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Por Ana Méndez

Filbita 2018: Las historias que nos cuentan
(AUTO) BIOGRAFÍAS APÓCRIFAS
Contar el cuento de quiénes somos no es lo mismo que escribir una biografía. ¿O sí? La autora leyó en el festival este texto escrito a partir de la propuesta de contar sus propias vidas, pero en una biografía apócrifa.

Ana Méndez fue abandonada por su padre a la corta de edad (se supone) de tres años, en una capilla en las afueras de General Villegas. Tiene un vago recuerdo de su madre (algún roce leve, un olor, una tibieza inexplicable), y muy poco de ese hombre, que una tarde la depositó, sin explicaciones, en manos de un cura párroco. Era el año 1963.

El sacerdote, que trató de reconstruir lo previo a su aparición, intuye que ese hombre torvo, desesperado y mudo, no podía hacerse cargo de su hija porque huía de algún hecho inconfesable.

Ese fue el inicio de una situación poco clara e incómoda para el cura, quien se vio obligado a entregar a la niña a un matrimonio sin hijos que vivía en las afueras del pueblo.

Ella, descendiente de eslovacos, rústica y supersticiosa, y él un hombre enamorado, sumiso, aún bajo la tutela de su padre. Ambos dedicados a la horticultura y cría de gallinas.

En un rancho levantado con sus manos, alojaron a Ana.

La niña, a pesar de los reiterados castigos que sufría, producto de la incomprensión de esa madre, creció fuerte y sin temores, audaz y salvaje.

El barrio era su territorio inexpugnable. Nadie se adentraba en él sin su anuencia.

TIEMPOS VIOLENTOS 

De pronto todo se agravó.

Las gallinas eran muchas y corrían desesperadas por el gallinero. Cacareando, batiendo alas, atropellándose entre ellas, provocando estampidas, golpeando contra el alambre.

Ana seleccionó cinco con la mirada y las fue apartando.

De a una las degolló y bebió la sangre. Era su primera sangre. No sintió nada. Le pareció justo. "Diente por diente.", dijo.

Las colgó en el alambrado para que su dueña las viera y comprendiera el mensaje y ya no la molestara.

Impávidos, los padres, ante esa criatura incorregible y violenta, misteriosa, de pocas palabras y de gestos mínimos, siempre alerta, se fueron alejando poco a poco. Parecía que ella no los necesitaba. 

 ADOLESCENCIA 

La adolescencia la sorprendió. Pura pulsión. Se la veía inquieta e intranquila. Más amenazante. La menarca fue su segunda sangre. No comprendió. Dudó en beberla. Pero lo hizo.

Los padres adoptivos, asustados por el encadenamiento de hechos, abandonaron el pueblo y la joven quedó sola en la casa.

Algunas personas de la comunidad, al ver su desamparo, se acercaron para tratar de ayudarla. Entre ellos, el cirujano del pueblo, que le propuso una tarea que ella no pudo rechazar.

En la biblioteca personal del médico encontró alguna respuesta a las tantas preguntas que se hacía y nadie podía responder. 

TIEMPOS DE GLORIA Y REDENCIÓN

Su ingreso al Hospital, como instrumentadora quirúrgica, le permitió asistir a la vida y a la muerte. Canalizar su violencia. Allí logró integrar su sed de sangre con el conocimiento del cuerpo humano, con la visualización directa de vísceras, con la disección minuciosa, con el latido salvaje ante la instancia final. 

ACTUALIDAD

Desde hace diez años permanece internada en el Pabellón Psiquiátrico del Hospital Municipal, debido a que manifestó una conducta compulsiva a donar sangre, coincidente con la desaparición de las reservas del Banco de Sangre durante sus horas de trabajo.

La respuesta, ante la pregunta del por qué, fue: "diente por diente".

Pasa largos períodos escribiendo textos de los que no permite su lectura. Y sólo encuentra alivio leyendo reiteradamente los pocos libros que tiene en su habitación.

EL CASO A. M.

R.H. Blood, residente del Pabellón de Psiquiatría, que tomó el caso de A. M. para su tesis doctoral, al ser consultada, elaboró algunas hipótesis en las que encuentra ciertas coincidencias inquietantes.

La paciente reúne varios rasgos del Síndrome de Renfield o Vampirismo clínico:

-Acontecimiento clave en la infancia.

-Ingestión de sangre y excitación.

-Autovampirismo y avance sobre otras criaturas.

 
Interrogantes que quedan sin respuesta:

-¿Qué motivó a su padre biológico a abandonarla?

-¿Él también estaba afectado por el síndrome de Renfield? 

-¿Su madre lo hacía y él intentó salvarla? 

-¿Quiso ponerse él a salvo de la niña?

 
Lista de libros que A. M. lee obsesivamente:

El Golem, Gustav Meyrink

Drácula, de Bram Stoker

El almohadón de plumas, La gallina degollada, y El vampiro, Horacio Quiroga

La niña desdichada, Edward Gorey

La madre y la muerte, Alberto Laiseca

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