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Rombo rojo

Recorrido literario

Rombo rojo

Por Carla Maliandi

Cuatro relatos inspirados en Julio Le Parc, artista pionero del arte lumínico y cinético. #Filba11 - 2019

Hoy vi a Irma. Fue en la excursión al museo. Ella es realmente hermosa. Cuando la vi me pareció como si todo a mi alrededor se derritiera, como si el piso se aflojara. Me pareció que mi cuerpo se elevaba un poco como en la publicidad de los trajes antigravitacionales. Quise hablarle pero las palabras no me salían. Ella caminaba lento por la sala, se detenía en cada obra, primero fijaba la mirada en un punto del cuadro, después en otro y en otro y después se alejaba para verlo por completo. Yo la veía hacer esto sin poder moverme, mis compañeros daban vueltas por la sala, entraban, salían y yo sentía un calor que me subía por las piernas hasta la cabeza. Cuando mi mamá me preguntó qué fue lo que más me gustó del museo le contesté el silencio, aunque lo que me gustó más fue ver a Irma. Mi mamá nunca fue a un museo, así que le tuve que describir todas las obras que había ahí. Le hablé de los períodos que nos enseñaron en Historia del arte, intenté explicarle la diferencia entre las pinturas figurativas y las abstractas pero a ella le resulta difícil mantener la atención más de tres minutos. Ahora está dormida y no creo que se despierte hasta mañana al mediodía. Tomó dos miligramos de calmatil porque sintió otra vez que le venía el acceso de ira.

Cuando hace un esfuerzo grande por concentrarse y no lo logra le pasa eso. Se enoja mucho, pero no conmigo, creo que con ella misma o con algo que hay afuera de casa. Una vez empezó a darle piñas a la ventana hasta que el vidrio se rompió y se cortó toda la mano. Yo se la vendé con un repasador blanco que se llenó de sangre enseguida, entonces le puse una toalla y después otra hasta que la sangre paró. La ventana quedó rota mucho tiempo y aunque la tapé con una bolsa me parecía que el humo y todo el ruido de la calle se filtraban por ese agujero. A veces yo me encerraba en el ropero para no escuchar el ruido pero mi mamá decía que me podía asfixiar y se ocupó de conseguir un vidriero para que arreglara la ventana. Ahora duerme y a mí me gustaría hablarle de Irma, preguntarle si alguna vez ella sintió algo parecido. Es que cuando apareció Irma en el museo yo ya no pude ver nada más, miraba las pinturas pero no las veía, no estaba ciego pero era como si todas esas figuras no llegaran a mi cerebro, como si la distancia que las separaba de mí las diluyera o las desintegrara.

Antes de salir esta mañana mi mamá me dijo: un museo debe ser algo muy lindo. Lo dijo sonriendo pero con los ojos tristes. Por eso yo traté de memorizar todo lo que pude para contárselo: el relieve del óleo en los mares, la profundidad en el plano que se crea con la perspectiva, la sensación de ser observado por el cuadro y no al revés, y como el tiempo me pareció detenerse en el silencio de las salas, en el sonido de los pasos aislados. Todo lo memoricé hasta que vi a Irma. No sabía que su curso estaba en el museo. Ahora que lo pienso ella también miraba todo como estudiando; creo que por eso tampoco quise interrumpirla, o quizás sólo fue por nervios o por vergüenza o por el miedo de quedarme sin palabras porque lo que me pasó fue eso, que se me fueron las palabras, nada encontraba para decirle que todo alrededor se estaba transformando y que el corazón me latía en las manos y en las rodillas. Empecé a seguir a Irma por las salas del museo porque mis piernas me llevaban adonde ella iba. Irma entre los impresionistas, Irma entre los cubistas, Irma entre los surrealistas. Cuando llegamos a la sala de arte cinético la vi moverse y multiplicarse entre láminas espejadas. Quisiera contarle todo esto a mamá cuando despierte, olvidarme de las cosas de la clase y sólo contarle como era el reflejo fragmentado de Irma. Sus muchos ojos, sus muchas piernas, sus muchas manos. Su recorrido zigzagueante entre triángulos de metal. Y el momento en que ella y yo juntos nos detuvimos frente a un rombo rojo. Nos lo quedamos mirando callados, parecía que podíamos atravesarlo y aparecer donde quisiéramos. Y eso no requería traspasar la pared, sólo estar ahí quietos y concentrados.

Yo me acerqué un poco a Irma para decirle algunas cosas que estaba pensando, que si notaba que todo el ruido de afuera había parado, que si ella quería cada vez que lo necesitara yo podía esperarla en ese lugar, justo frente al rombo, pero no dije nada.

Ahora veo dormir a mi mamá, por momentos sus párpados parecen moverse y me pregunto si soñará cuando toma el calmatil y qué forma tendrán sus sueños si los tiene, si descansará del rugido de los motores, si recordará el sonido de los insectos, si escuchará su propio latido, si encontrará una puerta por la cuál fugarse.
 
 

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