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CRUCE EPISTOLAR. Insomnio - #Filba2021

Cruce epistolar

CRUCE EPISTOLAR. Insomnio - #Filba2021

Por Virginia Cosin y Tiago Ferro

El insomnio es una alteración del sueño atravesada por la ansiedad que responde solo a dos dinámicas: la amplificación de todas las angustias y la ramificación de todas las imposibilidades. Esa combinación indomable nos mantiene en vela. En ese ruido interno que se da en el silencio profundo de la madrugada acechan fantasmas con interrogantes que ni siquiera sabíamos que teníamos. 

En este intercambio epistolar entre lxs escritorxs Virginia Cosin desde Buenos Aires y Tiago Ferro desde San Pablo reflexionan sobre cuán pesadilla o refugio puede llegar a ser no cerrar los ojos de noche. 


Querida Virginia:
Estimada Virginia:
Hola, Virginia:


("Querida", "Estimada", "Hola"... He decidido que en este intercambio nuestro, a pesar de que todo se realiza a través de medios digitales, no consultaré a Google para encontrar palabras que garanticen que me entenderás, o al menos que no estarás recibiendo significados completamente cambiados. Por supuesto, me estoy proponiendo una falsa libertad, ya que vacilo en la elección de cada palabra. Pero decido seguir adelante con esta apuesta).
Me gustaría decirte que he estado durmiendo mal desde el sábado pasado. Más que eso, también me he sentido mal durante el día. Todo por una película. Se trata de The Smell of Us, del cineasta estadounidense Larry Clark, el mismo director de Kids. (¿La has visto?) La película trata la vida cotidiana de unos jóvenes de dieciséis y diecisiete años que se pasan el día deslizándose por París en sus skates con el objetivo de tener sexo y drogarse. Las escenas donde se recorre la ciudad están muy bien filmadas y nos transmiten la imagen de la libertad de proponerse nuevos caminos propios y percibir la realidad de una manera única, lo que me recordó el libro La invención de lo cotidiano del autor francés Michel de Certeau. Pero no se trata de eso, es más, me parece que es lo contrario: ahí no hay nada más que inventar. Y esto está encriptado en el hecho de que la película está ambientada en París. La gran ausencia que hace que todo sea angustioso es el Mayo del 68 parisino, que no se menciona explícitamente ni una sola vez.
Una de las mejores películas sobre el evento es Los soñadores, de Bertolucci. La liberación del comportamiento va de la mano allí con el levantamiento de la ciudad contra todas las formas de control - lo que comienza en las universidades pasa a ganar otros grupos, hasta que los trabajadores de las fábricas se unen. Independientemente de que sepamos lo que vino después de este momento histórico - si es que lo sabemos... - la nota es optimista.
En The Smell of Us, en cambio, la "misma" juventud que experimenta sus propios límites a través del cuerpo termina en la ausencia de un futuro - la cámara cerrada sobre los cuerpos, sobre las partes de los cuerpos, cierra también el horizonte de posibilidades. Todo el principio del placer, toda la explosión de lo nuevo que impregnaría esta maravillosa invención llamada Juventud queda abortada. Pero no por la represión. Las conquistas del movimiento de los años 60 están garantizadas, e incluso ampliadas, pero algo cambió en la sociedad, y la experiencia con las drogas y el sexo se convirtió en otra cosa.
Esta juventud extraviada que vive en las ruinas del neoliberalismo, donde la idea de lo social y de la sociedad ya no existe, si no exagero, señala la quiebra de la propia civilización occidental. Por eso, los chicos y chicas de la película pasean indiferentes por la postal parisina. Viven en otro mundo. Y es precisamente esta aparente libertad la que los condena a la irrelevancia: nadie les teme y no tienen fuerza para proponer nada, aunque quisieran.
La película se cierra con la canción de Dylan "Forever Young", dando un sabor amargo a la profecía incumplida, o mejor dicho, haciendo de la promesa una maldición. El Dylan que cantó que los tiempos estaban cambiando y prácticamente inventó el comportamiento contracultural. Pero, después de todo, ¿quién quiere ser eternamente joven en un mundo así? Sin embargo, al renunciar a este enloquecido circuito cerrado que genera sufrimiento con suicidio, violencia y prostitución, pero que sin embargo tiene para ofrecer una vida en las ruinas de algo que una vez representó la idea de un mundo más libre, la pregunta es: ¿y quién estaría tan loco como para unirse tranquilamente al "mundo serio" que también se derrumba ante nosotros?
¿Se ha convertido la sociedad en una apuesta en la que todos pierden?
Besos (¿abrazos?).

