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Antes de venir esta vez

Bitácora

Antes de venir esta vez

Por Pablo Katchadjian

Luego de cuatro días de actividades, el Filba Nacional 2012 se despidió con una lectura colectiva de textos escritos a partir de recorridos por diversos puntos de la ciudad de Bahía Blanca y de Ingeniero White.

Antes de venir esta vez, había estado en Bahía Blanca una hora, hace más de diez años, en la terminal de ómnibus, y esa experiencia me había dejado una muy mala impresión. Pero, pensé en ese momento y pienso ahora, la estación de ómnibus es una estación de ómnibus: no se le puede exigir mucho. Así que tengo que decir que no hay una primera y una segunda vez en Bahía Blanca sino solamente una segunda vez que es ésta, la primera.
Me había contado un amigo bahiense que la ciudad es muy especial, en todo sentido. Por eso no me extrañó ver los lugares fascinantes que vi. El puerto, por ejemplo. Todos los veleros coloridos y el viento moviendo las velas, la gente haciendo deportes. Los pilotes del muelle, me contaron, tienen un corazón de titanio. Esto se hizo para que el muelle pudiera rivalizar con el viejo muelle, cuya estructura está construida con mármol traído de Italia. Me dijeron que ninguno de los dos materiales, ni el titanio ni el mármol, son los más apropiados para hacer un muelle, pero que a los bahienses, tanto a los antiguos como a los actuales, les gusta hacer las cosas así. “¿Así cómo?”, pregunté, pero mi informante sólo sonrió.



Esto fue a la mañana. A la tarde me llevaron al Museo Histórico Pictórico Ismael Fettoni Ronson. Tengo que decir que no esperaba mucho del museo: algunos óleos de próceres, algunos paisajes, algunas escenas de batalla, caballos, gauchos, indios. Y vi todo eso, con una calidad entre regular y muy buena. Pero, quizá por el contraste, pero también por mérito propio, me llamaron la atención dos pintores del siglo XIX: Efraín Villegas Guchazo y Amadeo Pigson. La obra de Villegas Guchazo está compuesta básicamente por escenas de batallas del siglo XV y XVI, es decir, escenas de las primeras batallas americanas: indios contra españoles, indios contra indios y españoles contra españoles. Según se lee en la presentación del museo, Villegas Guchazo se inspiró, a comienzos del siglo XIX, en los relatos orales acerca de esas batallas de los indios que todavía quedaban. Los relatos eran contradictorios y fragmentarios, lo que le permitió a Villegas Guchazo inventar prácticamente todo salvo la existencia de indios y la existencia de españoles. En una de sus pinturas, por ejemplo, el díptico de “La batalla de Pandó Viejo”, vemos, en el panel izquierdo, a cuatro indios rodeados por unos cien españoles, y en el panel derecho a los mismos cuatro indios rodeados por cincuenta españoles vivos y cincuenta muertos. Debajo se lee “ellos ganaron”, pero no dice quiénes ganaron ni tampoco se sabe, porque los historiadores no tienen ningún tipo de información sobre esta batalla; uno debería pensar que ganaron los españoles, ya que es lo más razonable, pero en ese caso el díptico no tendría tanto sentido. Y, además, con lo razonable no se puede hacer gran cosa. La obra de Pigson, por su parte, se destaca por contraste con la de Villegas Guchazo: Pigson pintó detalles insignificantes de cosas que veía. Esto les resultó muy útil a los historiadores, aunque algunos dicen que, al ser los detalles tan insignificantes y haberlos rescatado del olvido solamente Pigson, no hay forma de comprobar que no lo haya inventado todo. Los más interesantes en este sentido son “Interior de una bisagra”, “Mota de polvo en la cocina” y “Cabellos en el peine de una india”.

