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Lectura. 2045

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Lectura. 2045

Por Andrés Burgos

Mitos del futuro próximo: predicciones 2045

Escritores invitados al festival se calzan el traje de videntes para proyectarse al futuro y profetizar como será la literatura, el mundo o sus propias vidas en tres décadas. 


Corre el año 2045 y  para los argentinos se materializa su peor pesadilla: ahora pertenecen a Chile. Es más, en aras de la precisión, habría que oscurecer un tanto el panorama. No pertenecen a Chile. Son Chile. República del Nuevo Chile, en realidad. 

El Antiguo Chile ha desaparecido bajo las aguas del Pacífico. Como consecuencia del calentamiento global, el nivel de ese océano aumentó hasta borrar la estrecha franja de tierra que alguna vez fue pródiga en poetas. Los Andes ahora funcionan como esclusas que mantienen a raya a las mareas y  salvaguardan los linderos de la nueva república de Chile, anteriormente Argentina.

El recorrido hasta el nuevo orden austral es bien conocido por todos. Gracias al monopolio de la información privilegiada, las élites chilenas lograron trepar la cordillera y salvar sus vidas. Dejaron a las masas empobrecidas ahogarse a sus espaldas porque en los relatos realistas como este los pobres siempre pierden. Además, pensaron que en la nuevas tierras encontrarían material en abundancia para cubrir esa base social. Y así fue. 

Los por entonces argentinos se hallaban perdidos en un vacío institucional. La presidenta vitalicia estaba por fuera de la Casa Rosada mientras se recuperaba de una cirugía estética y no hubo quién liderara una reacción ante el ímpetu de los invasores.  El desconcierto catapultó a los recién llegados hasta el poder y lo demás es historia patria. 

En cuestión de meses, los recién llegados los tuvieron a todos convertidos al catolicismo y cantando con pasión desgarrada baladas de Miriam Hernández. Cambiaron los nombres de los equipos de fútbol por aquellos que les recordaban sus orígenes, de modo que Boca pasó a ser Colo Colo, River la U y así sucesivamente. Incluso, ante la desproporción numérica generada por la cantidad de escuadras endémicas, rebautizaron a los sobrantes con nombres de instituciones balompédicas ficticias: San Lorenzo terminó denominado Pelotillehue y Rosario Central sería conocido en adelante como Buenas Peras. 

Los analistas foráneos, tratando de lucir imparciales, buscamos ver el vaso medio lleno en el proceso de colonización, pero no conseguimos ir más allá de señalar un único aspecto positivo: la pérdida de gustos tan incomprensibles para el resto del mundo como el fernet o la música de Spinetta. Pero fue más lo que se perdió. En adelante, la alegría fue solo brasilera. En las calles, en los bares, en los consultorios de los sicoanalistas, no volvió a haber una sonrisa. 

Tanta melancolía trajo una consecuencia imprevista. Jamás, ni en la reciente historia del Nuevo Chile ni en los siglos que duró la anterior nación ahora olvidada, se produjo tanta belleza escrita en esta geografía. Y es que pocos seres sobre la tierra están en capacidad de generar poesía como un argentino triste. Y sí, aunque el gentilicio en esta fábula futurista no es correcto, tomemos la licencia de llamarlo así.  Un argentino triste navega con soltura y lirismo en las aguas oscuras de la esencia humana. A un argentino triste le emana la literatura, se le derrama en cada paso lánguido que da por alguna calle que mencionan recurrentemente en un tango. 

Lo triste de esta historia triste es que nada de lo que se escribe en esta cumbre histórica de las letras será publicado. María Kodama, convertida en un cyborg inmortal, ha perfeccionado el argumento de que cualquier conjunción entre belleza y territorio argentino, o nuevo chileno, es una copia y un irrespeto con la obra de Borges. Su equipo legal ha conseguido que en treinta años no se publique nada nuevo diferente a los libros en los que Martina Stoessel explica que ella es Violetta pero no es Violetta, ejemplares que se siguen vendiendo como pan caliente.

Lo cierto es que como de poesía y belleza no se vive -creo que todos acá podrán confirmarlo- empieza a crecer el inconformismo entre la gente. Quieren de vuelta su alegría. Quieren a los opresores fuera. Y para ello acuden al único líder que los puede ayudar. El único con la fuerza y la claridad para sacarlos de esta encrucijada. El argentino con mayor visión de todos los tiempos: Javier Mascherano. El fenomenal futbolista continúa en perfecto estado físico y no ha dejado cortar ataques del enemigo ni un solo día desde el mundial de Brasil. El ídolo acepta el reto y, como en sus mejores tiempos, acosa al rival, achica la cancha, hace cierres a los costados, comete faltas técnicas lejos del área y ejerce presión continua. Los chilenos, abrumados, terminan huyendo despavoridos a un país vecino y Argentina vuelve a ser Argentina.  

El resto es pura celebración. Tipos con los torsos desnudos sacuden sus camisas en alto, como si fueran hélices, y entonan cánticos donde mandan a todo el mundo a la concha de la puta madre que los recontramilparió mientras agitan arriba y abajo sus barrigas peludas con cada salto. Un argentino feliz está en las antípodas del potencial poético de un argentino triste, es verdad, pero se viven momentos de euforia y no se puede tener todo en la vida. Por lo menos se está asentando la primera piedra para la restauración. Ya habrá tiempo de recuperar la sensata melancolía. 

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