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En el tren

Bitácora

En el tren

Por María Sonia Cristoff

Seis autores recorrieron lugares emblemáticos de la ciudad y los reflejaron a través de su escritura más personal. En esta lectura de cierre, compartieron su propio mapa de Mar del Plata.

Estoy tan acostumbrada a escribir sobre viajes que no hice como si hubiesen sido reales que esta vez, tratándose de un viaje que sí hice, me veo obligada a imaginarlo. Aunque ya sabemos que, si hablamos de literatura, la división entre lo experimentado y lo imaginado es bastante difusa, porosa, diría incluso que inverosímil o inocente, aunque tal cosa irrite a los higienistas de la imaginación. En fin, entonces, para no irme de tema, ocurre que este viaje en tren del que hablo le sucede a una escritora que va a un festival de literatura que transcurre en Mar del Plata, una escritora que se llama Fermina y con la que yo no tengo nada que ver. Nada.

Fermina llega a Constitución a tiempo, milagro que por una vez pudo encarnar recurriendo a una estrategia bastante eficaz que es la de dejar varias cosas sin hacer, entre ellas leer los libros que tenía que leer y escribir los textos que tenía que escribir para participar en las mesas y paneles del Festival. Con lo cual Fermina llega a Constitución a tiempo pero a la vez, también, retrasada. Ella no lo sabe todavía durante el viaje en tren, pero apelando a estrategias de narrador anacrónico puedo adelantar ya, en esta misma línea, que esa procrastinación la tendrá encerrada en su cuarto durante los cuatro días que dure el Festival, tratando de seleccionar los pasajes adecuados entre los libros que carga, o releyendo otros de esos libros como para tener algo para apostar al menos en los paneles, ya que al Casino no llegará a ir.

Pero volvamos al tren. Fermina llega, decía, a tiempo y a la vez a destiempo y también llega aterrada. Esto de depender tanto de los libros la ha puesto así. En la vida en general y en este viaje a la Feliz en particular, porque ocurre que este hecho de llevar libros en la espalda de los que depende lo que tiene para escribir ya lo vivió, y con final nada feliz, hace no muchos años. Hace bastante pocos, en realidad, en un viaje por motivos muy parecidos a este que hace ahora a Mar del Plata, un viaje que hizo al sur de Francia, a Toulouse más precisamente. Llegaba también en aquel caso atrasada con lo que tenía que preparar, los libros en la espalda, el viaje en grupo, etectec. Situación muy similar, en definitiva. En aquel viaje tomó un tren en París, hizo una combinación, y a la noche llegó a Toulouse. En la estación dejó los libros al cuidado de uno de los integrantes del grupo y, cuando volvió del baño, estaban los integrantes pero los libros no. Fermina hubiese preferido la versión exactamente contraria, pero las cosas son como son y en el día que quieren. Y ese día la habían robado. Desde entonces, para ella Toulose no es ya una ciudad francesa sino decididamente inglesa, o australiana, o una ciudad de donde sea que se hable inglés y entonces el topónimo se escriba con la grafía que le corresponde, separadita en dos palabras sajonas que en realidad conforman un verbo en infinitivo, una misma acción, casi siempre de connotaciones desgraciadas: To Lose.

Pero volviendo al pago, entonces, Fermina llega a Constitución en el cruce de esos ejes por lo menos incómodos: a tiempo, a destiempo, un poco en el sur de la provincia de Buenos Aires, un poco en el sur de Francia. Pero Fermina vive en una dislocación permanente siempre y en todo lugar, así que eso no la detendrá. Sentada ya en su butaca, constata que la estación está tan bien restaurada por dentro como por fuera, que no era solo una fachada para ilusionar a los que no toman el tren como solía pensar cada vez que pasaba por ahí, y constata también otra cosa: el nuevo tren recién inaugurado es confortable, los empleados son amables, el viaje en tren puede volver a ser una práctica cotidiana. En un rapto de utopía piensa entonces que los gobiernos de turno no se confabulan solamente para arruinar, entre tantas otras cosas, la zona sur de la ciudad. Pero mientras el tren avanza no puede evitar que por su cabeza desfilen ejemplos varios que demuestran lo contrario. No tiene ganas de pensar en eso ahora, entonces se pone a leer uno de los libros que trajo con ella y que acá, en el corazón de su barrio amado, en el punto más neurálgico del nunca bien ponderado Constitución, estación tercermundista a la que todavía le falta su Gombrowicz, nadie le robó nada.

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