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Mezcladito
El sueño cruzado #Filba2021
Por Maricel Santin
Alicia en el país de las maravillas, el recorrido que Pedro Páramo hace por Comala o La metamorfosis de Kafka podrían ser sueños -barrocos, extremos y bellos- de los que alguna vez hemos tenido (o nos gustaría tener). En esta lectura, Maricel Santin contará qué sueña mientras duerme.
—Hace tres noches sueño con basura —dice mi mamá por teléfono—. Ya no me queda un lugar para pensar en otra cosa. En el de ayer estábamos con la abuela, las dos asqueadas y no dábamos abasto a sacar mugre que chorreaba.
Después de meses de pandemia, voy a ir a visitarla. Me está preparando mentalmente para lo que voy a ver. Le digo que no se preocupe, que igual vamos a estar en el patio. Le aviso que quizás saque unas fotos para el libro que estoy escribiendo sobre ella y otros acumuladores. Me dice que bueno.
—Antes soñaba sapos con lentejuelas. Ese es el sueño más lindo que tuve. La otra noche tuve uno en el que no podía entrar a la cocina porque estaba la puerta trabada. Veía por la ventana que había cartón apilado en la mesada y yo había dejado la hornalla prendida ¿Ves lo que sueño? A mí no es que no me importa.
Esa noche yo sueño que estoy de novia con un albañil. Me está construyendo una casa nueva en la que voy a vivir con mi marido. Cierto que estoy casada. Y también estoy con funciones en el Teatro Colón. El albañil me ve con mi marido y se angustia. Pero es que no me acordaba. Tengo que hablar con su madre. Voy a comprar una cerveza con gusto frutal en un supermercado chino que está por cerrar y casi no tiene productos. Hablan de tal forma que creo que van a bajar la persiana y yo voy a quedar adentro. Me escapo en un micro a la playa con mis amigas del conservatorio, pero ya es el día de volver. Una está llamando a un Uber. Todas están con sus bolsos listos, pero no encontramos a otra y a mí me falta revisar si tengo todo en la mochila. El Uber está en la puerta, decido ir a buscar a la que falta que está boludeando con unos pibes en la playa. Le explico la urgencia y ella se pone a saludar a uno por uno. Me enojo y me voy volando como si nadara en el aire. Mi amiga agarra una bici del gobierno de la ciudad y me juega una carrera. Llegamos bastante parejas. Nos subimos al Uber. Espero haber metido todo en la mochila.
Me despierto contracturada.
Es el día en que voy a visitar a mi mamá.
Me pido un Uber.
Mi papá abre la puerta y me dice que entre, él sale a comprar algo. Mi mamá está escondida. Siempre tarda en dejarse ver. Yo avanzo por el pasillo de la casa en la que crecí en la que ya no quedan huellas mías.
En el comedor diario hay una mesa circular de fórmica y varias sillas de las que en general se puede usar una o dos porque el resto tienen cosas encima: diarios, ropa, la tapa de una olla, bolsitas con misterios adentro. A un costado, el sillón donde duerme mi mamá frente a la tele. Mi papá duerme en la pieza. Hace rato se organizaron así. Tienen el sueño cruzado. Cuando ella se acuesta, él se levanta para ir a trabajar.
Sobre las pilas de cosas que descansan en las sillas, hay dos almohadas última generación. Son de distinto tamaño. Están dentro de sus estuches de plástico cerrados. Nuevas. Sin estrenar. Cada una con su presentación a todo color. “París: almohada de espuma viscoelástica termosensible”. Una rubia despliega su cabellera en un dormir sonriente bajo el lema: “Ingeniería en sueños”. A la derecha, abajo, un hexágono muestra la torre Eiffel. También, se puede ver dibujada la huella que dejó una mano sobre la espuma viscoelástica y en mayúsculas GENTE + SISTEMAS INDUSTRIALES.
Porque todavía quedan cosas por decir, arriba seis hexágonos más prometen:
- Diseño terapéutico anatómico antiestrés.
- Automoldeable: se ajusta a tu forma.
- Sin CFC. Ecológico cuida el planeta.
- Repele los ácaros, ideal para niños.
- Espuma creada por la nasa para sus vuelos espaciales.
- Funda sintética lavable con cierre.
—Las compró papá en lo del tío. Dice que son las que usan los astronautas.
La miro. Espero un minuto. Soltamos juntas la carcajada. Nosotras siempre sabemos de qué nos reímos.
Salimos al patio. En este tiempo nos vemos poco y siempre en exterior. Comemos asado, tarta de coco y dulce de leche, helado, facturas. Hay un mate para mí, otro para mi mamá, otro para mi hermano y su pareja. Nos reímos y discutimos todo seguido, sin reparos ni consecuencias aparentes.
Cuando llega la nochecita me preparo para ir a mi casa actual. Vivo lejos.
—¿Te gustan las almohadas? Llevate la grande.
—No, pa, son de ustedes.