Tiago

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Querido Tiago: tengo que comenzar esta correspondencia confesando algo. Hice trampa. Recurrí al traductor de Google. Total, toda correspondencia es no correspondida -¿no te parece?- no sólo entre nosotros, que no nos conocemos, que estamos, quizás, conociéndonos ahora, sino entre cualquier "dos". Porque: ¿quién soy yo cuando escribo y quién es el otro?. Y ya que, entonces, toda comunicación se basa en el malentendido, confío más en la traducción, aunque sea la de un robot, que en mis capacidades idiomáticas. En todo caso, así, me siento más libre para des-entenderme. 
Vi Kids hace muchísimo tiempo, si no recuerdo mal, en un festival. A la película que te mantuvo desvelado, no. Hace más de un año que no entro en una sala de cine: algo que en otro tiempo me habría parecido dramático.  Ahora todo es portátil y claustrofóbico. Los espacios se reducen y al mismo tiempo se multiplican. El otro día tuve una sesión telefónica con mi psicoanalista en el baño (¿banheiro?). Yo acababa de salir de la ducha -me divierte pensar en cómo traducirás esta palabra-. Una vez terminada mi sesión, tenía que prender la cámara del Zoom para asistir a una reunión de trabajo. Pero estaba hecha un desastre. Despeinada, húmeda, ojerosa, la piel gris. Hubiera debido hacer todo con más tiempo pero, antes de la sesión telefónica, me había quedado dormida. De modo que, mientras transcurría la conversación con mi analista, me peiné y me maquillé frente al espejo. No sé si a vos también te pasa, pero yo vivo desdoblada. Supongo que por eso estoy tan cansada y me suceden cosas como perder la consciencia en mitad de la tarde. No es fácil ser muchas al mismo tiempo. Pienso en el título del libro de De certeau y en tu lectura de la película de Larry Clark que no vi y -aunque detesto hablar de la coyuntura y preferiría no abordar el tema “pandemia”, veo que fatalmente termino yendo hacia ahí- no puedo dejar de pensar en cómo nuestra idea de “vida cotidiana” se vio trastocada en estos dos últimos años. Aunque bien sé, o intuyo, que la idea de continuidad es falsa, que el tiempo lejos de avanzar, caracolea, retrocede y se dispara como una bengala que deja rastros inciertos en el aire, siempre hay una fantasía de horizonte. Y es esa fantasía, me parece, la que en esta época es tan difícil de sostener. 
Debo decir que -y sin haber visto, aclaro nuevamente, la película- tengo una especie de fe ciega en los chicos. Aún -quizás todavía más- en los que están perdidos. Es una fe, insisto, ciega. Es una fe que no cree ni vislumbra ningún futuro. No espero nada de ellos. No les pido nada. No pretendo que salven el mundo. No me parece que deban ser eficientes. No me dan pena los que pierden el tiempo, sino los que no lo pierden, los muy bien diez felicitado. Me quedo con los que intentan escapar de las miradas panópticas de los adultos. 
¿Por qué no los dejamos hundirse en la oscuridad? El miedo en medio de la noche, cuando no podemos dormir, no es el temor a lo desconocido, a lo monstruoso, a lo mortuorio. Es el rumor de estar vivos lo que nos aterra. 
Creo que no queremos protegerlos a ellos, sino a nosotros. Es nuestro miedo. 

Si me preguntás a mí (ya sé que no, y claro que no tengo respuestas), lo que yo creo es que la única forma de ganar, es perder. Perder esa apuesta. 
Te abrazo,
Vir.

