Fundación FILBA

  1. EN
  2. ES /

Archivo

El reino del lugar común

Bitácora

El reino del lugar común

Por Juan Sklar

En cinco días de intensa actividad literaria, seis autores se hicieron el tiempo de recorrer la ciudad y producir literatura. Aquí, a modo de despedida, nos entregan sus textos más personales, escritos a pedido del Festival. 
La consigna de la #bitacora era pasar una tarde remando en el Tigre. Pero hubo sudestada y la experiencia derivó hacia otros canales.

Suena el despertador. Son las 8 de la mañana. Al lado mío duerme Cristal, embarazada de siete meses. Apago el despertador y me quedo en la cama. Cuchareo a Cristal y le agarro la panza. Adentro, mi hijo patea.

Me levanto. Me visto.

-¿Vas a remar con los del FILBA al Tigre hoy?-me pregunta.

Levanto la persiana. Llueve. Abro la ventana. Hace frío.

-No creo- respondo.

* * *

Vamos en el auto, Patricio, Andrea y yo. Patricio trata de explicarle a Andrea cómo es el Tigre y qué representa en la literatura argentina. Andrea no habla español. Yo no hablo italiano, Patricio chapucea unas palabras pero no alcanza. Le propongo a Andrea hablar en inglés.

-Odio el inglés-me responde- Además, hablo lo básico que aprendí en la universidad.

En un intento por animar la charla, le pregunto a Andrea por el concepto de hedonismo político. No conocía a Andrea, pero para la Bitácora leí algunas entrevistas. Encontré una idea que me movió la silla. “Una práctica política que termine con los deseos y los miedos para encontrar un umbral de puro placer.

En la solidaridad hay puro placer”.

-Andrea, ¿me contás un poco sobre el hedonismo político?

-¿Qué es eso?

-Un concepto del que vos hablás.

-No. Yo no nunca hablé de eso.

Un silencio que ni siquiera llega a ser incómodo se apodera del auto.

-Quizás me equivoco, pero en una entrevista hablaste sobre eso y…

-Ah… ya sé. Sí. Escribí un párrafo en un libro viejo, de hace varios años.

-Ah.

Vuelve el silencio. El auto sigue andando.

* * *
Llegamos al Tigre. Hace todavía más frío. Sigue lloviendo.

-No se preocupen- dice Patricio- Remar no vamos a poder, pero quizás podemos dar una vuelta en lancha.

Se va hasta la boletería de la estación fluvial. Vuelve.

-Bueno, no hay lanchas. Hay sudestada, el río está crecido y no sale ninguna embarcación.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Y… nada. Vamos a almorzar y después nos volvemos.

Andrea se va al baño. Me quedo con Patricio.

-Patricio, ¿exactamente de qué tengo que escribir para el FILBA?

-De esto.

-¿De esto?

-Sí.

-Pero… es un garrón esto.

-Y escribí que es un garrón.

* * *
Vamos a comer. Patricio nos lleva a Villa Julia, el restaurant que funciona en lo que era la casa de veraneo del Ingeniero Maschwitz. Se esfuerza por hablar italiano, por conectar con Andrea, por incluirme a mí.

Trabajé 7 años como guía turístico. Sé exactamente cómo se siente Patricio. La ingrata tarea de hacer que los demás disfruten. Cuando tu trabajo consiste en que los demás la pasen bien, la mera abulia de un día de lluvia es un fracaso. Te pone mal y le ponés empeño. Los demás te ven sufrir y les da culpa.

-Patricio-digo

-Sí.

-Ya fue la Bitácora. Pidámonos un vino y a la mierda.

Le cuento a Patricio que fui guía turístico, que entiendo su situación y que no se preocupe. Patricio se alegra y relaja.

Pedimos. En seguida llega el vino. Antes de que venga la comida ya me tomé un copón bien grande. La embriaguez está a kilómetros, pero ya siento el primer efecto de alivio, ese que borra la aspereza del mundo.

Brindamos. Patricio anuncia que no va a tomar porque tiene que manejar.

