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Bitácora
Réquiem por Tommi Parkko
Por Sebastián Martínez Daniell
Un partido de fútbol junto a Tommi Parkko.
26 de agosto, 13:51:
Al cronista le llega un mensaje al teléfono. No tiene el número registrado. Pero las dos primeras palabras que aparecen en la pantalla son “Hola” y “Sebastián”. Ambas le resultan familiares; eso le da confianza. Abre el mensaje. Resulta ser que lo envía una de las organizadoras de este festival. Llamémosla Organizadora C. Quiere invitarlo a participar. “La actividad se llama Bitácoras”, le cuenta. Y el cronista se dice a sí mismo: puedo hacer una bitácora, por qué no, por supuesto que puedo. Tengo marinos en mi árbol genealógico, estoy habituado a la lógica secuencial, consecutiva del paso del tiempo… Pero hay dos detalles a tener en cuenta, le advierte la Organizadora C. El primero es crucial: en el centro de la bitácora tiene que haber un acontecimiento. Ese acontecimiento fundante, basal, aún se desconoce. ¡Mejor!, piensa el cronista. Si ya conociéramos el acontecimiento, todo quedaría expuesto bajo la luz hiriente de la nomenclatura, todo se desluciría. El segundo detalle: serán dos quienes participen de ese acontecimiento, serán dos quienes abreven del manantial helado del suceso. Uno será el cronista. El otro, un poeta finlandés.
15:56:
El cronista responde. “Hola, ¿cómo estás?”, dice atento, diplomático. “Gracias por la invitación”. Después, ya más cauteloso, completa: “Sí, podría ser…”. Y deja abierto el escenario al dominio de la incertidumbre. “Podría ser” implica, siempre, también, “podría no-ser”. Pero esos meandros en el curso sinuoso del lenguaje deben ser soslayados cuando hay que organizar un festival. De modo que la Organizadora C responde: “¡Buenísimo, Sebastián, qué alegría!”. Y el cronista ya sabe que no hay marcha atrás.
16:31:
En la casilla del correo electrónico, un mensaje de la Organizadora C. La mayor parte se confirma; un solo dato se rectifica: el poeta es, sí, finlandés. Pero es otro poeta finlandés. Tommi Parkko. Ese sí es un nombre estupendo, piensa el cronista.
8 de septiembre, 12:07:
Vuelve a sonar el teléfono. Es la Organizadora C. Un mensaje de audio. Noticias importantes, noticias fuertes: el acontecimiento se ha definido. El futuro ha dejado de ser borroso, embrionario. El acontecimiento, podemos decir, ha nacido. Se trata de ir a ver un partido de fútbol. La Organizadora C, prudente, previene al cronista: “fútbol…, no sé si será tu pasión más fervorosa, pero se trata de una experiencia que puede resultar interesante, el aspecto sociohistórico, el antropológico…”. El cronista la interrumpe, avienta cualquier duda, cualquier resquemor: le explica que mira fútbol con regularidad, desde niño, que ha ido muchísimas veces a la cancha, que ha escrito sobre fútbol, que lo ha jugado, que el fútbol es –exagera– su segunda naturaleza. Que vive el fútbol. Qué viva el fútbol. ¡Ah! Pero qué feliz sincronía, celebra la Organizadora C. Y se explaya: Argentinos Juniors recibe a Atlético Tucumán. Ustedes estarán ahí, en el estadio Diego Armando Maradona, La Paternal; serán testigos de la historia… Sí, sí. Pero, sin embargo, ay: un solo soplido, una brisita endeble basta para que la majestuosa perspectiva se desmorone. El partido es un martes; y los martes el cronista dicta clases; un martes no podrá ser.
