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Filbita
Los movimientos
Por Ángeles Durini
Filbita 2017: Quisiera ser grande
EL OTRO QUE FUIMOS
El niño es “el otro” desde la voz del adulto. Un otro que alguna vez fuimos. ¿De qué formas volvemos a la infancia a través de los libros y las lecturas compartidas? La autora compartió escenas de “ese otro” que fue cuando era niña.
La niebla es un chal que tapa el día
Sonia Caicheo
Sonia Caicheo
Yo, mujer
Niña pequeña
De noche.
Un río neblinoso. En la orilla, un bote. O un piano.
Se desgrana una música.
Yo es impulsada o arrojada o elevada a subir.
Se recuesta. El agua la acuna. Huele olor a barril de vino antiguo.
Yo flota.
La niebla la traga.
Apenas amanece.
El bote llega a una orilla. O a una casa. Yo, dormida.
En el borde, Niña pequeña. Toma el cabo, amarra.
Yo abre los ojos. Estira una mano, pregunta:
¿Vos me trajiste?
La niebla esconde la pregunta.
Niña pequeña corre por la calle, Yo la sigue. Vereda, pasto, casas. Yo siente que alguna vez estuvo en todas esas casas. Niña pequeña se detiene frente a una casa alta, blanca y con techo de pizarra. Entra. Yo mira el portón negro de rejas altas. Abre. Chirrido de portón.
Media mañana.
Yo en la misma calle. Vereda, pasto, casas. Chirrido de portón. Yo ve que de la casa alta, blanca y con techo de pizarra, sale Niña pequeña y corre. Yo va detrás.
Mediodía.
Terraza.
Yo sentada en una silla ancha de varillas de madera blanca con terminaciones en hierro. En su mano izquierda, un vaso de whisky con hielo, soda y una rodaja de limón. Se escuchan voces de niños que provienen del jardín, debajo y más allá de la terraza. Yo cierra los ojos. Martín Pescador, ¿me dejará pasar? El sol cae sobre la cara de Yo.
Yo abre los ojos, se levanta, se acerca a la baranda de piedra.
Jardín.
Niña pequeña juega con un grupo de niños de diferentes edades. El refugio de los ladron es debajo del manzano. Los ladron corren, los polis persiguen. Yo se acerca al árbol cuando no hay nadie. Se para debajo de su sombra. Respira. Niña pequeña ha roto la niebla y la mira, aferrada al tronco. Yo estira la mano.
Una cabeza medio blanca se asoma a la terraza. Yo le reconoce el pelo, la voz, el canto.
Niña pequeña, los niños, se van, corriendo. Entran por dos puertas distintas.
Un pasillo largo. Yo sigue la fila de niños, la última es Niña pequeña. Entran al que llaman cuarto de juegos. Los más grandes mandan. Juegan.
Cuando se van, Niña pequeña queda sola. Se sube a una silla y dice:
Soy Chester Binder, y voy a hacer una prueba.
Niña pequeña hace una reverencia y salta.
Se terminó la siesta. Hay permiso de volver al jardín. Yo lo sabe porque se abren las ventanas de la casa. Los niños de arriba y los niños de abajo se encuentran alrededor del manzano.
Niña pequeña avanza cautelosa hacia el fondo del jardín. Aparece una chancha entre el barro. Niña pequeña la azuza. La chancha ataca. Niña pequeña mantiene el equilibrio. Se acerca. La chancha la empuja y la tira. Yo sabe que a Niña pequeña le duele la cola, el barro, el rayón que se hizo en la cara con la rama que lleva en la mano. Quiere detenerla cuando Niña pequeña se levanta para acercarse otra vez a la chancha, ve sus ojos brillantes de ganas de medirse con el cuerpo gelatinoso y gordo, lujuriosa de que la chancha vuelva a atreverse a empujarla.
Atardecer.
Sala
Abuela y padre de Niña pequeña con un vaso de whisky con soda, hielo y limón, conversan frente a la puerta ventana que da a la terraza. Entra una brisa que vuela brevemente las cortinas. Yo se entretiene en aplastar, con las yemas de los dedos, las moscas que quedan atrapadas entre el plumetí. Una, dos, tres manchitas negras.
Entra Niña pequeña, Yo siente sus ojos, deja de aplastar moscas y se esconde, esa no es su casa. A través de la transparencia ve que Niña pequeña se acerca, levanta la cortina y se esconde junto a ella.
Cuatro, cinco, seis manchitas negras.
Un olor a tecla, como barril de vino antiguo. Es la música del agua, Albeniz, Granada.
Niña pequeña baila como una rosa alrededor de la espalda del padre y de la caja negra y lustrosa. Nada con los brazos y gira con los pies. Yo sigue a Niña pequeña. Sus movimientos no son así de pequeños. No son los mismos. Pero nada.
Noche.
Habitación de Niña pequeña. A oscuras.
Niña pequeña en la cama, los ojos abiertos miran el techo. Trenza los flecos de la frazada. Yo se acurruca a su lado, rompe la niebla con la mano que apoya en el corazón, pregunta:
¿Tenés miedo?
Niña pequeña responde:
No me duermo nunca.
Yo, debajo de la frazada. Trenza.
Alguna de las dos se queda dormida.
Madrugada entre la niebla.
Niña pequeña y Yo en la orilla, junto al bote.
Niña pequeña dice:
No te vayas.
Yo dice:
No me quiero ir.
El bote la espera.
De pronto, a Niña pequeña le brillan los ojos, casi grita, en medio de la casi noche, casi alegre:
Llevame con vos.
Yo dibuja una respuesta con las manos, abre la boca y le entra un pedazo de niebla.
El bote se mece. Yo debe sentarse para no caer al río. Busca con los ojos a Niña pequeña. La niebla solo deja ver la pequeña mano izquierda que suelta el cabo.
Yo revuelve el agua fría con su mano izquierda para hacer brotar la música. Como si respondiera al susurro de la niebla, pregunta:
¿Cuándo me fui quedando quieta?