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Rutas de autor
Rutas de autor. Buenos Aires #Filba2021
Por Inés Ulanosvky
Camino por Buenos Aires, que para mí nunca será CABA. Mi recorrido empieza en el cruce de Medrano y Corrientes, en el barrio de Almagro pero podría empezar en cualquier otro punto de la ciudad.
No importa donde empieza porque siempre termina en el mismo lugar: el centro. Existe una fuerza desconocida, como un imán que me lleva ahí todas las veces.
Para mi expedición solo llevo auriculares y celular. El celular es también un walkman, una cámara de fotos y de video, un grabador de sonidos, un anotador y hasta un teléfono. Observo todo lo que me rodea con cierta distancia. Por momentos me siento una naturalista del siglo XIX que descubre un continente desconocido.
Otras veces soy una arqueóloga que busca obsesivamente restos del pasado.
Camino despacio. Detengo mi marcha en cada volquete o contenedor de basura.
Desde hace algún tiempo me interesa entender lo que la gente descarta, voy mirando el piso y todavía me sorprende encontrar papeles, fotos y cartas. Los fotografío invadida por una calma extraña, como una leve resignación. También lo hago con la responsabilidad de documentar eso que está a punto de desaparecer.
Voy por Corrientes, la calle por la que caminé más veces en mi vida. Conozco el camino de memoria y puedo dejar de prestar atención sin miedo a perderme.Algunos de los carteles, edificios o negocios que estuvieron siempre ahí, ya no existen más. Desaparecieron como las migas de pan que Hansel y Gretel tiraron en el bosque para saber el camino de regreso. La ciudad que habito es la misma, pero también otra que por momentos desconozco.
Me alivia encontrar comercios que en sus vidrieras llevan escritas frases como “80 años juntos” o “Desde 1930”, exhibiendo el orgullo de existir y de permanecer en el mismo lugar hace tanto tiempo. Como si me dijeran, tranquila, vamos a seguir estando.
Hice un listado con mis atracciones turísticas preferidas: Me gustan los bares que ofrecen el café en vaso y la soda en sifón. Me gustan las vidrieras raras, los comercios que arreglan cosas, los edificios que tienen nombre,las paredes que tienen números, dibujos y palabras. Me gustan las puertas de madera y los toldos de chapa, los kioskos de revistas y las galerías.Me gusta descubrir edificios que no había visto nunca. Me gusta ver gatos en las ventanas, ver perros en las ventanas. Me gusta la luz que tiene el obelisco a las ocho de la mañana y la Plaza de Mayo en cualquier momento del día. Me gustan los restaurantes en los que hay fotos de famosos. Me gusta la erosión de la pintura sobre el asfalto. Me gustan los adoquines y las plantas que crecen en lugares aparentemente equivocados.
Reviso las fotos que saqué el último año en mis expediciones y advierto que podrían formar parte de un inventario de todo lo que está en peligro de extinción. Me doy cuenta que solo me detuve a registrar objetos, personas y lugares del siglo pasado. No hay paisajes, hay autos, barras de bares, banquetas de cuerina, buzones, porteros eléctricos, tapas en el piso, carteles, sifones suicidas, bombonerías y letras doradas, muchísimas letras doradas, pintadas a mano.
Hice fotos de relojerías, de estacionamientos y de las palabras hora, día y mes, muchas veces hora, día y mes escritas con distintas tipografías. Entré a una librería en la que aún se venden índices telefónicos y agendas perpetuas. Pasé por una casa de fotografía que todavía hace copias de papel, vi un videoclub que ofrecía “todas las películas del mundo” y estuve a punto de comprar tres pósters por 390 pesos.
Registré paredes de Frente Brill, un revestimiento hecho de vidrio molido que solo brilla con la luz del sol. Vi el interior de un televisor viejo y un casette tirado en una alcantarilla. No me lo llevé. Ahora me arrepiento. Tal vez en ese souvenir del pasado había alguna pista.