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Curitiba

Rutas de autor

Curitiba

Por Ana Paula Maia

Los modos de recorrer la ciudad tal vez se vinculen con las formas de escribir sobre ellas: detenerse en los detalles triviales para convertirlos en material narrable, tomar lo fragmentario para volverlo sistema, mirar de nuevo lo visitado y redescubrirlo. Autores nos invitan a viajar por los espacios escondidos de sus ciudades.

Todavía no hace seis meses de que me mudé a Curitiba. Al principio, conocía poco de la ciudad, del frío y del acento local de la gente. Me daba gusto mirar las copas de las araucarias y respirar el aire constantemente fresco y limpio.

Dejé Río de Janeiro porque mi espíritu ya no la soportaba más. Hasta hace poco, Río había sido mi única ciudad. No era producto de una decisión, sino del destino. Mi nacimiento fue ahí.

Y Curitiba es la ciudad que me conquistó. No tengo ningún vínculo con ella, ningún antepasado, ni siquiera el relato de algún pariente lejano que la haya visitado. Es una historia que empieza conmigo. Tal vez usted pueda querer saber por qué la ciudad me conquistó. Bueno, esas son cosas de adentro, que no siempre se dejan explicar con claridad. Pero puedo intentarlo.

Yo vivía cerca de la amplitud del mar. A pesar de lo lindo que es, me incomodaba. El sol, el calor excesivo, el cuerpo siempre expuesto, la piel transpirada, el olor a sal en el aire, todas esas cosas nunca me parecieron fascinantes. Me gustan los días nublados, con lluvia y frío. Ese tipo de días no me parecen tristes, me parecen introspectivos. De todos modos, en Curitiba empecé a apreciar el sol porque me faltaba, y cuando el cielo está azul y el día soleado, el viento da ganas de quedarse calentándose al sol unos minutos. El problema era que en Río todo eso se me daba en exceso.

Viví dos meses en un pequeño hotel en el centro de la ciudad, mientras le hacían reformas a mi departamento ubicado en un barrio cerca del centro, Batel. Por primera vez, recorrí las mismas veredas que las prostitutas, los borrachos, los drogados y los travestis. Por esas calles había toda una atmósfera de miserabilidad que yo todavía no había experimentado. Es la Curitiba-basurero que amontona a los excluidos en la Plaza Generoso Marques, en torno a las prostitutas ancianas. El que llega en plan turístico, mira solamente en dirección al hermoso Paso de Liberade, frente a la plaza, y no se da cuenta de que las señoras allí sentadas, disfrutando de un aparente descanso, están esperando un cliente.

Todavía no tengo un itinerario turístico de la ciudad, y eso porque desde que llegué no tuve tiempo todavía de conocer más allá de las cuadras que rodean mi casa. Pero ya hay algunos lugares por esas calles que me son queridos.

Curitiba es una ciudad de parques y plazas. El verde está presente en la mayor parte de los lugares por donde uno se mueve y la ciudad es considerada una de las más ecológicamente correctas del mundo.

Yendo de una plaza a otra, de repente uno está en la Plaza de Japón, que desemboca curiosamente en la avenida República Argentina. Es la que está más cerca de mi casa y en los días de sol forma uno de los paisajes más lindos de la ciudad. Tiene muchos colores vivos y una atmósfera fascinante. Los cerezos ocuparon un espacio inusual, traídos de Japón para crecer allí, compartiendo territorio con las elegantes y altivas araucarias, que son el símbolo de la ciudad y del estado. La plaza Japón es un lugar de meditación integrado a la naturaleza en el centro del barrio.

Andando por las veredas, es muy común de tanto en tanto pisar un piñón, que es el fruto de la araucaria y el alimento casi sagrado de todo curitibano. Comer piñones fue una de las primeras cosas que hice cuando llegué. Cuesta bastante abrirlos, pero son muy sabrosos y nutritivos.

Una de las cosas que más me gusta hacer cuando llego a una ciudad es mirar sus árboles, sobre todo el contorno de los árboles. Y los de Curitiba son una atracción aparte, por lo raro de sus formas. Hay también una especie, que todavía no sé cómo se llama, de árboles altos con troncos delgados que al subir se van combando y toman un aspecto bastante gótico.

Al lado de la placita de Batel hay una feria gastronómica, muy cerca de donde vivo, y que se monta todos los sábados. Es un tramo corto de calle con unos cuantos camiones y en ella conocí algo de la gastronomía polaca: unas especies de empanadas llamadas pierogi. La fuerte inmigración que tuvo Curitiba se refleja en esas calles de feria. Son lugares que a la gente de la ciudad le gusta frecuentar, reuniéndose seguido para comer un poquito de cada rincón del mundo. Puede haber comida mexicana acompañada de jugos amazónicos, y al lado comida bahiana, alemana, italiana, entre otras.

Lo que es riquísimo es el arroz de siri con camarones empanados: ¡es de esas cosas que habría que comer rezando! Se trata de un plato muy común en las playas de Brasil, y aunque Curitiba no tiene playa allí también se lo consigue, sin necesidad de que haya que envidiárselo al litoral.

Para terminar, recomiendo la Patisserie Provence, que es formidable. Tiene el mejor pan de aceite de oliva que comí en mi vida, además de los panes con nueces. Curitiba es un lugar para comer bien y para respirar un aire más puro que el del resto de las grandes ciudades del país. Su bello paisaje verde es una dádiva que puede apreciarse en todas partes.

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