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Filbita
Puentes
Por María Inés Falconi
Filbita 2014: Vivir la literatura
LOS CAMINOS DE UN LECTOR
La autora compartió un texto creado a partir de la invitación a recorrer sus historias como lectores para encontrar puentes literarios: construcciones ficcionales, de la realidad, espaciales, geográficas o humanas que hayan unido un punto del universo con otro, gracias al encuentro con los libros.
Cuando me invitaron a participar de esta mesa me propusieron un tema, un hilo conductor: “¿Qué libros fueron como cruzar un puente? ¿Cuáles te llevaron a sentir –física o metafóricamente- que habías llegado a un lugar al que no hubieras llegado de no haber existido el “puente”?
Ahí mismo me di cuenta que me era imposible contestar esa pregunta. No encontraba ningún libro que hubiera marcado tal cambio. Los puentes no existían o tal vez todo era un solo puente. De todas formas, enfrentada a la pregunta empecé a revisar porqué tenía esa sensación y más o menos llegué a esta conclusión: los libros fueron parte de mi vida desde que tengo uso de razón. Siempre estuvieron ahí. Era natural que estuvieran y no representaban una novedad.
Nací en una familia de lectores. En mi casa había Bibliotecas. Más de una. Había libros por todos lados, de placer o de trabajo, pero montones de libros. Teníamos (y aún conservo) hasta una puerta biblioteca, sorpresa y fascinación de todos los que llegaban a mi casa. Entre el mobiliario de mi propio cuarto no recuerdo tanto donde estaban los juguetes como el lugar de la “bibliotequita”, así llamada porque era bajita y tenía mis libros.
A la pobre bibliotequita hubo que envolverla con una sábana bien atada cuando mi hermano empezó a gatear y encontró muy divertido tirar a cada rato todos los libros al suelo.
Los libros nunca me llegaban de a uno, sino por pilas, varios libros de la misma colección. Recuerdo los primeros, la colección “Libritos de oro”. Eran libros con poco texto y mucha imagen sobre variadísimos temas que leía y releía por la noche antes de dormirme. Supongo que me los sabía de memoria y me los iba relatando yo misma hasta que me hacían apagar la luz. Después llegaron otras colecciones, todas ellas seguramente conocidas por los que tienen más o menos mi misma edad, porque la variación no era mucha por aquellos tiempos. Los libros naranja de Constancio C Vigil, que nunca me gustaron demasiado, los de la colección Billiken sobre personajes históricos y los libros encuadernados en cuero de Monteiro Lobato.
No me gustan ahora aquellos libros que intentan, bajo una falsa ficción, enseñar algo. Me suenan a un engaño al lector. Sin embargo, tengo que reconocer que a través de Monteiro Lobato que iba incluyendo en sus libros personajes literarios llegué a conocer por primera vez historias como la del Quijote, la mitología griega, etc.
Apareció por aquella época una publicación de revistas que se compraban en los quioscos y que se llamaban FAbulandias. Otra pila. También me las tragaba. Las Fabulandia traían cuentos tradicionales de Grimm, Perrault, de las mil y una noches, cuentos rusos y demás. Esperaba las revistas ansiosa cada semana.
Llegó inmediatamente la colección Robin Hood que todos conocemos tan bien. Mis preferidos eran los románticos, sobre todo los libros de Louisa Mail Alcott, Mujercitas y todos sus derivados. Las heroínas trágicas me hacían llorar y las historias de amor me apasionaban. Los leí mucho más de una vez a cada uno, al tiempo que iba construyendo una vida fantástica identificándome con esos personajes.
Y así seguí, hasta la adolescencia con “Los siete secretos” o el Grupo de los cinco y otras colecciones de las que no recuerdo el nombre.
Había dos momentos para leer: la noche y la hora de la siesta, sobre todo en verano. Aún sigo manteniendo esos momentos del día (o de la noche) para dedicarme a la lectura sumando a eso un vicio adquirido durante la adolescencia que es leer mientras viajo en colectivo, estoy en salas de espera o hago viajes largos.
Durante la adolescencia las literatura cambió y abandoné la literatura “infantil o juvenil” para sumergirme en la literatura para adultos, no sólo impulsada por las lecturas en la escuela sino por mi propio placer al descubrir esos nuevos textos. Recuerdo épocas o autores: Borges y Cortázar, tan de moda en aquella época; el descubrimiento de Gabriel García Márquez, los autores españoles, la poesía española y la poesía en general, la literatura clásica española, Herman Hesse y tantos más.
El camino de la literatura nunca es un camino que uno transita solo: existen a veces los profesores que nos acercan o nos ayudan a comprender libros, o los amigos con quienes uno puede compartirlos, prestarlos, regalarlos, comentarlos, discutirlos, a veces los padres que nos ayudan a dar el primer paso, a veces los novios y/o maridos. Un buen libro, o mejor dicho, un libro que a uno le gusta, nunca se queda adentro, uno siente la necesidad de compartir, de contar, de dejar que las emociones que nos despertó también sean despertadas en aquellos que uno quiere.
Ya de adulta hice otros sorprendentes descubrimientos como las novelas policiales, género que siempre había despreciado y que ahora me atrapa.
A veces los libros están unidos a ciertos momentos de la vida y no se pueden desprender o a ciertas personas que uno cruza en el camino. Recuerdo por ejemplo haber leído el Quijote, entero, en la playa de Mar del Plata. De hecho, mi viejo libro del Quijote está forrado con un papel de los que envolvían las cajas de los alfajores Havanna. Y no era que estaba tan loca como para llevar esa lectura a la playa sino que tenía que dar el ingreso a la Facultad y tenía que leerlo sí o sí. Sin embargo, me enamoré.
A pesar de eso, cuando me preguntan cuál es mi libro preferido, no puedo contestar. No sé con cuál quedarme y muchas veces, ni siquiera recuerdo todos los títulos que fui leyendo. El camino se hace de libros “importantes”, de libros intrascendentes, de libros atrapantes pero malos o de libros excelentes pero aburridos. El camino de la literatura es caótico, no se sabe adonde va ni como se ordena. El azar tiene tanta importancia como la planificación y tal vez el momento más interesante sea cuando un libro que no conocemos nos sorprende, nos atrapa y no nos suelta.
Tal vez los libros no sean el puente sino el río revuelto y torrentoso que corre por abajo.
Podés escuchar este texto en Spotify leído por su propia autora haciendo click aquí.