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El bebé

Filbita

El bebé

Por Julia Green

Filbita 2017: Quisiera ser grande
EL OTRO QUE FUIMOS
El niño es “el otro” desde la voz del adulto. Un otro que alguna vez fuimos. ¿De qué formas volvemos a la infancia a través de los libros y las lecturas compartidas? La autora inglesa compartió escenas de “ese otro” que fuer cuando era niña.

Éramos tres hermanas: Alison, Julia y Susan. 

Faltaba poco para que naciera el bebé. 

˗˗¿Ya llegó el bebé? ˗˗me preguntaba la maestra todas las mañanas.  Y todas las mañanas yo le contestaba que no. Que el bebé todavía no había llegado. Que el bebé estaba tardando mucho.

*

Vamos a jugar a la casa de Wendy, en la calle Barnett Wood. Wendy es la mejor amiga de Susan. Susan se va a quedar a dormir. 

*
Alison y yo nos volvemos caminando solas por la calle Barnett Wood. Pasamos por la tienda de dulces Stripes, por la tienda de pescado frito, por la librería, por la verdulería y por el quiosco de venta de diarios Harrison. Alison me lleva de la mano. Doblamos a la derecha por la calle Church, pasando el arbusto. El portón azul de madera se traba porque nosotras nos colgamos y nos balanceamos. 

Alison y yo nos vamos a dormir a la habitación de atrás, la que está cerca del jardín. Mi mamá está en la cama, en el cuarto de Alison, sola. Nosotras no podemos entrar. Nos tenemos que portar bien. 

Durante toda la noche hay gente que entra y sale. Escuchamos voces hablando bajito. Pasos de un lado a otro del pasillo. Puertas que se cierran. En algún momento suena el timbre de la puerta principal. Alison y yo nos quedamos con los ojos cerrados y yo me tapo las orejas con las manos. Estoy en la cama que está cerca de la ventana, no en la cama en la que siempre duermo. Afuera está el caminito en el que hicimos el casamiento de las muñecas y los ositos de peluche, cerca del cantero con coronarias azules y jacintos violetas, y tulipanes chiquitos color crema que se abren para mostrar la garganta colorada. Cuando llegue el verano vamos a jugar a que las fucsias rojas y púrpuras son bailarinas.  Pero ahora estamos en marzo. Es primavera, hace frío. 

En el medio de la noche, o tal vez a la mañana muy temprano porque hay muy poca luz, mi papá entra a la habitación y se queda parado a los pies de mi cama. Tardo un ratito en despertarme bien. Nunca había visto a mi papá llorar. Nos dice que mi hermanito nació a la noche, pero que nació muerto. Le caen lágrimas por la cara. 

Nos quedamos muy calladas. 

Nos portamos bien.

No hacemos ninguna pregunta porque mi mamá se va a poner triste.  
Al otro día, al mediodía, empujo la puerta de la habitación del medio para abrirla un poquitito. No entro. Mi mamá no está en la cama. Los estantes de libros de Alison están igual; El jardín secreto arriba de todo, como siempre.  Pero en la cunita que está abajo de la ventana hay algo envuelto en una mantita blanca. ¿Será mi hermanito?

    Más tarde, pienso que sí era él, que lo vi. Mi hermanito que se iba a llamar Jonathan o John. 

En la escuela, cuando hacemos el saludo de la mañana, la maestra me hace la misma pregunta de todos los días y yo le digo que sí, que el bebé nació y que nació muerto. En el salón se hace un silencio. Mi maestra mira a la otra maestra y se va del salón. Creo que me van a retar pero no sé por qué. Después todos empiezan a hablar otra vez y de pronto escuchamos el primer himno y el silencio horrible desaparece. Escribo las palabras con lápiz grueso en mi cuaderno de novedades porque hay que escribir algo nuevo todos los días y esas son mis novedades. Después escribo que mi papá enterró a mi hermanito en el cementerio de la iglesia St. Giles con el padre, pero nosotras no fuimos. 

Fuimos otro día, mi papá, Alison, Susan y yo, y plantamos una prímula sobre la montañita de tierra cerca de los árboles en la parte del cementerio donde hay muchas plantas. En mi cuaderno de novedades dibujo la montañita y las prímulas y a nosotros en una filita. Mi papá, Alison, Susan y yo. 

*

El cochecito azul oscuro grande y plateado está estacionado en el hall de entrada de mi casa. Una señora va a venir a verlo, tal vez a comprarlo. Cuando llega a la puerta toca el timbre. Nosotras estamos escondidas debajo de la planta de grosellas en flor, pero no nos ve. Tiene puesto un vestido floreado. 

