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Bio apócrifa

Filbita

Bio apócrifa

Por Laura Ávila

Filbita 2018: Las historias que nos cuentan
(AUTO) BIOGRAFÍAS APÓCRIFAS
Contar el cuento de quiénes somos no es lo mismo que escribir una biografía. ¿O sí? La autora leyó en el festival este texto escrito a partir de la propuesta de contar sus propias vidas, pero en una biografía apócrifa.

 

Nací en 1810, en las afueras de Buenos Aires. Nunca me invitaron a las tertulias por orillera. 
Vivíamos en la campaña, en un rancho que nunca terminaba de levantarse.  Mi padre era un indio que instalaba aires acondicionados,  mi madre una morena que lloraba a escondidas y tenía una hija todos los veranos. 

Me nacieron cinco hermanos, ellas brujas clarividentes, ellos pequeños planetas. Buscábamos figuritas en pozos de agua y tachos de basura. Hacíamos muñecas de papel y jugábamos largas horas para defendernos del mundo de afuera. 

Nuestra abuela nos vistió, nos enseñó a defendernos y nos largó a la vida. Yo quería conocer la ciudad y como ella no se animaba al viaje largo, me mostraba la basílica de Luján con una especie de tubito de plástico que tenía pegada una diapositiva. Había que mirarlo guiándolo hacia el sol. Era como un caleidoscopio misterioso. Pero no estaba vivo, era un objeto de culto.  
Igual me las arreglé para entrar en la ciudad, porque me hice volatinera. Me fui  con un circo que pasó por la campaña.

Vivíamos en una carpa, como la familia de tatita. Tocábamos candombe en las funciones, como mamita. Yo hacía maromas y fuerza de pelos: me colgaba en el trapecio con mi cabello larguísimo y me balanceaba y tenía un cuerpo hermoso. Tanta gimnasia capilar me dio la fuerza para desarrollar la parte de adentro de la cabeza. Un mulato que sabía música me enseñó a leer; a escribir aprendí sola.

Fui anotando todas las aventuras del circo en papeles que encontraba por el camino. Inventé la fotografía pero por escrito.
Me mató una tormenta que se llevó la carpa y mis papeles volaron por el viento, pero yo quedé dentro de las leyendas de la maroma argentina. Y mis papeles alimentaron el fuego de las casas de los orilleros. 

Volví a nacer con el Siglo XX. Escuchaba las novelas de la radio y la cabeza se me llenaba de imágenes. Cuando vi una película por primera vez entendí que ahí estaba mi camino. Me hice estrella de la Lumiton. 

Pero no era como Zully Moreno, ni como María Duval. Yo me travestía, como la Ñata gaucha, para poder dirigir películas. Después de todo, el cine de ese entonces era un mundo de varones.
Yo, con bigote y cara de italiano, daba órdenes con un megáfono y filmaba películas de gauchos y de fortines. Pero en la intimidad fogosa me soltaba el pelo, llamaba a Hugo del Carril por un teléfono blanco, elegía la luz que me quedaba mejor, lo amaba como aman las amantes y además le escribía los guiones.
Hubo una pasión por el tango y un confuso amor por las clases populares que me venía de la otra vida.  Me morí por peronista.
Y así llegamos a la tercera encarnación que recuerdo. Corría 1974. De chica era tucumana, pero yo no lo sabía. 

Les tenía miedo a los gallos, porque por fin nací en la ciudad pero mis padres me llevaron de prepo al conurbano, donde las gallinas y los perros andaban cimarrones como en la época de la Colonia. 
Los gallos me atormentaban dando esos alaridos salvajes. Eran los únicos que podían gritar en un mundo de silencio forzoso. 

Me criaron las monjas, tenían una biblioteca enorme. Aprendí a demostrar la existencia de Dios con las teorías de Santo Tomás de Aquino. Pero yo quería escribir. Por fin sentía que había encontrado la síntesis perfecta entre el circo, la radio y las películas. 
Me ayudaron mucho mis maestras y los libros de Rey Capicúa, una librería de usados que íbamos a visitar en Jeep.

Una sola vez vi el mar y no me lo olvidé nunca, porque así es como escribo; por oleadas, esperando que cada movimiento de la marea me traiga una recua de palabras frescas. Hay un profundo reducto donde nadan las palabras. Yo vendría a ser la pescadora que se anima a meterse en ese mar hasta la cintura, porque te puede arrastrar hasta el fondo. Es bueno saber hasta dónde internarse.
Aunque cuando estoy de buen humor, cuando no tengo miedo, me animo a nadar por ese océano, sin agarrame de ningún lado. Y es entonces cuando salen las mejores páginas, cuando vuelvo a ser yo misma, cuando vivo todas las vidas al unísono, sin otro tiempo que el misterioso tiempo de la Literatura. 

Buenos Aires, Filba Internacional 2018

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