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Vir querida:
Esta frase de tu mensaje - "Despeinada, húmeda, ojerosa, la piel gris"- me hizo acudir al traductor de Google para entender su significado, ya que me hacía gracia su sonoridad. El traductor automático me brinda una traducción aún más divertida, ya que probablemente sea incorrecta. Google ha ordenado todos los adjetivos en relación con la "piel", no con vos. Invierto el significado de los idiomas y queda así: 'Piel despeinada, pegajosa, demacrada y gris'. Espero que eso te haga sonreír...
Cuando recibí tu correo electrónico, mi impulso fue responderlo inmediatamente, pero eso rompería una de las reglas de este proyecto que es el día exacto de envío de los mensajes. Si por un lado la ventana que abriste de tu vida cotidiana ofrecía cierta intimidad, la burocracia del proyecto trató de cerrarla... Termino llegando tarde al envío, lo que es bastante inusual, ya que suelo ser organizado con mis compromisos. Culpemos al inconsciente, también sirve para eso. Debería haberte enviado el mensaje ayer, que me hizo despertar preocupado en la madrugada del sábado al domingo. Así que hice lo que siempre hago cuando estoy en medio de la escritura: reescribir y corregir mentalmente este mensaje docenas de veces. Yo, que normalmente no sufro de insomnio, cuando me invitaron a un intercambio de mensajes con una autora argentina sobre este tema, tuve un episodio de insomnio. Entonces, se me ocurrió que se trata de un estado que no es lo contrario del sueño, sino la negación de la oposición entre el sueño y la vigilia. Una especie de curvatura de la realidad donde el cuerpo parece no responder a la velocidad de las ideas. Una curvatura donde se produce un extraño intercambio de mensajes.
Tengo dos cosas que contarte y no sé si no me extenderé demasiado. Bueno, veamos.
La primera es que hace seis meses me mudé a una isla a 300 kilómetros de São Paulo. Ahora vivo entre 30 mil habitantes frente a los 12 millones anteriores en São Paulo. Solo se puede acceder a la isla en ferry. No hay ningún tipo de puente, lo que aumenta el aislamiento. Nunca imaginé que viviría fuera de un gran centro urbano. Me encanta el anonimato, entre otras cosas. Pero fue muy difícil hacer frente a la pandemia en esa ciudad. Aquí todo es muy tranquilo y seguro. Y, curiosamente, mi temor viene precisamente de esa calma: tengo miedo de perder el roce con la realidad. ¿Se desvanecerá mi trabajo como novelista y crítico, mi deseo de entender las cosas?
Hoy, paseando por una playa que no conocía, me he encontrado cara a cara con una enorme piedra, redondeada por el efecto del agua del mar que golpeaba contra ella sin cesar. Desde donde estaba era imposible adivinar toda su forma, que me recordaba a esa escultura gigante de Anish Kapoor en Chicago. Entonces, hice la reflexión más obvia: la piedra llevaba allí miles o millones de años, mucho más que el hombre. Entonces, me di cuenta de que había algo más, que la piedra tenía estado de ánimo. Estará ahí después de que desaparezcan la Catedral de Notre Dame, la Puerta de Brandeburgo, el MoMA, la antigua casa de mi abuela (y de la tuya) y todos los servidores de Amazon, lo que me hizo reír para mis adentros. La risa que rompe los sentidos mejor atados, en este caso el sentido del progreso, del futuro, etc. (Vir, querida, vivir cerca de la naturaleza realmente nos transforma. Disculpas por la filosofía barata sobre la piedra).

La otra cosa que quería decirte es que en la conversación sobre la película de Larry Clark, me escondí detrás del ensayismo sobre la película para no confesarlo todo. No había intimidad entre nosotros como para que dijera la verdad sobre lo que realmente me conmovió de la película. No es que nos hayamos vuelto íntimos, pero cada vez creemos más en esta actuación y, como toda actuación, está adquiriendo un espesor real. El hecho es que a los dieciséis, diecisiete años, yo era uno de esos jóvenes en sus películas. Viví toda esa libertad impulsada por el desenfreno. Y en un momento dado me pasé al otro lado. Pero sin creer nunca en ese lado serio de la vida. Seguí y sigo desconfiando de los roles sociales.
¿Podría haber sido diferente? ¿Habría sido mejor para mí? De todos modos, creo que no solo mi forma de estar en sociedad, sino también mis textos, deben mucho a esos años. Si fuese así, estoy de acuerdo contigo en que sólo ganamos perdiendo.
Un beso de

Ti

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Querido Tiago.