12:24:
La Organizadora C lamenta la triste coincidencia. “Qué pena”, dice. “Era un programón”. Al partido de fútbol se refiere. Por suerte, hay un Plan B: ir a una marcha, a una movilización política, a un mitin. El cronista duda. Estuvo hace poco en una marcha. Una semana atrás. “No sé”, dice. “Puede ser”, repite. Pero era un programón. Al partido se refiere, claro. ¿Es imprescindible que sea el martes?, pregunta. ¿No puede ser otro partido, otro día?, se exalta: ¡Hay partidos cada día del calendario gregoriano! Primera División, Primera B Nacional, B Metropolitana, Copa Argentina, enumera… ¡Tiene que haber otro partido!, grita, sanguíneo. La Organizadora C lo nota descentrado, fuera de sí. No le responde más.
15:20:
El asunto escala. Llega un nuevo mensaje. Ahora es la Organizadora V. A ella sí la conoce el cronista. La conoce desde antes. Entiende lo que se propone el festival: como en las tomas de rehenes, las autoridades envían una cara conocida a negociar, alguien que el secuestrador reconozca, alguien en quien pueda confiar. Hay un audio, entonces. Y, en el audio, una explicación: el Plan B, la marcha, el mitin político, se impone por una razón cartesiana: no es nada sencillo conseguir acreditaciones para otro partido. El acceso está garantizado en Argentinos Juniors, y Argentinos Juniors juega el martes. Si el martes no se puede, no hay fútbol; si no hay fútbol, hay mitin político. “A menos que vos conozcas otros métodos de entrar a una cancha”, desafía la Organizadora V. El cronista, desde ya, no conoce ningún método ni para entrar a la cancha ni para hacer nada. La realidad se le descascara a cada rato. Pero no se amilana: “Pruebo y después vemos”, le responde.
15:26:
El cronista le comenta toda la situación a su mujer. Confía en ella. Ciegamente. Es una persona de múltiples talentos. Es productora periodística, por caso. Entre otras cosas. Y es quien lo mantiene vivo.
16:10:
El cronista envía un mensaje. Muchos años antes de enviar ese mensaje, se dedicó al periodismo. No era estrictamente un periodista deportivo. Aunque cada tanto le tocaba cubrir algún partido de fútbol, o algún partido de tenis, o algún partido de rugby. Iba a la cancha, tomaba sus notas, escribía una crónica. Lo cierto es que de aquella época le han quedado amigos. Contacta a uno. Le pregunta: ¿Se consiguen acreditaciones para la próxima fecha? Claro, le responden: Tigre - Vélez. Ahí te puedo hacer pasar. Listo, dice el cronista. Gracias.
16:36:
Otro mensaje. Se pavonea ahora el cronista. “Ya conseguí entradas”, le dice, ufano, a la Organizadora V. El partido es en Victoria, distrito de Tigre. Un poco lejos, admite. Pero qué bonito, ¿no? Qué oportunidad. El delta, el Mercado de Frutos, lo eglógico, lo bucólico, el reflejo esmerilado del sol sobre las ondulaciones del río pardo. Los barrios cerrados, su personal de seguridad. Qué más podemos pedir. La Organizadora V no le responde.
16:48:
El cronista busca en la red el mejor modo de llegar hasta la cancha de Tigre. Su mujer, una persona de múltiples talentos, ya dijimos, lo interrumpe. Lo llama, lo convoca con gesto triunfante, perentorio. Le dice: ya está, te resolví todo. Claro, piensa el cronista, ¿pero en qué sentido? San Lorenzo, le responde su mujer. ¿San Lorenzo? Sí, San Lorenzo - River, el domingo, quince treinta. ¿Y Tigre? El cronista está confundido. ¿Y Argentinos Juniors? No, no: San Lorenzo, dice su mujer. Ya está todo arreglado. Todo. Arreglado.
16:53:
La Organizadora V aún no ha respondido. El cronista le envía un nuevo mensaje. Le dice: ahora tenemos dos partidos. Hay un Plan A1 y un Plan A2. Pero es imposible cumplir con ambos. Uno de los partidos es a las trece treinta en Tigre; el otro, a las quince treinta, en el Bajo Flores. Hay que elegir uno. Hay que cernir el acontecimiento.