    La puerta se abre y la señora entra. Alison me hace un gesto con la mano para que hagamos silencio hasta que la puerta se vuelve a cerrar, después vamos por afuera al jardín de atrás. Hacemos de cuenta que estamos jugando pero en realidad estamos espiando y esperando a que la señora salga al jardín con mi mamá. Mi mamá trae una bandeja con tazas y platitos de porcelana, una tetera y una jarrita con leche (no la botella entera) y tres vasos de plástico con limonada. Yo ni pienso sonreírle ni hablarle a la señora.  

Mi mamá y la señora entran a mi casa y yo las sigo. Me llevo el cochecito, dice la señora. Ah, y tal vez también le interesen estas cosas, dice mi mamá y lleva a la señora a la habitación del frente. Yo entro atrás de ellas. Me quedo atrás de mi mamá, muy cerquita.   Me agarro de su pollera. Mi mamá baja una caja que está en un estante muy alto en el armario oscuro de madera y la apoya en la cama. Le saca la tapa y levanta unas capas de papel de seda blanco. Agarra una ropita tejida a mano sin estrenar. Un gorrito blanco con cintas de raso. Un par de escarpines amarillos. Un saquito blanco y delicado tejido a mano con punto arroz, con botoncitos de madre perla. Desenvuelve un camisoncito de algodón celeste que se abotona en la parte de abajo, para que los piecitos del bebé no se enfríen.  Apoya cada una de las ropitas con mucho cuidado en la cama, sobre el acolchado violeta gastado y dice: No las vamos a usar. 

Quiero gritar ¡NO! Pero no me salen las palabras. Me envuelvo en la pollera de mi mamá y me agarro bien fuerte; ella vuelve al hall de entrada, abre la puerta, se queda mirando a la señora llevándose el carrito con la caja de la ropa del bebé.  Cuando el carrito termina de atravesar el jardín de adelante, las ruedas se traban con el escalón grande de la entrada y la señora hace fuerza para que las ruedas pasen por arriba y después bajen, y se aleja del jardín.  

Después de eso, durante muchos días, busco en revistas viejas fotos de bebés en tamaño real y las recorto y las pego con plasticola sobre un cartón. Me lo tomo tan en serio que nadie trata de decirme que no lo haga más. Abrigo a mis bebés de cartón con mantitas, les pongo ropa de muñecas y el vestido de bebé celeste que encuentro en la caja de vestidos lindos. Los llevo a pasear en el cochecito de muñecas y damos vueltas y vueltas por el jardín lleno de sol. 

Alison tiene una muñeca nueva enorme, del tamaño de una nena de verdad. Le pone Sarah. El bebote que le van a regalar a Susan para Navidad se va a llamar Carol. Yo quiero que la muñeca que me regalen a mí tenga la cabeza dura, como un bebé de verdad, no blandita y con pelo como la de Carol. Le quiero poner Violet, pero en el fondo sé que no la voy a querer tanto. 

Mi mamá ahora está siempre en la cocina.  ¡Hooolaaa! Dice nuestra vecina, la tía Mary, cuando entra a casa por la puerta de atrás.  Trae más revistas: Todo para la mujer, Semanario Mujer, Mujer. Busco las mejores fotos de bebés. Mi mamá lava la ropa en el lavarropas. Lava los platos. Nos cocina bastoncitos de pescado y fideítos con queso y hace budines de manzana. Cuelga la ropa en la soga. Entra la ropa seca, la plancha, la dobla con cuidado, la guarda. A la noche cose en la mesa del comedor. Escucha la radio.  

Mi papá dibuja pedacitos de cada una de nosotras en su cuaderno de dibujos con un lápiz suave: una oreja de Susan, la nariz de Alison, mi boca. A la noche, va al cuartito que está en el jardín, donde tiene un banco donde se sienta a tallar y talla la cabeza de un bebé. Le lleva mucho tiempo. Cuando termina, pule la madera hasta que queda marrón y le saca brillo. La cabeza tallada vive en la repisa de la sala de estar. A veces la levantamos para jugar. La abrigamos con una mantita y le hacemos upa. 

Nace el bebé de Wendy y le ponen Jonathan.  Vamos a conocerlo. Es muy chiquitito, y gracioso, y está vivo.  Alison, Susan, Wendy y yo ayudamos a la tía Cynthia a bañarlo en la mesa de la cocina. El bebé patea el agua con los piecitos diminutos. Aprieta las manos como dos puñitos. Se agarra de mi dedo gordo. Estamos paradas alrededor de la mesa, hipnotizadas por este bebito extraño y sorprendente. Hace pis. Un arco dorado y finito aterriza en uno de los brazos de Susan y nos reímos mucho. La risa se eleva como una canción. 

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