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Santiago de Chile: María Luisa, Providencia

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Santiago de Chile: María Luisa, Providencia

Por Mike Wilson

Los modos de recorrer la ciudad tal vez se vinculen con las formas de escribir sobre ellas: detenerse en los detalles triviales para convertirlos en material narrable, tomar lo fragmentario para volverlo sistema, mirar de nuevo lo visitado y redescubrirlo. Autores nos invitan a viajar por los espacios escondidos de sus ciudades.


En el límite de Santiago Centro y el barrio Providencia hay un parque largo que se llama parque Bustamente. Es lindo y todo, y hay gente rara y pasan cosas ahí pero el parque en sí no me interesa tanto, digo quizá un poco, pero no para esto. A un costado del parque hay una calle chiquita y bastante quieta que se llama María Luisa Santander y casi de inmediato se bifurca y se abre un paisaje esquizoide. A veces me detengo ahí mismo desde dónde tomé la fotografía, me detengo y confirmo que en María Luisa no ocurre nada. Me quedo unos segundos mirando, pero el tiempo se alarga, como si en ese lugar los segundos se arrastraran un poco más. Es la perspectiva creo, siempre me ha gustado. Hará unos diez años desde que vi a María Luisa por primera vez. De inmediato noté que ella es piola, no representa nada muy importante, no es un barrio privilegiado ni marginal, no es muy Providencia ni muy Centro, no es una calle cool, ni es pintoresca, no es tradicional (y sí, hay banderas en la foto pero es porque la tomé justo durante la semana de fiestas patrias), pero no es nada excepcional en ese sentido, gente no la busca mucho ni se juntan en sus aceras. Yo nunca voy a ese lugar, digo sí voy pero no, voy a otras partes y a veces paso por ahí pero nunca es un destino. Y María Luisa sólo me gusta desde ese ángulo, observada desde su entrada. Si ingreso y avanzo por la izquierda o por la derecha deja de gustarme, se pierde el efecto y pasa a ser otra calle más. Es un pedazo enano de Santiago que me interesa, o mejor dicho un punto, ése punto desde dónde la realidad parece partirse en dos, y me gusta cómo ambas calles son curvas al final y no se sabe a dónde van. Me paro ahí en ese lugar y disfruto de la disonancia que se produce en mi cabeza. Sé que hay bifurcaciones así en todas la ciudades, acá en Buenos Aires abundan también, pero María Luisa me perturba más que otras. No sé si son los colores o la inclinación del pavimento, el ángulo del horizonte, las líneas de alquitrán, o esa suciedad pareja y democrática y bella que maquilla todo, quizá sería más elegante decirle pátina, pero algo tiene que me hace sentir que estoy viendo las cosas a través de un estereoscopio. Me gusta hacer cómo que no sé que hay más allá de las curvas, que yo soy un observador que observa dividido en dos, que me vuelvo bicéfalo y que María Luisa me devuelve la mirada y que le soy extraño, porque soy una singularidad en una calle bífida. Sé que se supone que debía hablar sobre algo propio de la ciudad en la que vivo y técnicamente lo estoy haciendo. Pero ella no es particularmente santiaguina, ni siquiera chilena. Es como si por accidente se encontrara cerca de donde vivo. Su carácter no es nacional, tampoco es cultural en ese sentido, es para mí, o así lo creo, más un espacio mental que físico. Cosas pasan en mi cabeza al ponerme ahí, a lo mejor es una suerte de calambre mental, pero es bueno, me hace pensar de otra forma, ver y entender los lugares como si fueran más que simplemente un espacio cultural, ideológico o histórico. O no pensar en María Luisa como un lugar, sino como un dispositivo accidental que solamente se activa cuando la observas desde un punto específico y así ella te invade, te fisura.

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