Sigue la charla. Patricio le habla a Andrea.

-Estuve leyendo tu libro. Muy complicado.

Andrea lo mira tratando de entender.

-Sí. Muy críptico. Lo tuve que dejar.

Lo miro a Patricio. Quizás podemos hablar de mi libro.

-Tu novela, ¿sabés qué? La perdí. Una macana.

Me sirvo vino y me termino el segundo copón. Le pregunto a Andrea si quiere que le sirvan, me dice que no.

* * *

La tercera copa va bajando. El humor en la mesa cambia. No sé cómo, pero de pronto estamos hablando de la Segunda Guerra Mundial, de la historia de la familia de Andrea, de la familia de Patricio, de la mía, del campo de concentración de Fossoli en Italia, de las Camisas Negras, de los Carabinieri, de los judíos italianos. La cosa se pone interesante. Se habla de Primo Levi, de Hannah Arendt, de campos de exterminio y escapes milagrosos. Madres sacrificándose por sus hijos, cruces de fronteras, barcos a la Argentina. La charla navega hacia el mundillo literario, sus chismes e intrigas. Andrea cuenta algunas historias de Italia. Parece que los ambientes librescos son todos muy parecidos. Nos reímos. La comida llega a su fin y yo estoy muy animado. Liquido la botella.

Vamos al auto y sigue la charla.

-¿Vieron?- digo- Fue el vino lo que salvó la tarde.

Y empiezo una perorata sobre Dionisio, patrono del teatro y el vino, lubricante de las charlas y los espíritus.

-Yo tomé media copa- dice Andrea-

-Yo al final no tomé- dice Patricio- Tenía que manejar.

Me río. En el espejo del auto veo mi sonrisa zarzamora. El violeta en la lengua y los bordes de los dientes. Cierro la boca.

El único que estaba realmente incómodo era yo. El único que necesitó tragarse dos copitas al hilo para sobrellevar el momento, fui yo. El único que creyó que después del almuerzo todo se había arreglado, fui yo.

Se hizo silencio en el auto. Íbamos por Libertador, mano al centro.

Recordé la una conversación con Cristal hace un par de días, cuando me preguntó si estaba angustiado. Le dije que no. Después me preguntó si no notaba que los viernes tomaba bastante y que el sábado a la mañana, cuando ella llegaba de la guardia, me encontraba siempre hecho mierda, con la habitación inundada de un vaho tóxico irrespirable. Que ella me esperaba para almorzar y yo dormía hasta las 3 de la tarde. Le dije que no. Que no lo notaba.

Vuelven a mí todas las situaciones tensas que en los últimos meses navegué con un dedito de Johnny Doble Negro. Fue más de una y fue más de un dedo.

No soy un gran bebedor. Soy un hombrecito lleno de miedo que en dos meses va a ser padre.

Preocupado porque su costumbre es defraudar a las mujeres que ama. Pero que esta vez quiere que las cosas sean diferentes.

Quiero que cuando mi hijo crezca, vos me sigas mirando como lo hacés ahora.

¿Cómo hago para estar a la altura de mis propias expectativas? ¿Cómo hago para transformarme en el hombre que soy cuando escribo?

Dejamos a Andrea en el hotel. Patricio me lleva a mi casa. En el camino le pregunto por su familia, por cómo es ser padre. Me cuenta de ver películas con su hijo, de buscarlo por el colegio, de enseñarle a andar en bicicleta y de otras escenas iguales a todas las otras escenas de padres e hijos. Escucharlo me tranquiliza. Parece feliz.

Hace poco, un amigo, hablando de su hija de un año, me dijo. La paternidad es el reino del lugar común. Quizás tenga razón. Quizás la satisfacción sea el reino del lugar común. No quiero ser especial. Quiero ser un buen padre. Quiero que mi mujer deje de sufrir por verme desquiciado y manija o derrotado y piltrafa. Quiero que un sábado llegue de la guardia y haya olor a incienso

Más archivos Juan Sklar