiempo, escuchemos a la naturaleza que nos grita a toda voz enumerando desastres naturales. Aprendamos de ella lo que aún no queremos ver y, al retornar, seamos como la crisálida madura y rompamos el capullo en busca del color. La pandemia le demuestra a nuestra sociedad que se puede parar y pensar, primera manera de hacer hibernar nuestra voracidad, nuestro consumo, nuestra envidia, nuestra violencia, nuestro orgullo. No dejemos de pensar. La vorágine de los días hace crecer nuestra ansiedad y nos convierte en seres antropofágicos: no solo nos mordemos la cola, sino que nos comemos el cuerpo, el nuestro y el de los demás. Entonces, antes de llegar al último bocado pensemos que el tiempo ya no es oro, que no es de nadie, ni de aquellos que se creen Cronos, que por un puñado de billetes, se apoderan de nuestros días. Hibernemos, ¡sí! probemos, ahorremos energía, reduzcamos el exceso de consumo, paremos de “crecer” en las estadísticas económicas y crezcamos en equidad. Compartamos más, fundemos un Fondo Universal Global, conformado por el aporte de las naciones en relación a su Producto Bruto Interno y dividamos el tiempo: cada seis meses un hemisferio produce, y en el otro se aprovecha ese espacio creado. Y el fondo Universal, no solo lo usemos para reducir la jornada laboral (la pandemia pudo hacerlo), sino también para reordenar el nuevo caos, antes y después de que la pandemia se aleje. 

Hace unos años tuve que hibernar. Fue ese un tiempo para revisar lo experimentado y aprender a vivir de otro modo: barbijo, guantes, pelo casi nada, cepillar las frutas, solo verduras cocidas, alejado de cualquier tipo de evento, familiar o no, es decir por un año aislamiento del mundo rodante . El cáncer invade en lo físico y en lo psíquico y el solo hecho de pensar en el futuro, como ahora, abre de inmediato una gran incógnita. También te obliga a reinventarte, a entender lo básico y olvidado de esta vida. Se puede vivir intensamente el día a día, pasito a paso, escalón por escalón, entendiendo que no hay futuro, solo presente. Como lo entienden los aymara, comencé a generar diversos espacios de resistencia, uno de ellos fue empezar a producir mi propio alimento. 

Si hibernáramos por hemisferios, también tendríamos tiempo para muchas cosas que hoy, el futuro le roba a nuestro presente.

 Aprovechemos la experiencia que nos muestra la pandemia, que ha detenido al mundo por unos meses. Sí claro, muchos pensarán y con razón que hay gente sin trabajo y cayendo en la miseria, pero eso no es producto de la pandemia, sino del individualismo reinante en nuestra sociedad alejada de su mejor espejo: la naturaleza.

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