Fundación FILBA

  1. EN
  2. ES /

Archivo

La alegría es cosa seria

Lecturas para empezar

La alegría es cosa seria

Por Clément Bondu

La literatura, como el arte en general, tiende al diálogo, a buscar respuestas para combatir nuestras diferencias, creando experiencias donde el otro, ese al que no somos iguales, es una posibilidad. En esta lectura, escritorxs, apelarán a la libertad de la imaginación para volverse, por un rato, algo totalmente diferente a lo que son. 

"Una novela es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre."
William Faulkner

Si tuviera que escribir algo, diría que los libros son como el tiempo. No tienen origen. Ni punto de partida. Se mantienen allí, desde antes, en su espesor. Con aquello que nos es dado, la vida siempre en medio de la vida, siempre en curso. Los nombres, las voces, los seres, los lugares. En el fondo, siempre empieza así: ya empezó. Un montón de notas en cuadernos, hojas sueltas con cachitos de párrafos y pedacitos de versos escritos a mano, en una ciudad, en un cuarto, en un tren, una mesa, un jardín. Algo así como el gesto del adolescente que no sabe en absoluto qué está haciendo, por qué se pone a escribir, ni adónde lo llevará todo eso, pero igual lo hace, sin pensar demasiado, simplemente porque tiene ganas o necesidad, porque lo imagina posible, lo hace y mejor así. Si no, todo debería conducirlo a abandonar de inmediato la más mínima veleidad, de solo pensar en los siglos pasados y en los miles de libros ya escritos, por no hablar de los miles de libros que están escribiendo miles de vivientes en el mismo momento que él, y en los miles de signos y sueños que se apilan ahora en cada recoveco del mundo.

Por la noche, permanece algún que otro destello. Pequeños trozos sustraídos a la materia negra. Una sensación precisa,  un encuentro, una aparición. Pequeños trozos de materia negra que ya no tenemos por cierto si han existido realmente, si los hemos soñado, o si algún otro los ha visto por nosotros desde otro cuerpo, otro tiempo. ¿Qué sentido podrá tener todo esto? Al escribir mi primera novela, quizá quisiera tan solo no olvidar la luz del sol tal y como se alzó una mañana en Sète, ni el rostro de una mujer a quien había amado en mis tiempos de juventud parisina, ni el frío del invierno por las avenidas desiertas de Berlín, ni la habitación 52 del Napoli Centrale, que sin embargo no existe en ningún otro lado que en aquel libro que estaba escribiendo yo (que entonces pensaba que jamás lograría terminar). ¿Dónde late el corazón de los seres a los que hemos conocido? ¿Aquellos a quienes nos dirigimos, aquellos a quienes no conocemos? ¿Adónde van las cosas vividas? ¿Adónde van las potencialidades? Acaso sea allí donde existan los libros. Del lado de las potencialidades. Por la noche, los contornos se tornan difusos. Un paso. Un paso más. De repente, todo se mueve. Las fronteras de lo visible se estiran hasta el infinito. Los límites se distienden.

Está bien. Continuamos con el gesto del adolescente, sin reflexionar demasiado. Intentando sobre todo nunca sentirnos demasiado escritores, sino más bien otro en lugar de él, otro al mismo tiempo. Alguien a quien conocemos poco y nada, un vecino que se nos parece un poco, un oscuro hermano gemelo que está ahí, a nuestro lado, escribiendo. Eso es lo que hace, sencillamente. Con sus manos. Escribe. Juega con el sentido que a veces damos a las cosas. Con la falta y las despedidas. Repara sus rabias, sus ausencias. Hace hablar a los fantasmas. Mantiene una pequeña conversa con los muertos. Responde a frases que allí quedaron, en suspenso (fueron tantos los años sin saber qué decir). Cada palabra tendrá entonces que conservar un ritmo, cada frase tendrá que sostener su secreto. Con la impresión, a veces, de que las manos queman. Y entonces escribir es hacer fuego. Y arrojar un espejo a las llamas.

Porque hay reflejos. En la lengua, como en la noche. Alguna turbación. Es decir. Allí donde hay algo del otro. Algo del otro, sobre todo. Aquello que zumba en derredor y carece de contornos definidos. Que escapa a la identidad, vive dentro del espacio del sueño, de la interpretación. Porque nunca cesamos de soñar. Nunca cesamos de imaginar nuestra vida al tiempo que la vivimos. Nunca cesamos de imaginar nuestra vida y las vidas de los demás. No hay ninguna línea de ruptura nítida entre el documento y la ficción, entre lo real y la imaginación. Estamos hechos de cuerpos pasajeros, de lazos ambiguos y proyecciones múltiples. Como los deltas de los ríos. Imposible saber dónde termina el agua dulce, dónde comienza el océano. No hay caso. Todo está entreverado. Nosotros y el otro a quien deseamos, admiramos, o que nos inquieta. El otro que se nos escapa. Es el otro el que se nos acerca. ¿Cómo se puede no querer, aunque más no sea mientras dure un libro, intentar ponerse en su lugar? Intentar ponerse en el lugar del otro no implica querer arrebatarle algo. Es un gesto que salva, inclusive, a veces. Por más que sepamos que es batalla perdida, que jamás podremos alcanzarlo del todo. Por más que sepamos que es cosa imposible, irrealizable. Acaso sea precisamente por eso que debemos seguir haciéndolo. Acaso sea precisamente por eso que los libros existen, y que exigen atención y valentía, y mucho tiempo. « Perché la gioia è una cosa seria ». La alegría es cosa seria. Por ella es que fabricamos libros y los damos de leer. Por ella es que trabajamos y retornamos a la labor (aun si a veces, francamente, bien podríamos prescindir de ello). Por ella es que nos arden los ojos de cansancio. Y también por ella es que hacemos palmas y bailamos, cuando todo parece flotar, por ella es que las imágenes surgen, que el ritmo adviene y que de pronto nos sentimos portados por las sombras.

Me gusta pensar que lo lograremos. Que seremos modernos, a nuestro modo. Que preferiremos, para el futuro, lo complejo e inesperado, lo difícil y contradictorio. Que preferiremos la traducción y la interpretación antes que la implacable eficacia de los algoritmos y las computadoras. Que preferiremos cada pequeño fragmento de noche que quede por el mundo antes que la luz blanca de las pantallas. Cada pequeño fragmento de noche, de bosque y de alegría inmemoriales. En nosotros y en el afuera. Allí es donde me gustaría que un día resistieran algunas páginas de un libro. Allí es donde me gustaría celebrar. En el alma de una piedra. En los ojos de un perro. En las sombras de un jardín. Al pie de un árbol pesado. El tiempo es largo, amiga. Busquemos todavía un poco más, del lado de las potencialidades.

Más archivos Clément Bondu