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LECTURA. Cambia, todo cambia

Lecturas para empezar

LECTURA. Cambia, todo cambia

Por Andi Nachon

La pandemia es una explosión o pausa, dependiendo desde dónde se mire, de un presente incierto y futuro que no se predice. Cuando escuchamos por todas partes que, como dicen Los Iracundos, “el mundo está cambiando”  ¿Qué quedará en nosotrxs, en el mundo después de este encierro, que tiene tanto de ficcional como de real? ¿Cómo y en qué nos cambiará? Seis autorxs nos contaron cómo viven su proceso de transformación en plena pandemia. 

La lectura completa la puedes ver acá

En este archivo compartimos la lectura de Andi Nachon 

Ahora, ahora, en este instante digo.
En lo inconstante, en lo inconsciente, en lo fugaz me disemino.
Néstor Perlongher

Desde marzo, cada día te repetís estos versos. Y subís al cuartito de la terraza. Como la loca del desván, tus jornadas laborales se centran en un espacio acotado y estás cómoda con tu claustro. Ahora. Ahora que es nuestra película de ciencia ficción planetaria. Un tiempo que conjuga virus letales, terraplanistas, fanatismos zombies y la amenaza neoliberal que clava sus garras. Pensás en Debray: cada avance ha sido una espiral en retorno hacia algún arcaísmo. 

Decís esto y admitís: en esta desolación, te tocó el subconjunto afortunado. No perdiste trabajo, son tres y hay terraza. No dirías la vida te sonríe pero sabés el privilegio que ostentan estos meses tuyos en comparación con la realidad más cruenta de tantísima gente amada. Te desdecís y confesás: sos una asalariada. Las jornadas antes extensas, hoy son eternas. Adaptamos trabajos, aceptamos ser recursos disponibles y escuchamos lemas como “no detener la productividad”. Hasta la fin del mundo se capitaliza y se transforma en eslogan vacío.

Sólo en la docencia se hacen presentes otras cuestiones. Y aunque ahí hay comunión, es evidente que algo falta. Pensás los posteos del poeta Javier Roldán, docente en el conurbano, cuando testimonia clases por whatsup y mail y confirma la falta feroz del compartir en común. Es en los sitios más vulnerados, que son la mayoría del universo, donde la ausencia de cuerpo revela la paradoja de nuestro ahora.

Todo cambio conlleva pérdidas. El asunto es que una vez más parece que seremos testigos impotentes de esas pérdidas del lado de la debilidad. Es suficiente con hacer foco en cualquier situación de indefensión para constatar esta realidad. Sean los bolsones escolares, el equilibrio precario con que las mujeres teletrabajando mantienen sus hogares, los humedales quemados o una enfermedad casi fatal para la población arriba de sesenta años. Y definitivamente es la verdad filosa de la violencia puertas adentro y sin límites en esta forzosa convivencia 24/7.

Procurás no abismarte y recordás la canción de Peter Hammil: no intentes decirme que nada cambia, nada muere, nada es nuevo. Pero no era este el cambio que esperabas. Una transformación que reacomoda los privilegios pequeño burgueses a un click de cualquier consumo cultural y toda compra, mientras afuera el mundo estalla. Este cambio deja de lado la verdad del cuerpo. Y, si hay alguna posibilidad de encuentro con otre, es a través de la real fragilidad de estos cuerpos que somos. Poco más.

Si en esto se transformó tu horizonte de sucesos: contame qué hace la escritura con ello.  Mejor: qué va a hacer el poema. Ese espacio en el que todo tiene lugar y es recepcionado como enunciado de realidad, afirma Hamburguer. Tal vez por eso, Anne Carson sostiene que si la prosa es una casa, la poesía es un hombre en llamas corriendo por ella. Una percepción extremada. Lo decís y resuena la urgencia en los versos de Muriel Rukeyser: ¿quién hablará de estos días? / sino yo / sino tú. Y hablar es atestiguar: esa cosa loca que hace el poema con el tiempo al encarnar todo aquello que se pierde.

Te detenés, mirás las plantas y pensás en esta clave: una subjetividad. No un yo. Menos un ego. Así aparece la sabiduría de Mirta Rosenberg: 

No sé,
mejor hablame y te creo. Así como quien reza
sin un deseo de asceta: todo poema es de amor

En este paréntesis de la vida como la entendíamos, la mirada se vuelca hacia dentro y resonamos con el afuera. Pensás este suceso en términos de acción concreta: hacemos eco en conexión. Un ritmo que excede el corset semántico y la jaula de la lengua para crear nuevos sentidos. O, como sostiene Nadia Prado: “Si hay algo que no obedece a ninguna misión ni sucumbe al anquilosamiento o a la banalidad, es el poema.” 

Entonces recordás: “Si algo importa, todo es importante” así llamó Wolfgang Tillmans a su retrospectiva en la Tate Gallery y exhibió todas las fotos que sacó durante un período de tiempo. Su gesto, hermana para vos con el accionar del poema. Si algo importa…

Decís esto y revivís meses en que la tribu poética se amucha en encuentros virtuales. Reaparecen estos versos de Juan García, 

Vuelve, estallido en el ojo
de la memoria, en sombra
sobre lo que no oscurece.


Y Gabby Deccico parece responderle:

en la escritura íntima, 
en la inscripción irrevocable del olvido.
Un jardín en zona inhóspita puede
cambiar la visión del mundo.


Rodeás eso que buscás y fuga: decirnos de otras maneras, dar ese salto al que Úrsula Le Guinn nos instaba cuando afirmó que si el derecho divino fue vivenciado como eterno y cayó, este sistema también puede ser revocado. Si bien los poemas no salvan ni luchan contra el capital, su revuelta íntima da la cara ante esta sociedad espectacular y revela otro espacio de posibilidad. 

Sino pensemos cómo Alicia Genovese recupera el verbo religare:

hacer que la tierra 
sea tierra, vuelva a serlo
con nosotros atados a ella, 
atados a los lazos 
que devuelven confianza,
a la palabra de la protección. 


Compartís estos versos y pensás: sí que son tiempos aciagos, separados por una pantalla de cliches que repiten consignas vacías, homologan y atan. Este real convive con el poema y la voz de cada poeta. No, nos va a salvar el poema: ni escribirlos ni leerlos. Pero sí que ahí late cierta verdad de la experiencia: un espacio que nos vuelca desde nosotres hacia les otres, y permite, incluso en esta época de cuerpos a distancia, un forma de comunión  que nos excede. Ahora vas a detenerte, vas a abandonar el cuartito de la terraza y mientras bajes la escalera, la tía Perlongher de nuevo va a decirte al oído: Ahora, ahora, en este instante digo. / En lo inconstante, en lo inconsciente, en lo fugaz me disemino.

Por estos caminos de ciencia ficción con el imperio contratacando y sin jedys, celebremos que existe el poema: estas cápsulas de tiempo que nos llevan a otras costas, que están más acá, tan cerquita, casi como la respiración de alguien que amás y duerme a tu lado. 

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