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Considera la faina

Bitácora

Considera la faina

Por Francesca Manfredi

Durante esta semana literaria, no sólo se habló de literatura, sino que también se la produjo. Seis escritorxs realizaron una experiencia particular durante los días del festival, escribieron sobre eso y, en este encuentro, leerán los textos que se gestaron a partir de ella.

La primera impresión es la que cuenta, dicen aquellos que no tienen paciencia para formarse una segunda, y tú, que intentas cultivar la paciencia porque crees que es la cualidad más humana junto con la esperanza, estás segura de que lo que realmente cuenta, al final, son las reescrituras que puedes hacer de esa primera impresión. Buenos Aires es una idea que te haces antes de partir, imaginándola durante años, sobre las novelas y cuentos que has leído. Sabes algo de su historia y un poco de su geografía, a grandes rasgos -un río que parece un mar pero no es mar- y como eres italiana tienes al menos un amigo con familiares por estas tierras. Te dicen que te encontrarás como en casa, y efectivamente es así. El español se parece al italiano, pero es engañoso, te faltan las palabras porque muchas de ellas suenan similares, pero significan conceptos diferentes, la idea de decir cosas opuestas a las que te gustaría, te detiene.

Por suerte, tal como te habían asegurado, mucha gente sabe italiano, puedes hablar tu idioma o hacerte entender fácilmente, te sientes inútil pero también al resguardo. Buenos Aires es una idea que te haces hablando con la gente incluso antes de caminar por la calle, es un mapa que se crea entre las historias de los taxistas y lo que ves por la ventanilla, y cada vez que ves el nombre de un plato o de un apellido que te suena familiar, terminas hablando del país del que vienes, incluso antes de aquel en el que estás. A diferencia de Estados Unidos, donde Italia es Florencia, o a lo sumo Roma, aquí se oyen los nombres de Trento, Novara, Sassuolo. Pero en Sassuolo no hay nada, te surgiría decir, sólo niebla y fábricas de cerámica. Luego pasamos a hablar de Nápoles, el culto a Maradona y la pizza, si la mejor versión es la romana o la napolitana. Las palabras son engañosas, pero pizza es un término universal.

Cuando incluso antes de partir, te propusieron probar la porteña, pensaste que no podías pedir nada mejor. La pizza es una certeza para ti: te cuesta nombrar un libro, una película, una canción favorita, pero desde que tienes memoria nunca has dudado al elegir un plato para comer durante el resto de tus días. Pensaste: esta es otra manera de recorrer diez mil kilómetros y luego sentirte como en casa. Certeza es también la idea que siempre has tenido de la pizza, una esfera del tamaño de un plato, con un grosor de entre quince y treinta milímetros, que se come con las manos, básicamente: si sabes disfrutar de la vida, utilizas los cubiertos sólo para cortarla en porciones, seis u ocho en total, luego doblas cada porción en dos para asegurarte de que la mozzarella no se caiga.

En cambio, algunos de tus compatriotas, en otro tiempo y en otra vida, en el hemisferio opuesto al tuyo, han reescrito las reglas que tú conoces. Te dejas guiar, aturdida por el viaje, por la falta de sueño, por la emoción, por la sensación de que todo es nuevo y al mismo tiempo familiar, hasta una pizzería con cola en la entrada. Mientras esperas, recorres el nombre de los platos y los ingredientes, son similares a los que conoces, pero se diferencian por una vocal, tienen una consonante más. Parecidos como las palabras que intentas pronunciar para hacerte entender, sin demasiadas expectativas. Lees fugazza, muzzarella, faina. Faina en Italia es un animal, un mustélido odiado por los granjeros por su glotonería hacia las gallinas, pero te equivocas con el acento. Fainá, se lee. Entonces lo entiendes. Farinata. La distancia de Génova hasta aquí se comió cinco letras.

Pero las palabras están hechas para viajar, el lenguaje para adaptarse, al igual que la comida. Tienes que probarla, te dice la escritora que te ha acompañado, se come con la pizza. La fainá tiene el sabor de la farinata que se compra en el almacén cerca de casa en Turín, pero en Turín nunca se te ocurriría ponerla encima de una pizza.  Acompañas con un vaso de moscatel rebajado con soda, esto nunca lo habías pensado, una buena idea que te llevarás. La pizza es más alta aquí, al menos el triple de gruesa, y con mucho más queso. Los italianos venían del hambre, te explica un taxista, aquí encontraron abundancia, la agregaron a las recetas que conocían. Más trigo significa más pasta, más queso, más relleno. Los ingredientes son los de la tradición, los de la memoria, las dosis provienen de la esperanza. Dos capas, memoria y esperanza, pizza y fainá juntas. En Italia probé la pizza pero no me gustó, es más rica la de aquí, te había dicho un taxista, acababas de aterrizar. Un golpe al corazón, pensaste. En cambio, estás agradecida por la paciencia que te llevó a tener en mente sus palabras, porque sabías que significarían algo importante.

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