17:44:
La Organizadora V finalmente contesta: tiempo de definiciones. Vamos con el Plan A2, le dice. Dejá todo en mis manos, le dice también: pasame el contacto. ¿Con quién hay que hablar? El cronista le reenvía una captura de pantalla y un número de teléfono. Nuestro hombre en San Lorenzo es la mano derecha del presidente, le explica. Nada puede fallar.
18:21:
Nuevo mensaje de la Organizadora V. Reenvía un texto del mismísimo Tommi Parkko. Dice el poeta: “Será la primera vez en mi vida que vea un partido de fútbol. ¡Qué emocionante!”. El cronista responde: “Por el amor del cielo, ¿qué hemos hecho?”.
18:32:
Mensaje inesperado. Es la Organizadora A. No la V, no la C, sino la A: la conoce el cronista a ella también. Y ahora ella le pregunta, entre la indignación y la sorpresa: ¿cómo que te gusta el fútbol?, ¿cómo que conseguís entradas con tanta facilidad?, ¿por qué no estamos yendo a ver a Boca todos los fines de semana? El cronista trata de explicarse: sí, le gusta el fútbol; no, no le resulta tan fácil conseguir entradas, todo decanta de una delicada trama de favores y malentendidos que hicimos jugar a nuestro favor. Sí, a él también le encantaría ir a ver a Boca, pero hay un hecho sabido: sin ser socio es imposible. La Organizadora A, decepcionada, dice: “Claro, hay que ser socio o amigo de Di Zeo”. Se refiere a Rafael Di Zeo, en algún momento jefe de la barra brava de Boca. El cronista recuerda algo, una noticia en un portal. La busca. El título: “Rafa Di Zeo le explicó a cuatro judíos ortodoxos cómo se convirtió en el jefe de La Doce”. Inspirador, piensa.
12 de septiembre, 15:10:
Malas noticias. Confusas. La Organizadora V le cuenta al cronista que “la mano derecha del presidente” ha sido contactada pero que la reacción fue de tibio desconcierto. “Mirá”, le dijo la mano derecha, “por este tema ya hablaron con la prensa del club; para evitar superposiciones, sigan por ahí”. El acontecimiento, diríamos, se atoró. El cronista recurre a su mujer: como dijimos, una persona de múltiples talentos. Ella le pinta un panorama más sofisticado, con estrategias de persuasión, con movimientos de repliegue y de avance, le habla de tácticas, de señuelos… Finalmente, el cronista entiende; y transmite ese entendimiento a la Organizadora V: “El asunto es así… hay tres personajes: el señor presidente, la mano derecha del señor presidente y el secretario de prensa. Los tres están implicados en la trama. Ahora hay que saber dónde golpear, elegir ese punto sensible que –con sólo ser rozado– nos abrirá las puertas del estadio”. La Organizadora V traza un nuevo plan.
15:45:
Mensaje del secretario de prensa reenviado por la Organizadora V. “Hola, ¿cómo estás?”, dice el hombre: “No estoy al tanto del tema, nadie me dijo nada. Contame bien de qué se trata”. La confusión no puede ser mayor. El cronista quiere desistir. No ya de la bitácora, del festival, del acontecimiento, del fútbol también, sino de la escritura en sí misma, de ese entramado sémico que pomposamente llaman literatura. ¿Quién la necesita? Añora una vida más simple el cronista, el bosque, el cielo como horizonte, una lata de alubias. Pero la Organizadora V lo arranca de su derrotismo, lo alienta a no bajar los brazos. Juntos replantean: hay que insistir con el secretario de prensa. Si es necesario, apuntar a la mano derecha del presidente. Incluso, al mismísimo señor presidente podrían llamar, si no quedase, por supuesto, más remedio.
17:17:
“Es un tipazo el secretario de prensa”, sorprende ahora la Organizadora V. “Ya está todo encaminado”. Un milagro, piensa el cronista. Todo encaminado, repite para sí. El acontecimiento. Tommi Parkko. La mano derecha. El secretario. Todo. Encaminado.