—Es que me traje de dos tamaños diferentes. Quedate una para vos y después le pido al tío otra de cada tamaño.
—¿De verdad no la quieren?
—De verdad.
Me la llevo. Duermo en el espacio unos días.
Sueño.
Es una sesión virtual. Ella me escucha, yo sé que hablo, pero no hay audio. Me veo hablando con mi psicóloga actual. Veo mi nuca y la veo a ella a través de la pantalla del celular. A ella se le cae la Tablet todo el tiempo. Esto pasó la última vez. Pero ahora es más profundo, es como si el piso en el que ella se apoya girara a un ritmo vertiginoso. Tengo al lado los papelitos verdes en los que anoto cosas que me importan, más con intenciones de robar material para un poema que suponiendo que haré progresos reales. En los papelitos dice “Yo puedo perder con conciencia esa identidad. Responsabilidad para mi hija. Madre hace el síntoma. Carga no solo lo propio, también lo del entorno. Psicosis: tres generaciones. Ancestros, guerras. Viaje en el tiempo”. Ahora sí estoy en mi cuerpo. Veo el celular con mi psicóloga adentro y me distrae una imagen que viene de la ventana. Son mis amigas de la infancia Vicky y Camila. Bailan en un balcón de enfrente, saben que las veo. Me resulta raro que esté Camila porque vive en Miami, pero debe haber venido de visita. Le muestro a mi psicóloga cómo bailan mis amigas de la infancia. La psicóloga me dice algo fantástico. Un cierre fabuloso para la sesión. “No hay obligación estar con gente que te hace mal”. Nunca tuve una revelación tan potente.
Cuando me despierto dudo si debiera transferirle el dinero de la sesión.
Vuelvo a visitar a mi familia.
La almohada que no me llevé está sobre la misma silla, quizás sobre la misma pila de ropa, diarios, la tapa de la olla, las bolsas con misterios. Cerrada, sin usar.
—Che, no la usaron. Mirá que es recómoda.
—No, porque tu mamá no entrega la de ella que es un asco. Y si ella no entrega, ya le dije que no le doy esta.
La almohada nueva está al lado de la cama de mi mamá. En el comedor diario donde pasan todo el día. A la vista. Al alcance de la mano. Mi papá busca con la mirada para mostrarme la vieja almohada y no la encuentra.
´—La escondió.
—¿Y por qué no la estrenás vos?
—No voy a estar yo con una almohada como esta y ella con la porquería que usa. Llevásela a la nena. Yo igual compro las otras.
Pasamos otro día en el patio. Con mucha comida, discusiones. También nos reímos como bestias de cosas que no se pueden contar fuera de esa casa. Antes de irme, mi mamá me quiere llenar de productos que compra en oferta: un poett, una lata de atún, dos milanesas congeladas. Yo agarro todo porque le hace bien. Mi papá sugiere que podría llevarme las botellas llenas de plástico para reciclar. Hace un tiempo se me ocurrió que sería una buena manera de tirar sin sufrimiento para mi mamá. Cada etiqueta, los paquetes vacíos, envoltorios, tendrían dentro de la botella un destino ecológico. Pero se volvió una nueva obsesión. Arma muchas y ahí quedan.
La veo a mi mamá preocupada por la posibilidad de que me las lleve.
—¿Tenés dónde dejarlas?
—El jardín donde recibían. Y si no, busco en internet.
Desconfía del futuro de las cosas que suelta. No quiere. Yo no me siento cómoda llevando nada que la haga sufrir. Mi papá desea tanto que algo de todo lo que ella guarda se vaya. Cambio de tema. Le pido sacar fotos para el libro. Está incómoda, igual me dice que sí. No me quiere entorpecer el proyecto. Pero le da vergüenza.
—No voy a poner que son tuyas.
—Ni a tus amigas les muestres.
Prometo. Recorro la casa sacando fotos con ella atrás. Sufre porque veo. Yo ya había visto. Ya vi tanto. Creo que se autoengaña con la idea de que nadie sabe. En un momento me deja sola. Saco fotos más tranquila. Estoy lista para irme.
En el comedor está mi mamá agachada armando los paquetitos con las botellas para que me las lleve.
—Confiá en mí. Van a tener un buen destino.
—Sí, hija, confío en vos.
—Ma, papá dice que tu almohada es una mierda.
—Tiene razón, es un asco.
—Yo no estoy de acuerdo con nada de cómo hacen. Pero aprovechá la ocasión para tirar una porquería y tener una almohada como la gente. Está repiola enserio.
—Y sí, es la de los astronautas.
Estamos emocionadas. Ella me va a dar las botellas y va a tirar una almohada horrible para tener una nueva. Le sigo diciendo todo lo que la quiero y los buenos deseos que tengo para ella hasta que
—Lo que nunca nadie va a entender es por qué estamos hablando esto agachadas.
Nos reímos.
Nos paramos, caminamos hasta la puerta para saludarnos según los protocolos actuales y me voy con las botellas.
Me olvido de llevarme la almohada.