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Bitácora
MI FE ES TAN GRANDE COMO ESTE PENAL
Por Carlos Ríos
Carlos Ríos tuvo la misión de ir a hacer un taller de poesía con las internas de un penal de Santiago del Estero. La experiencia fue inspiradora para todxs. Acá. lo que experiementó Carlos Ríos.
Cárcel de Mujeres de Santiago del Estero.- A metros del Salón de Usos Múltiples donde nos esperan las chicas hay una sentencia escrita en la pared que dice, en letras góticas que parecen extraídas de un tatuaje y dentro de un pergamino, DIOS PERDONA PERO NO OLVIDA. De otras paredes cuelgan cuadritos con imágenes religiosas. Es lo primero que vemos al cruzar el gran portón de rejas. En una esquina, una señora nos da la espalda y susurra monosílabos frente al teléfono público. Antes de que lleguen “las chicas” –como suelo llamar a mis alumnas en las cárceles donde trabajo–, las autoridades de la unidad penitenciaria nos reciben con café y los protocolos correspondientes. Exhiben orgullo por la institución. Nos cuentan que es una unidad de población reducida, con poco menos de setenta mujeres, aunque el número va incrementándose año tras año.
Me llama la atención que el lugar esté tan limpio y ordenado. Trabajo en otras unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires que a primera comparación se revelan más degradadas. Que todo esté reluciente habla de organización y sumisiones. Hemos conversado, en distintas veces y con personas que residen en Santiago y se acercaron a las mesas del Filba, sobre las marcas sociales en las que se asienta dicha sumisión. Acá también aparece, con impulsos más o menos soterrados.
Hace algo de calor en la mañana del jueves. Las chicas están sentadas alrededor de tres mesas de plástico. A medida que ganamos confianza dejamos de escuchar los ventiladores de techo. Les doy la bienvenida al taller literario y les cuento cómo vamos a trabajar. El contacto y la proximidad surgen rápido. Les comento de dónde vengo, en qué cárceles trabajo, explico brevemente la importancia del taller en contextos de privación de la libertad. Les comparto una perspectiva que les puede resultar útil: a mis alumnos y alumnas con frecuencia les recuerdo que la reja no tiene que estar adelante sino atrás, porque al momento de recibir la condena caminan hacia su libertad, no dejan de caminar hacia su libertad.
Milka, Doris, Sandra, Nilda, Teresa, Silvina, Ramona, Micaela, Sara, Adela, Gisel, Soledad y Lucrecia son las chicas que se inscribieron al taller de escritura que coordinamos con el escritor Jorge Rosenberg. Al principio las palabras parecen pocas, salen algo mordidas, pero con el correr de los minutos fluyen y la espontaneidad las pone de nuestro lado. La cosa les va gustando. Como las chicas son mayoría les digo que al hablar me voy a incluir en el plural “nosotras”. Creo que les caí bien, a mitad de taller queda más que confirmado.
Arranco con una breve carta que les escribió un alumno mío, alojado en la unidad penitenciaria 45 de Melchor Romero. Cristian, de 23 años, les aconseja: “proyecten un futuro mientras puedan porque en la calle no hay tiempo”. Les pregunto si piensan lo mismo y dicen que sí, que así también lo sienten ellas. Que adentro hay tiempo de sobra para las reflexiones. “La calle te roba tiempo, te absorbe en el movimiento del día a día y no podés detenerte a pensar”, dice una de las chicas.
Si les dan ganas, les digo, pueden escribirle a Cristian. Les parece bien. En la misma carta le responden: “tus palabras me hicieron llorar”, “cuántas verdades hay en tu carta”, “estamos en una pausa y afuera la vida continúa”, “besos inmensos”. Gise decide escribirle aparte, una carta más confesional.
Hablo de poemas, leo un par, después leo un poema que escribí para las internas de la cárcel número 8 de Los Hornos. “En la forma que tenés de arreglarte el pelo detrás de la oreja/ hay esperanza”, les leo. “En el cigarrillo que regalás sin pedir nada a cambio/ hay esperanza”. Con voz pausada les recito. Con el poema llegan las lágrimas. Me dicen que no me preocupe, que están bien, les está gustando el taller.
A continuación suelto la primera consigna de escritura. Para eso llevé una bolsa con tiritas extraídas de poemas de todas las escritoras presentes en el Filba. Las desparramo en las mesas, las chicas leen, se ríen cuando encuentran algún verso insólito o con palabras que no deberían entrar en un poema (hablamos de eso, nos preguntamos qué palabras están habilitadas para entrar y salir de los poemas, qué podríamos hacer para abrir esa tranquera y dejar que entren todas las palabras), de a poco van eligiendo y se ponen a armar una base que les permita inscribir lo propio. Hay buen clima en el taller, las tiritas van y vienen, en las mesas hay producción y alegría.