13 de septiembre, 15:00:
Llega un texto confirmatorio. A la Organizadora V le han enviado instrucciones. Hay que entrar por la puerta cuatro. Pero también puede ser la puerta cinco. Cualquiera de las dos: cuatro o cinco. Cada una tiene un guardián. Uno de ellos siempre miente, otro siempre dice la verdad. Ambos conocen la ley. Los enviarán a la zona de acreditaciones. Allí habrá pulseras. Esas pulseras son mágicas. Transforma a quienes las portan.
15 de septiembre, 13:46:
Cruce de mensajes atinentes a la logística. El nombre clave es Enrique. Taxista. De confianza. Trabaja con el festival. Primero irá por Tommi Parkko. Luego pasará por el cronista. Finalmente, irán los tres hasta el estadio. Los dejará allí Enrique. Y se marchará. Porque una vez cruzado ese Rubicón, el cronista y el poeta estarán por las suyas. Ese será el punto de no retorno.
18 de septiembre, 13:58:
“¡Enrique está yendo para tu casa!”. La Organizadora V anuncia con fanfarrias el día del acontecimiento. El cronista se prepara. Un buzo, una libreta pequeña, un lápiz. Eso bastará, cree. Suena el timbre.
14:02:
Enrique espera de pie, junto al taxi. Un hombre curtido, Enrique, acostumbrado a los trabajos difíciles. El cronista vislumbra la figura de Tommi Parkko en el asiento trasero. Una leyenda, piensa y se mete en el auto. Le estrecha la mano. La mano derecha, sí. Empiezan a hablar. En inglés. Parkko con un acento áspero, ligeramente cerrado, una fluidez envidiable. El cronista, con su propia versión del inglés, lo que él cree que es inglés, pero que parece sonar más bien como un dialecto italiano… pronunciado por un alemán agonizante… que se ha mordido la lengua. De todos modos, Parkko asiente. Y el taxi toma hacia el sur, luego hacia el oeste, otra vez hacia el sur. Avanza rápido. Todo encaminado.
14:22:
Aún dentro del taxi, Parkko revela un dato. No sólo es poeta, también es editor. De poesía. Tiene su propia editorial en Turku, la tercera ciudad más importante de Finlandia. Ha publicado traducciones de Pizarnik. De Huidobro. De Octavio Paz. El cronista también es editor. Se sienten hermanados. Ambos escritores, ambos editores, ambos testigos del acontecimiento.
14:31:
Entre hinchas de San Lorenzo, el taxi llega hasta la puerta cuatro. Parkko baja, el cronista también. Cruzan la avenida Perito Moreno. Se acercan a la reja. Logran pasar el primer control. Alcanzan el sector de acreditaciones, esperan, los atienden, les colocan unas pulseras fluorescentes, entran al estadio, cuarto piso, pupitres de prensa. Todo. Encaminado.
14:44:
Hay tiempo. El partido empieza a las quince treinta. Es el momento ideal para conversar. Aun con el sistema de audio de la cancha atronando música tropical a un volumen inverosímil, hiriente, parece ser el momento ideal. Aunque sea casi imposible escuchar otra cosa más que el padecimiento de los altavoces al borde del colapso, se perfila como el momento ideal. Y es en ese aturdimiento, en esa embriaguez sensorial, que el cronista arriba –célebremente– al inefable centro de su relato; empieza, allí, su desesperación de escritor. Porque, pese a todo, charlan el cronista y el poeta. Los primeros tópicos son los habituales: Borges, Maradona, más inesperadamente Sobre héroes y tumbas. Después el temario se expande hacia zonas más o menos previsibles: las desigualdades sociales de Buenos Aires, el ingreso de Finlandia a la OTAN, el Che Guevara, Ucrania, el Papa Francisco, los nazis que se refugiaron en Argentina, los nazis que se refugiaron en Estados Unidos. Pero ese es recién el comienzo. Siguen las universidades públicas, el antisemitismo en Polonia, la industria papelera nórdica, el oligopolio del papel en la Argentina, los eucaliptos, los talleres literarios, la novia de Tommi –italiana, hija de un fanático de la Fiorentina–, la aurora