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Números

Bitácora

Números

Por Nona Fernández

Seis escritores fueron invitados a realizar una experiencia particular dentro del marco de Filba y escribieron sobre eso.
Fernández escribe sobre su experiencia en el Bingo Belgrano

Cuarenta y cinco. Cuatro y cinco. Setenta y cuatro. Siete y cuatro. Treinta y tres. Tres y tres. Todo se trata de números. De códigos y números. De cifras luminosas color verde fosforescente instaladas en una pantalla que todos miran mientras van marcando sus cartones con sus lápices. Tachado el cuatro. Tachado el once. Tachado el treinta y nueve. Tres y Nueve, dice la locutora de voz sensual como de telefonista o actriz porno. El número del cartón es el 2125. Dos. Uno. Dos. Cinco. El número de la serie del cartón es el 022377. Y tachado el cuatro. Tachado en once. Tachado el quince. Y son ciento veinte mesas de jugadores. Y son siete puestos por mesa. Y son tres las personas que deben haber como mínimo para abrir una mesa. Y cada puesto de la mesa tiene su orden. Y el número uno, el que llega primero a la mesa, es el que tiene el privilegio de elegir cartón primero. Y hay cartones a tres, a cinco y a diez pesos. Y el número de pesos que puedes ganar es directamente proporcional al precio del cartón. Y deme dos, y deme tres y deme uno. Yo prefiero ir de a uno. Me mantengo en uno, si subo a más de uno después me cuesta bajar. Yo dejé las maquinitas por los cartones. Las maquinitas son peligrosas, perdés todo. Por eso me mantengo en uno. No más, porque pierdo la cabeza. Y yo me quedo cuatro horas jugando. Yo a veces tres. Yo a veces la tarde entera. Es que vivimos aquí en el barrio. Yo voy a buscar la campera y vuelvo. El aire acondicionado me está dando frío. Y el chico que vende los cartones pasa pagándose mientras el juego sigue. Saca tres, cuatro, diez billetes de la mesa. Nadie lo mira mucho, podría llevarse más billetes. A lo mejor lo hace, porque todos están atentos exclusivamente en su cartón. En la pantalla con los números color verde fosforescente y en el cartón. Cincuenta y ocho. Cinco y ocho. Y “línea”, grita una mujer desde algún rincón. Aquí todas son mujeres, por lo menos unas ciento cincuenta mujeres. Los hombres se cuentan con los dedos de una mano. ¿Siete? ¿Ocho? ¿Diez? La mujer que ganó la línea gana un pozo de dos mil ciento cincuenta y dos pesos. Cinco números de su cartón alineados. Y las principiantes como ustedes tienen suerte, eso dicen. Y el que juega sin querer ganar, como ustedes, tiene suerte, eso dicen. Y las mesas donde hay un solo hombre como ésta, atraen la suerte, eso dicen. Y vamos a despertar a la mesa. Y le echamos un vaso de agua en las patas de madera para que se despierte. Y vamos a llamar a la suerte y vamos a dibujar esta pirámide en el reverso de este cartón usado.

La pirámide tiene seis escalones. Cada escalón es un juego. Vamos a mentalizarnos para que la suerte llegue a la mesa y cante alguno de nosotros en los próximos seis juegos. El que cante convida una ronda de cartones. Es un código del bingo, eso dicen. Que no es un código, que lo hace el que quiere. Que tachado el diez y el treinta. Que tachado el cuarenta y tres. Cuatro y tres. Y que cante más despacio, que va muy rápido, que no se le entiende a la boluda. Y que ya van treinta y nueve números. Que a partir de ahora ya no se juega por el gran pozo, que vamos ahora por el súper Bingo. Y que son súper muchos los años que se cuentan aquí dentro. Si son siete puestos por mesa, y si cada puesto de la mesa tiene a una mujer con un promedio de setenta años, cada mesa junta 490 años. Cuatro. Nueve. Cero. Si son ciento veinte mesas llenas de mujeres de cerca de setenta años, hay cincuenta y ocho mil ochocientos años en este Bingo. Cinco. Ocho. Ocho. Cero. Cero. Cero. Y los ánimos se van caldeando, lo mismo que los cuerpos cuanto aguantan tanto año encima. Es que quedan pocos números sin tachar en los cartones. Setenta. Cuarenta y cuatro. Cuatro y cuatro. Y una mujer de varios años habla en la mesa de al lado. Dice algo en voz alta y todos la hacen callar. Calláte, boluda, estamos que cerramos, que nos desconcentras. Que no me callo, dice. Y yo a esta infeliz la conozco. Es loquita, siempre hace lo mismo. Qué impertinente. Qué loca. Y es que la cosa está así. Hay mucha violencia por todas partes. La gente anda enojada, molesta, nerviosa, ¿sabés? Hacen cosas como ésta. Yo vi a un tipo que le pegaba a un pibe en un colectivo. Le pegaba y le pegaba, andá vos a saber por qué. A mí me pegaron el otro día en la calle. Lo pasé a llevar a uno con el auto y el pibe me pegó, ¿te das cuenta? ¡Me pegó! Yo ya no salgo de mi auto en la calle, aunque choque, aunque atropelle a alguien porque no quiero que me peguen. Es que la sociedad está polarizada, dividida, por eso pasan estas cosas. Es la crisis. La violencia ronda por todas partes y ni aquí, en el Bingo, nos salvamos. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Me falta solo un número. El 19. Diez y Nueve. Ese me falta. Pero es esquivo, ayer tampoco quiso aparecer. Por eso hay que llamarlo, pedirlo. Que venga. Que venga. Que nadie lo detenga. Cinco. Cuatro. Tres. Diecinueve, llamo yo. Diecinueve. Va a salir. Va aparecer en la pantalla, va a iluminar con su color verde fosforescente. Y yo voy a cantar y voy a invitarlas a todas con un Chandón y una roda de cartones. Siete cartones más, o catorce, si alguna quiere repetirse. Y no vamos a pelear. No aquí, en el Bingo, donde apostamos a la suerte, que es tan esquiva. Porque los números tienen una lógica, pero la suerte no. La suerte los desordena, los esconde, hace trampa. Pero mojamos las patas de la mesa y dibujamos la pirámide, y tenemos a dos principiantes jóvenes, y a un hombre en la mesa, entonces la suerte no se puede esconder esta tarde. Y ya viene el diecinueve. Estoy que lo veo en la pantalla. Diecinueve. Diecinueve. Diez y nueve. Y tachado el tres, dice la locutora de voz sensual como si aquí lograra calentar a alguien. Tachado el dos. El uno. “Bingo”, grita una vieja octogenaria en alguna mesa lejana, muy lejana, demasiado lejana, llevándose la esquiva suerte entre sus largos años.

Cero. El juego se acaba.

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