Después llega el momento de las lecturas. Todo lo puesto en esas hojas suena a confesión. Los relatos más testimoniales atraen el llanto y todas lagrimeamos un poco. Entre lectura y lectura hay silencios difíciles de atravesar. Hago un repaso por los textos que escribieron las chicas, en su mayoría poemas alimentados por decenas de versos de las poetas invitadas al Filba de Santiago: escuchamos que el invierno inaugura una temporada de abandonos; que es necesario escribir y borrar muchas veces para que la historia no se repita; que la promesa de un amor eterno resiste en un oso de peluche; que los fuegos permanecen encendidos allá afuera y son la fuerza necesaria para resistir el encierro; que llegará el día de volver a la casa donde espera un canario listo para cantar; que hay que ir por el camino de los ojos; que al apagar el televisor regresa el olor a tierra de las calles del barrio; que tan sólo en un segundo es posible poner la vida al revés; que la fe crece y se hace grande, más grande que el mismísimo penal.
Las intervenciones de Jorge son muy oportunas para distender. Se sorprenden gratamente al enterarse de que escribe sus columnas en el diario todos los domingos, desde hace años, y a su vez Jorge se ilumina ante la identificación sorpresiva de las lectoras. ¡Siempre lo leemos! En el lugar menos esperado le surgió un club de fans.
El taller va terminándose, les cuento quiénes son las poetas que participan en el Filba y de dónde han venido. Las chicas preguntan si es posible hacer un segundo encuentro. Nos abrazamos con la promesa de regresar el sábado. Yo no recordaba que tenía otra actividad programada para ese día. Al final se resolvió volver al penal el viernes a las cinco de la tarde.
Así lo hicimos. Una doble felicidad.
El segundo taller fue tan intenso como el primero.
Si el primero había tenido momentos de llanto que fue necesario remontar, en el segundo las chicas se la pasaron riéndose y sólo hubo algún que otro momento de tristeza contenida. También estuvieron más sueltas y divertidas en la escritura (seleccionaron un objeto de la vida cotidiana y pensaron en cómo harían para explicárselo a un marciano, luego sumaron dos tiritas de poemas que no tuvieran que ver con el objeto elegido y escribieron tratando de descubrir o inventar alguna conexión posible).
Escribieron con ganas. Hicimos dos, tres rondas de lecturas. No todas conocen las maneras de escribir de sus compañeras, de poner las palabras en el papel. Nunca habían tenido la oportunidad de leerse. Quedan sorprendidas al escucharse, como si dijeran “mirá vos lo que sos capaz de animarte a escribir”. Hay respeto y mucha satisfacción en ese reconocimiento.
Sandra lee un poema sobre su perro Chango que murió cuando ella ya estaba detenida. Cuando salga de la cárcel lo va a ir a buscar, dice, aunque sepa que no está, que no va a estar en ninguna parte. Esa pérdida le causa un profundo dolor. Se tapa la cara, llora. Voy y le doy un abrazo. Es necesario contener. Hablamos de la fuerza de la literatura para traernos a Chango de nuevo, podemos ver gracias al poema cómo mueve la cola y nos olfatea, lo vemos echarse en el piso mientras seguimos con las lecturas.
Jorge lee un texto de su libro. Tiene humor, es súper coloquial y ganchero. Como solemos decir, la rompe. Ese libro quedará para las chicas. Están felices, no lo terminan de creer: ¡el escritor del diario las vino a visitar y les deja su libro!
Estoy por leer un poema cuando una agente nos indica –de manera un poco abrupta y apurada, como sucede suceder con las actividades “fuera de agenda” en la mayoría de las cárceles– que terminó el horario de visita. Nos levantamos, juntamos los materiales de trabajo. Las chicas quieren que me lleve los poemas. Regalo las tiritas. Salimos del salón de usos múltiples. Ese movimiento rápido ayuda a que la despedida no se note tanto.
Nos volvemos a abrazar, nos decimos “hasta luego”, aparecen de nuevo las lágrimas –qué manera de llorar en el taller de Santiago– nos volvemos a saludar y a despedir. No paran los abrazos. Fueron dos talleres intensos, increíbles. La directora de la Cárcel de Mujeres recibe los libros que Jorge, Pablo y el equipo del Filba donaron para la biblioteca. Nos seguimos saludando a la distancia con las manos. Siento que todavía estoy saludándolas.
A las chicas les prometí que al leer esta bitácora iban a estar presentes en el Filba de Santiago del Estero, que ellas también eran una partecita del festival. Les dije que las abrazaría de nuevo para traerlas hasta este lugar.
Y eso hice.