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Santa fe, la capital

Bitácora

Santa fe, la capital

Por Patricia Suárez

Luego de cuatro días de actividades, el Filba Nacional de Santa Fe 2013, se despidió con una lectura colectiva de textos escritos a partir de recorridos por diversos puntos de la ciudad de Santa Fe. 

Está en la intención de quienes vinimos aquí, conocer los modos y el espacio en que varios artistas litoraleños desarrollaron su obra. Está la intención de entender la cabeza de estos artistas para crear la obra que hicieron partiendo de aquí. Y el corazón, de ellos, la rotundidez de sostener un sentimiento y una voluntad: la escritura.

Yo soy rosarina de nacimiento y de pronto, viendo la importancia del río en la vida de estos escritores, me di cuenta de una verdad de perogrullo: hay escritores que se formaron sin ver el río y lo que es más bestia de mi parte, venir a darme cuenta en este festival: hay personas que viven sin tener un río cerca. Y uso el verbo tener ex profeso: el río se tiene, es el paisaje que está dentro, el lugar. De pronto me di cuenta que nunca viví en ninguna ciudad lejos del río. No cerca, pero no lejos. Debía verlo desde alguna callecita, desde algún balcón, ¡desde el ventanal de alguna editorial!

Santa Fe ciudad fue para mí siempre el lugar del coqueteo. Acá el sol brilla más, el calor es más grande, es una ciudad tropical respecto de Rosario, un Macondo en pequeña escala. Un rosarino nunca dice que es santafesino. Si alguien presenta a un rosarino como santafesino, el rosarino en cuestión corrige y dice: No, no. Soy Rosarino.

Rosario es una ciudad con otra tradición, sin achiras, sin alfajores merengo, sin pavura ante las inundaciones. Rosario tiene una barranca de 70 metros y no existe ese peligro. Rosario es (o era) la segunda ciudad del país. Los rosarinos están orgulloso de su ciudad y por eso, para ellos o para nosotros (no sé acá como decir, porque yo me hice porteña a los tres meses de mudarme a Buenos Aires, hace diez años, para poder asociarme a la Biblioteca del Goethe), Santa fe es una especie de jungla pero sin Mogwli.

Acá, había amigos abiertos a la curiosidad literaria. Ellos enseñaban otra forma de vivir la literatura o para ser más precisa, el mercado editorial. Hace unos días Maurer, contó en un paseo, que Saer se había convencido de que escribir se puede hacer en cualquier parte, gracias a que Juanele lo pregonaba. Claro, agregó Maurer, así muchos escritores murieron en la miseria y de hecho, Saer mismo se fue y se fue porque necesitaba irse.

Vine por primera vez a Santa fe un 21 de diciembre del 94 o del 95. Venía a cobrar unas colaboraciones que había hecho en el Diario El Litoral, adonde Enrique Butti, muy amablemente, aceptó que las hiciera y me enseñó. Llegué con un vestidito negro y medias largas negras, porque me parecía más elegante y noté que toda la gente me miraba las piernas. Supongo que creían que tenía una enfermedad en la piel o que estaba loca: los banners de la calle decía: 42 ºC.

Butti me invitó a los encuentros que allí realizaban, llamados Fanny Ubeda, por la mucama de Borges. En un encuentro, tímidamente, me acerqué a Hebe Uhart, en un baño y le pedí ir a su taller. Se convirtió en mi maestra por varios años. Pero había más gente, más santafesinos que amaban y odiaban a Saer, por turnos.
A mí Saer me gusta, sin deslumbrarme ni asombrarme.

Y esto no consiste en quitarle méritos a su obra, y menos yo, que no soy quien para hacerlo. Colijo de mi lectura hedónica de Saer, que no lo pasó bien tal vez por pereza y tal vez por tozudez. No obstante, creo que Saer es para los santafesinos, un referente cultural muy importante y la prueba viviente de que se puede (tanto como lo demostró Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Di Benedetto, Moyano –Daniel, no Hugo- y tantos otros) escribir viniendo de donde uno venga y marcar un antes y un después en la literatura. Fue la intención de los que somos medio de adentro y medio de afuera transmitir la experiencia y el entusiasmo y decir: Es posible, si lo desean muy fuerte, pueden escribir desde donde sea.

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