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Por Paula Bombara

Filbita 2016: Literatura y migraciones
RECIÉN LLEGADOS
En este texto, la autora comparte historias familiares, miradas y sentimientos de infancia alrededor de alguien que llega, alguien que parte, o alguien que inició un viaje que dio inicio a nuevos relatos.

Soy del mar de los Sargazos y a la vez soy toda Europa.

Miro anguilas de agua dulce.

Millares de hembras desovando -mueren luego, las mayores; parten, las crías- cubren la superficie de esas aguasalgas.

Lo cuantioso, cuando es de pequeñeces, abruma.

Soy anguila. Estoy en tránsito.

Las mareas cálidas marcan el rumbo y también la memoria. No viajo sola, no respondo sola a los depredadores. Sé que me espera otra cosa allá, en la adultez de los lagos.
Soy de México y al mismo tiempo soy del frío canadiense.

Miro mariposas monarca.

Acolchadas capas de alas en par -muertas, abajo; vivas, arriba- cubriendo los troncos y los suelos hasta el hartazgo.

Lo pequeño, cuando es en cantidades, abruma.

En realidad, soy mariposa monarca. Estoy en tránsito.

Sé que me espera un bosque y allí, la biológica costumbre de continuar en otros vuelos anaranjados y negros.
Soy del invierno ártico y también soy del viento patagónico.

Miro chorlitos dorados.

Cientos de picos y patas sostenidos por pequeños corazones que laten al ritmo de las alas -no hay descanso- fluyendo por el camino de siempre.

Lo silenciado, cuando atraviesa el tiempo, abruma.

Soy chorlito dorado. Estoy en tránsito.

Voy a correr y cazar insectos cuando llegue a la pradera blanca. No hay soledad en la naturaleza. Hay estar solos que es otra cosa.
Soy del mundo y al mismo tiempo soy de ninguna parte.

Miro palabras que germinan en tierras transparentes. Capas y capas de letras diminutas acumulándose -siemprevivas, siempre con su potente carga viral- marcando tantos rumbos como posibilidades.

Lo que se ofrece, cuando es infinito... 

Lo que de verdad soy es palabra. Sí: estoy en tránsito.

Pertenezco a la lengua primera, la del cuerpo. Vaya una a saber qué significa eso en realidad.

Quizás algo relacionado con la sangre.
Esto escribí hace un par de meses, cuando nuestra querida Larisa nos convocó a ser parte del proyecto de la cátedra de diseño e ilustración de Daniel Roldán. Volví a casa, luego de la invitación, pensando que todos somos migrantes desde el inicio pues, en el mejor de los casos, somos un sueño hecho materia, que se desarrolla y prepara para la vida en lo líquido y luego tiene que vivir en lo seco. Menuda migración la del inicio...
Antes de mis seis años me había mudado tantas veces que creía que mudarse era parte de ser grande. También se hizo parte de la danza de mi tiempo el volver estacionalmente a la casa de mis abuelos en Bahía Blanca. Todos los veranos sin excepción yo volvía con mi madre a su casa de la infancia. Volver a lo conocido para verlo siempre diferente, para olerlo siempre parecido. Pero era su casa de la infancia, no la mía. Lo mío era migrar.
Creo que todo migrante lleva en sí algo de permanente.
En mi caso, lo permanente fue el acto de leer. 

Leer para pasar mejor el tiempo de viaje, 

leer para no extrañar mi casa, 

leer para no extrañar las vacaciones, 

leer para arribar al sueño, 

leer en el sopor de la siesta, 

leer en lo crudo de las mañanas,

leer el mismo libro una y otra vez, 

leer los libros de un autor como si leyera su cuerpo, 

leer con ingenuidad, leer con curiosidad, leer con avidez,

con frío, con calor, con temperatura corporal elevada.
En las palabras que se sucedían encontré un modo de ser, un modo de estar en todas y ninguna parte, una manera de aliviarme y, a la vez, de hacerme fuerte. 

Leyendo fui encontrando los lugares de pertenencia que me hacían falta. Cada libro como una casa hecha de papel y recuerdos. Volver a ciertos autores como se vuelve a la casa de los padres. Escritoras, escritores, que suenan como bosque, como mar, como ciudad. Volver a sus alrededores, a sus costas, hacer de sus palabras un lugar donde dormir. Recorrerlos. Caminarlos. Respirarlos.
Creo que todo esto que me sucede en relación a la lectura hizo que comenzara a escribir, que decidiera experimentar qué me pasa cuando soy yo la que construye esos lugares. Y, al escribir, que eligiera seguir migrando, seguir moviéndome entre la ficción y la no ficción, entre el arte y la ciencia, entre lo unívoco y lo plurisignificativo. 

Hoy, hace 11 años y medio que vivo y trabajo en la misma casa. Ahora, a lo permanente del acto de leer se suma lo permanente de la maternidad. Y, sin embargo, siento que me he mudado muchas veces desde que tengo hijos, desde que me dedico a escribir. 

“Me he mudado”, “me he mudado”... la frase se me hace extraña, se me extravía.

“Me he mudado” ¿Mudado de forma? ¿Mudado de espacio? 

Me he mudado sí, de forma, de espacio, de tiempo, muchas veces. 

Aun bajo el mismo techo, mantengo mi naturaleza migrante. Son migraciones quizás de mayor quietud, tal vez más insondables pero son movimientos con un sentido preciso que en realidad desconozco, movimientos que realizo cada tanto casi sin darme cuenta mientras me preparo para el próximo destino. Supongo que lo mismo les sucede a las anguilas, a los chorlitos y a las mariposas.


Podés escuchar este texto en Spotify leído por su propia autora haciendo click aquí.
 

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