boreal. ¿Eso es todo? En absoluto: vuelven sobre el peronismo, el PRI mexicano, las corrientes migratorias, el genocidio de los pueblos originarios en América Latina, la singularidad finlandesa y su lengua encapsulada –incomprensible para los suecos, los daneses, los noruegos–, el rol de los pequeños partidos en las repúblicas parlamentarias, la pérdida de poder de los sindicatos en el poscapitalismo salvaje, la influencia rusa en el este europeo, de los Estados Unidos en América Latina, el tenebroso lobby de las embajadas. ¿Terminan? Para nada: conversan sobre las bibliotecas públicas, los subsidios, los índices de lectura, la poesía de T. S. Eliot, las incontables librerías de Buenos Aires, las cuatro librerías de Helsinki, las tiradas que salen de las imprentas, la edición independiente como atajo hacia la ruina económica…
17:26
El cronista levanta la vista hacia el verde césped, y percibe, de un modo semejante a quien sale de una anestesia, que el acontecimiento ha concluido. El partido, claro. Un programón. Parece que perdió San Lorenzo. El poeta y el cronista abandonan los palcos de prensa, salen a la avenida Perito Moreno, caminan entre el gentío hacia el oeste. Toman Varela a la izquierda. En la esquina de la avenida Fernández De la Cruz, una pareja atiende una parrilla al paso, un puesto callejero. Al cronista le parece buena idea: se acerca, invita. “Uno”, pide. Y aclara: “Lo compartimos”. “¿Chori o Paty?”, pregunta el parrillero. “Chori, chori”, responde –como si fuese obvio– el cronista.
17:35
El poeta Tommi Parkko y el cronista, choripán en mano, miran con desconsuelo las filas que hay en las paradas de colectivos. Resuelven seguir caminando por Varela. Hacia el sur pero esencialmente a la deriva. Tres, cuatro cuadras. Cruzan una vía. Siguen, dos, tres cuadras más. Llegan a la avenida Intendente Rabanal. Ven una parada de colectivos despejada. Resuelven esperar el primer ómnibus que pase. Y subirse sin importar demasiado hacia dónde se dirija.
17:38
El poeta sube por primera –y última– vez a un colectivo de la línea noventa y uno. Se entrega al devenir de su recorrido.
17:54
El colectivo llega a Parque de los Patricios. El cronista y el poeta bajan. Cruzan la calle Monteagudo. Encaran hacia la estación del subte H. Descienden a las entrañas de la Tierra. En la escalera mecánica, el cronista le dice al poeta: “Podrías haber sido un mafioso italoamericano: ¿Cómo se llama tu muchacho? Parkko, Tommi Parkko”. Ahí viene el subte.
18:26
Entran en la estación Once. Es hora de que el cronista haga su combinación, regrese a su hogar, al abrazo de su familia. Consulta al poeta: “¿Seguro que sabés llegar hasta el hotel?”. Parkko asiente, quizá presiente. Se abren las puertas neumáticas, se despiden.
18:37
La Organizadora V envía un mensaje al cronista. Quiere saber si todo ha salido bien, si el águila está en el nido. “En lo que a mí respecta”, responde el cronista, “Tommi Parkko está sano y salvo en un vagón de la línea H”.
18:44
El poeta, sentado en el vagón, sufre un espasmo ventral. Un dolor agudo. Lo sorprende. Lo dobla. Muere rápido Parkko. Pero antes, quizá, fugazmente, lamenta haber conocido al cronista. Un programón era. Todo encaminado. Su muerte, una pena. Tenía un nombre estupendo. Los médicos entrevieron un tema bromatológico. Escherichia coli. Estafilococo también. Y Campylobacter. Cólera, salmonella, se entusiasmaron. Como fuere, el poeta, aquí presente, se fue de este mundo con dignidad nórdica. Sus restos se colocaron sobre una pira en medio del estadio de San Lorenzo. El fuego todo lo purifica.
Sirva esta bitácora, la crónica de esta aciaga cadena de sucesos, como homenaje. A Tommi Parkko, en primer lugar: poeta, editor, docente. Y a todas las trabajadoras y todos los trabajadores que hacen posible este festival. Gracias.