Hace unos días encontré, leyendo una selección de sus diarios, una entrada en la que Virginia Woolf  anota lo siguiente:
“Creo que la gran época de escribir cartas se ha terminado para nosotros, o quizás se trata de cambiar de interlocutores. Pero ya no podemos escribirnos cartas brillantes casi a diario por el placer de ser brillantes y porque siempre hay emoción en empezar a conocerse”
La subrayé y me senté al instante frente a la computadora (el ordenador) para copiar este fragmento y empezar así mi carta, aunque todavía no había recibido la tuya.
Me fascina la honestidad con la que escribe Virginia Woolf, la forma en que retuerce los motivos y las causas por las cuales piensa como piensa y siente como siente hasta que las páginas terminan regadas de confesiones muchas veces crueles, dolorosas. Por ejemplo, admite su preocupación constante por la opinión que tienen los demás sobre ella y se relaciona con sus amigos midiendo más que el amor, o el cariño, la admiración que le prodigan o los celos que le despiertan. Virginia estaba especialmente preocupada e interesada por la inteligencia -la suya, la de los demás- y le importaba mucho  que el círculo de intelectuales que la rodeaba -y estaba conformado en su mayoría por hombres-, la valorara como ella se merecía. 
Esta selección de sus diarios es uno de los muchos libros que tengo desparramados por ahí. Empiezo a leer libros y los abandono por otros nuevos que compro, o mandan las editoriales a mi casa, o encuentro en internet, o saco de los estantes.
Vos te preguntás si viviendo en una isla podrás sostener tu trabajo de escritor y de crítico y yo me pregunto si se puede sostener ese mismo trabajo estando inmersa en este remolino de actualidad y tareas pendientes y redes sociales y demandas de todo tipo. No sé si es la época o soy yo, pero estoy más dispersa que nunca y pienso -y sé que me engaño- que si viviera en una isla, cerca del mar, escribiría todos los días.
Ordenar libros, por ejemplo, es agotador. Si no ordeno todos estos libros, nunca voy  a poder establecer prioridades, nunca voy a poder empezar algo nuevo. Ante la duda, no hago nada. Los libros se apilan a los costados de la cama, sobre la mesa de luz, la cajonera, el escritorio, la mesa del comedor, el mueble recibidor -ya no entran en las bibliotecas-. Yo dormito, salto de pantalla en pantalla, lleno carritos de compras virtuales. No sé cómo fue que pasó el tiempo, pero son las tres de la mañana, hace horas que no me muevo de la cama y cuando intento levantarme, no puedo. No siento el cuerpo.
¿Cómo se hacía?
Necesito planear. No planear de hacer planes. Planear de sobrevolar. Volar bajito, al ras. Quiero hacer lo que me resulte más fácil.
El otro día me enojé con mi hija, me enfurecí. Le grité cosas y después me sentí mal.
Ya casi no tengo arranques de ira. Pero cuando los tengo, me asusto. No duran mucho tiempo, son segundos apenas, me convierto en una persona horrible, un monstruo, Hulk. En esos momentos soy capaz de destruirme a mí misma, a todo lo que cuido y quiero y me importa. Siento cómo el calor me sube hasta la cara, los músculos del cuello se tensan como cuerdas, aprieto los dientes,  golpeo cosas, por lo general, puertas: pego portazos. Es el tipo de pulsión que lleva a algunos a cometer crímenes atroces -me digo-. Yo nunca llegué ni llegaría a hacer algo catastrófico, pero me basta esa pequeña dosis de furia para reconocer la clase de fuerza que podría producir una desgracia. Es cuando empieza a retirarse, a decrecer la locura, que me doy cuenta de  lo que acabo de hacer y  de decir y me avergüenzo y quiero pedir perdón y pido perdón, pero ya es tarde. El daño está hecho.Yo no me puedo perdonar. No importa si el otro me perdona. Yo no me perdono. Y empieza el declive, a veces lento, a veces vertiginoso, hacia el inframundo del autocastigo.
Poner esto en palabras, me digo, contárselas a un extraño, contártelas a vos, Tiago, quizás me procure algún alivio. Pero no.  Las palabras  tan al alcance de la mano y tan en la punta de la lengua me parecen un poco peligrosas. Quién sabe de qué modo llegan, cuando llegan y qué efectos pueden producir. 
Estoy así, Tiago. Resfriada. Con Influenza. Porosa. Influenciable. Quebradiza. Insomne.
Voy a tratar de dormir imaginando tu isla. Te mando un abrazo,
Vir.

