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Filbita
Postal de lectura e infancia
Por Clara Levin
Filbita 2012: La infancia como territorio
POSTALES DE INFANCIA
El paso del tiempo otorga la posibilidad de tomar distancia y poder mirar hacia atrás. A veces con nostalgia, otras con humor, y otras tantas, creando nuevas ficciones a partir de pizcas de recuerdos. En este texto, la autora compartió un breve texto inédito en el que la lectura o la literatura son protagonistas de su niñez.
Hola.
Lo que voy a compartir con ustedes, además de ser una postal de infancia en sentido abstracto, lo es de manera concreta. Porque se trata de cartas y postales reales que yo recibí.
Durante la década de los 80, mi tía Cota vivió en Río de Janeiro. Yo soy del ’76, así que era bastante chica y, que me dijeran Brasil, Polonia o la luna, tanto daba en mi mapa infantil de distancias. Además, convengamos que no había Zoom ni Meet ni Skype, y las llamadas telefónicas, vía operadora, eran no sólo muy costosas sino también (y por esa razón) un evento familiar. Para ilustrárselos, mi abuelo compraba helado para los domingos especiales en que nos sentábamos en ronda al lado del teléfono a esperar la comunicación con la Tía Cota.
La cuestión es que la tía Cota no dejó nuestra relación en manos del teléfono. No señor. Durante años, me mandó relatos por vía aérea. Una vez al mes, llegaban de Brasil dos cartas. Una era para mi madre, con chimentos del hospital donde trabajaba mi tía y chismes de los vecinos de su edificio; el otro sobre era para mí, y siempre traía cuentos… maravillosos.
Llegué a recibir más de setenta cuentos. Venían escritos en postales, recetarios médicos, servilletas, páginas de cuaderno, afiches turísticos, cartulinas, folletería de Varig (los chicos no saben: Varig era una aerolínea que ya no vuela más)… Venían en letra prolijita y redondita para que yo la pudiera leer sola. Bueno, otros tenían una letra “pos guardia” que andá-a-entenderla. En fin. Mes tras mes, fui acopiando mi propio tesoro de la juventud. No todos se salvaron. Estos, que conservo hace más de treinta años, son algunos que se salvaron: los que el perro no comió, los que no presté ni perdí, a los que no les derramé jugo ni coca-cola…
Son aventuras de personajes imaginarios (jamás humanos) que dimos en llamar “Los cuentos de Naná Banana”, en honor a uno de los más queribles. Algunos eran: “La señora Ajá”, “Xuxú Caracol”, “El sabio de Buenas Buenas”, “Mundo 1000 color”, “Laila”, “Teté, la ostra”, “La duda”, “El drilo Coco”, “Don Recuerdo”.
Ahora les voy a leer uno para darles una idea de cómo eran. Se titula “El país de la gente que no sabía hacer otra cosa que trabajar”.
Los domingos, mucha gente iba a pasear al parque, pero nunca se veía personas caminando. Todo el mundo corría. El heladero pasaba siempre con su carrito corriendo, y el que quería un helado tenía que correr al lado de él.
No existían los pijamas, nadie perdía tiempo en sacarse la ropa para dormir. Cuando algo les parecía gracioso, decían solamente “¡Ja!”, porque “¡Ja, ja, ja, ja!” era muy largo.
Las casas también eran diferentes: no había comedor. En cambio, los baños se hacían con una mesa al lado de la bañadera, porque las personas comían mientras se bañaban. En las cocinas sólo había botones: uno apretaba un botón y salía un chorizo, apretaba otro botón y salía Coca-Cola, de otro salían bananas ya peladas, y así todo.
Hasta que un día, el presidente del país de la gente que no sabía hacer otra cosa que trabajar les dijo a las personas que vivían allí que el país tenía mucha plata y que no sabía qué hacer con tanta plata. Les dijo que los bancos ya no tenían más lugar para guardar dinero. Y dijo que como él ya había hecho todo lo que tenía que hacer un presidente, se iba a tomar unas vacaciones. Y ordenó que todos dejase de trabajar por unos días.Y todo el mundo viajó. Y tanto les gustaron las vacaciones que nunca más nadie volvió.
Por eso ese país no existe más.
Los libros que se leen, o que nos leen, en la infancia, son la puerta de entrada al hábito de la lectura y a la relación futura con la literatura. Ésta es la diferencia crucial con todos los libros que se leen posteriormente, que pueden ser mejores, aburridos o lo que sea, pero que, lógicamente, ya no serán los primeros que leemos. Y este primer paso, la manera en la que accedemos a algo, condiciona toda la relación futura con esa actividad, razón por la cual no es trivial sino todo lo contrario.
En las lecturas de mi infancia, los protagonistas sin rival fueron los cuentos de Naná Banana, que me escribía desde el extranjero la tía Cota. Ellos me zambulleron en la fantasía de la literatura. Y desde entonces yo vivo en el país de la gente que no sabe hacer otra cosa que leer.
Muchas gracias.