A la noche, durante la cena, alguien de la organización del festival me contó que lo del mármol y el titanio es mentira: que la estructura del muelle nuevo es de alambre tejido y que lo que parece mármol en el muelle antiguo es un revestimiento de granito de cinco milímetros de espesor que fue colocado muy posteriormente. No sé si creerle o no. Me dijo que no es que a los bahienses les gusten las cosas así: les gusta dar la idea de que les gustan las cosas así, porque en realidad les gustan las cosas de otra manera totalmente distinta. Pero, sin embargo, la idea de que el muelle nuevo sea de alambre tejido les resulta intolerable, sobre todo porque el costo de las obras incluía la compra de varias toneladas de titanio. Me dijo también que tanto el muelle nuevo como el antiguo están a punto de caerse en cualquier momento, y que por eso está prohibido pescar. Le respondí que me habían dicho que no se podía pescar para proteger a las especies en vías de extinción, y él me dijo que no sabía que hubiera especies en vías de extinción en Bahía Blanca.

A la noche, tarde, me llevaron en auto a un lugar, del que no recuerdo el nombre, bastante elevado. Aunque, si no me equivoco, el nombre era Mirador de los Granates. Desde ahí se puede ver toda la ciudad iluminada, los edificios y las nuevas torres de lujo que están construyendo en el oeste. Vi las chimeneas del polo industrial, que no paran de funcionar en ningún momento y que, me contaron con preocupación, están intoxicando a todos los bahienses. “¿Qué fabrican?”, pregunté, y se rieron. Pero una chica me dijo: “No fabrican nada: queman lo que fabrican en otros lugares”. “¿En serio?”, dije, y todos se rieron de nuevo. Pero parece que es verdad, y que para quemarlo usan unos ácidos especiales. Lo de la intoxicación los llevó a contarme la leyenda de la maldición que la viuda de un cacique, que era hechicera, lanzó sobre Bahía Blanca a mediados del siglo XIX. Luego, en los días siguientes, me contaron la leyenda varias veces más, siempre en versiones distintas, y siempre con mucho entusiasmo. El entusiasmo con la leyenda se entiende, y es envidiable: tienen la posibilidad de contar con alegría cómo hace ciento cincuenta años una hechicera lanzó sobre ellos una maldición que va a durar mil años, y además pueden demostrar que los efectos de esa maldición son evidentes para ellos. Esto tiene sentido: todo se puede adjudicar a esa maldición, y no hay forma de comprobar que la relación entre una cosa y la otra sea falsa. Se cree o no se cree, pero si no se cree, ¿cómo se explica lo que está mal? ¿O se dice que todo está bien? ¿O se dice que todos los lugares del mundo están malditos? En todo caso, es bueno que se sepa: peor sería que la viuda hubiese lanzado su maldición en secreto. Pero, como si esa explicación no alcanzara, los bahienses suelen recordar a los visitantes que la zona en la que les tocó vivir era llamada por los indios Tierra del Diablo. Es decir, que ellos viven en una tierra maldita que además, ya de por sí, se llama Tierra del Diablo. Si yo fuera antropólogo tendría que decir que esto es la teoría de los nativos sobre sí mismos, pero decir nativos hace pensar en los que lanzaron la maldición.