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Querida,

Mientras reflexionaba sobre las cuestiones que tan bien planteaste en tu último mensaje, leí en un site de noticias que Brasil superó la marca de los ¡600 mil muertos por Covid-19! Así que no puedo cerrar mi participación en esta correspondencia-desafío sin contarte lo que está pasando acá. 
Estoy leyendo los diarios de la brasilera Carolina Maria de Jesus. Uno de los volúmenes fue publicado bajo el título Cuarto de desalojo: es el diario de una mujer de la favela y tuvo mucho éxito en la época de su lanzamiento, en 1960, y aún hoy se lee y se discute. La autora es una mujer negra, pobre, recolectora de papel y habitante de la favela, en los 50s y 60s, lo que convierte su libro en un acontecimiento. 
Con prosa directa y seca relata el día a día de la vida de alguien que, cada nueva mañana, necesita cuidar lo que va -o no- a comer y darle de comer a sus hijos. No cabe hacer acá una reseña del libro, pero hay un pasaje que nos remite directamente al Brasil del 2021, y te da una idea de como por medio de cortes duros ella opera con armas modernistas. Escribe en una entrada en el medio del diario: “Noté que en el Frigorífico tiran creolina en la basura, para que los de la no favela no recojan carne para comer. No tomé café, iba caminando medio mareada. El mareo del hambre es peor que el del alcohol. El mareo del alcohol nos obliga a cantar. Pero el del hambre nos hace temblar. Noté que es horrible tener solo aire dentro del estómago.”
Hace cerca de un mes, Brasil, o al menos la parte que no adhirió al proyecto homicida/suicida, se escandalizó que en una de las regiones productoras de carne del país los pobres estuviesen buscando entre los desperdicios de las carnicerías huesos de bueyes para comer. La creolina que la autora menciona es un desinfectante muy fuerte, que envenena cualquier alimento. En el Brasil de hoy, en vez de impedir que los pobres busquen entre los desperdicios, ya aparezcan de esa forma ante los ojos cínicos de la burguesía, los dueños de las carnicerías empezaron a vender el kilo de huesos a 4 reales. 
Más allá de la crisis humanitaria, el país está sumergido en la inflación, en el desempleo y se estima que 9 millones de brasileros hoy pasan hambre. En el medio de todo eso, en un discurso para los ruralistas, el Presidente Que Yo No Digo el Nombre llamó de idiotas a los que prefieren comprar feijão antes que un fusil. Él nunca se solidarizó con las víctimas, hizo lo posible para atrasar la compra de vacunas y fue incapaz de hacer una mísera visita a un hospital. En vez de eso, organiza “motociatas”. Hombres, blancos, de mediana edad y de clase media desfilan en sus motos por las ciudades del país enalteciendo la patria, a Dios y a la libertad -entiéndase, libertad de mentir en las redes sociales, agredir a quien piensa diferente y, en el límite, matar al supuesto enemigo. 
Virginia, nunca más será lo mismo vivir en este país. Antes de ser electo, el Presidente Que Yo No Digo el Nombre dijo que para que Brasil empezara a mejorar, sería necesario matar unos 50 mil brasileños. Y que la dictadura se equivocó porque torturó en vez de matar. Incluso así, o justamente por causa de eso, recibió 57.797.847 votos. En esos votos están muchos parientes míos, amigos, conocidos, padres de la escuela de mi hija, vecinos, el portero de mi edificio…