Al día siguiente me despertaron a las cinco de la mañana para llevarme a ver un pájaro que vuela solamente una hora por día. Mientras lo veíamos volar y dar vueltas, cometí el error de comentar la cuestión de la teoría de los nativos, y ellos me respondieron que ellos no eran nativos y que eso no era una teoría, pero que si quería una teoría me podían dar una. Y me contaron que la teoría bahiense se basaba en el nombre. “¿Por qué “Blanca”?”, me preguntaron. “No tengo idea”, dije, y ellos sonrieron. La teoría es una teoría sobre los colores, sobre el blanco como receptor de todos los colores y sobre cómo la función del blanco es la de quitar coloración a los demás colores, pero no me voy a detener en esto. En cambio, pasó algo más interesante. El pájaro, me habían dicho, vuela durante una hora y luego vuelve al nido, que nadie sabe dónde está, salvo algunos zoólogos de la universidad que guardan el secreto para proteger al pájaro. “Yo soy una zoóloga de la universidad”, me dijo una chica que había venido con nosotros. “¿Y sabés dónde está el nido?”, le pregunté. “Claro”, respondió, y señaló una parte de un monte. Hubo un silencio que duró una par de minutos; después, ella dijo: “De todos modos, este es un pájaro cualquiera”. Todos la miraron, y ella siguió: “¿Alguien sabe qué tipo de pájaro es…? No, no les interesa. Yo les digo que es un pájaro tan especial como cualquiera. Con esto quiero decir que son todos especiales, porque viven en otro mundo, no en el nuestro. El nuestro no es más que el límite entre dos mundos, el cielo y la tierra. Pero ellos viven en el cielo y sólo necesitan la tierra para buscar comida y para dejar caer sus deposiciones. También para dormir, pero eso no cuenta: si nosotros durmiéramos flotando eso no nos haría menos terrenales ni menos del límite. Por eso no tenemos contacto con los pájaros. Y por eso es más fácil imaginarse a una persona acariciando un león que acariciando un pájaro, porque acariciar un pájaro es entrar en contacto con lo divino. Y por eso los ángeles tienen alas. Las alas son el indicador del otro mundo, lo mismo que las aletas en los peces”. Alguien entonces habló sobre las sanguijuelas, no recuerdo en relación con qué. Finalmente, terminamos hablando de lo falsa que era la cadena alimenticia que nos enseñaban en la escuela, porque en verdad cada uno de los componentes no tenía relación con el otro sino consigo mismo. Finalmente, hablamos de lo falsa que resultaba la idea de relación.

El almuerzo fue en una cueva con inscripciones neolíticas al costado de la ruta. Ahí me contaron que se descubrió hace muy poco que por lo menos la mitad de la población de la ciudad de Bahía Blanca tiene un antepasado común en el siglo XVIII: un hombre que tuvo cerca de setenta hijos con diferentes mujeres. Después de saberlo, miro a la gente en la calle y veo que si bien el rasgo predominante no existe o no es evidente, sí hay cierta configuración facial que se repite en casi todos, incluso entre quienes no son bahienses.

A la noche leí en una novela de Andrei Bitov algo similar a lo que la zoóloga me había dicho sobre los pájaros. Y leí, también, las dos frases siguientes. La primera es: “La realidad no sobrevive en la descripción. O muere o se independiza completamente”. Y la segunda es: “Agarraste tu lápiz, así que escribí, si sos tan escritor… ¿Y sobre qué escribir, si no es sobre lo indescriptible?”. Entonces me pregunté qué era lo indescriptible en la Bahía Blanca de este texto. Y me respondí que no era la Bahía Blanca de este texto la indescriptible, porque la Bahía Blanca de este texto aparecía a medida que la escribía y no tenía límites, sino que la indescriptible era la Bahía Blanca que todavía no vi, y que sobre ella estaba escribiendo. ¿Sobre quién, si no? Veo ahora que debo haber pensado: una vez vuelta realidad, Bahía Blanca se muere o se independiza completamente, y en los dos casos la pierdo. Así que por eso, por las dudas, escribí el texto antes de venir.


Buenos Aires, 21 de marzo de 2012

Nota a una hora de haber llegado a Bahía Blanca (22/03/2012)

Me dicen que piensan llevarme al cementerio para que escriba sobre él. La idea está muy bien, y de hecho me gustan los cementerios, pero entonces veo la frase “una vez vuelta realidad, Bahía Blanca se muere”. El cementerio, igualmente, está condenado a seguir vivo mientras sigan llevando gente ahí.

Y de todos modos, al final, ¿qué es Bahía Blanca? Cuando escribí sobre ella, Bahía Blanca no existía. Ahora existe, porque estoy acá, pero no puedo escribir sobre ella. Así que no es nada de lo que yo pueda decir algo. O, mejor: sólo puedo hablar sobre Bahía Blanca si Bahía Blanca no está.

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