Si no adheriste al proyecto del Presidente Que Yo No Digo el Nombre, y no estás sumergido en la pobreza de los que necesitan comprar huesos para sobrevivir, ¿cómo aguantar este país? Brasil va corroyéndonos poco a poco. Él nunca me engañó, incluso en los “años gloriosos” de FHC y Lula. Durante el gobierno de este último, con Brasil siendo celebrado en las tapas de las revistas liberales del mundo entero, contabilizábamos entre 60 mil y 70 mil homicidios por año. ¿Alguien puede afirmar que una sociedad como esa funcionó? ¿Qué nos convertimos en una nación moderna mínimamente ajustada a los marcos civilizatorios básicos de los derechos humanos? Creo que no, Virginia. 
Se me desata un nudo en la garganta al enviarte estas palabras del otro lado de la frontera. Hay algo de alivio en abrirle el juego a un vecino sobre nuestro desastre doméstico sin fin. Debemos dejar urgentemente de fingir que vivimos en un país relevante. Un óptimo primer paso es confesarle nuestro fracaso a los demás. Confesar que se agotaron las apuestas. 
Por todo esto me tomo la libertad de cerrar este mensaje con las palabras de quien mejor entendió a Brasil: los versos finales del poema “Himno Nacional”, de Carlos Drummond de Andrade: 
“¡Necesitamos, necesitamos olvidarnos de Brasil!
Tan majestuoso, tan ilimitado, tan irracional, 
él quiere descansar de nuestros terribles cariños.
¡Brasil no nos quiere! ¡Está harto de nosotros!
Nuestro Brasil está en otro mundo. Este no es Brasil.
No existe Brasil alguno. ¿Y acaso existirán los brasileros?”

besos y hasta luego,

Tiago

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Querido Tiago: 

Antes que nada, perdón por lo demorado de esta carta. Los días pasan volando. Es un lugar común, pero es cierto. Por otro lado, tengo que confesar que en un momento no sabía qué responder. Me parecía que, ante lo que me contás, sólo se puede hacer silencio. No soy, lo confieso, de las que suelen sentir culpa o creen que deben justificarse frente a la consciencia de sus "privilegios". Pero me horroriza que, a pesar de que se insiste tanto con el deber de memoria, la humanidad actúe como una amnésica. Hay que admitir que no: no aprendemos de nuestros errores. Tampoco repetimos la historia, creo. Es más grave que eso. 

 

Quizás no se trate de hacer silencio, pero tampoco de hacer ruido. Walter Benjamin dice algo en sus Tesis sobre filosofía de la historia que nunca me canso de releer: "Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro". Por eso escribimos, creo yo. Porque ese relámpago, ese instante, esa pérdida, sólo puede ser de alguna forma recuperada y a su vez compuesta, inventada, re-hecha por el lenguaje. Las palabras, la sintaxis, son máquinas del tiempo. Podemos viajar al pasado, no para modificarlo, pero sí para construir un futuro. Creo que lo que quiero decir -y no sé si yo misma me entiendo- es que no podemos perder de vista que estamos moviéndonos y transformándonos y somos parte del engranaje de una época que, lejos de los vaticinios pesimistas, se abre al porvenir. Los filósofos más oscuros fueron, también, los más alegres. Pienso que hay que volver a ellos en épocas desesperadas.

 

“Ojalá mis ojos cerrándose me apagaran el pensamiento” dice Alonso en La tempestad, pero ocurre todo lo contrario. Cerramos los ojos y, lejos de apagarse, el pensamiento se desata y arremolina con la fuerza de un huracán. Tengo que reconocer que de todos los personajes shakesperianos, Próspero, que le dice a su hija Miranda "Para mí, pobre hombre, la biblioteca era reino suficiente", es en el que más me reconozco. El viejo está en cualquiera cuando el tirano del hermano urde una traición y le arrebata el trono y va a parar a esa isla mágica donde viven él, su hija, y el demonio Calibán. Yo vivo un poco así, aunque la biblioteca, como te decía en el mail anterior, se me está cayendo encima. No me siento para nada orgullosa de mi ignorancia, pero me refugio del mundo, que me resulta hostil desde que soy muy chica, en mi propia isla de la fantasía. 

 

Siento que esto recién empieza, pero se está terminando. Nos vemos en esa cosa que en estos tiempos tan raros ha dado en llamarse "vivo" de Instagram.

Una alegría conocerte. 
Te abrazo

Vir
 

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