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Filbita
Alguien parte, se parte, llega y después…
Por Iris Rivera
Filbita 2016: Literatura y migraciones
RECIÉN LLEGADOS
En este texto, la autora comparte historias familiares, miradas y sentimientos de infancia alrededor de alguien que llega, alguien que parte, o alguien que inició un viaje que dio inicio a nuevos relatos.
Mis cuatro abuelos partieron de España y se partieron. De Galicia, de Burgos, de Valencia llegaron, sin conocerse y en cuatro barcos distintos, poco antes de la Primera Guerra.
Mi hermano y yo nos criamos con los abuelos maternos hasta los 6 años de él y los 10 míos. Recién ahora, abuela como soy, tomo dimensión de lo que habrá sido para los nuestros sembrar hijos y, más adelante, nietos… y no volver a su tierra nunca más.
Mi tierra, Mi tierra… si habré escuchado ese suspiro en el aire.
Con nosotros, los abuelos pusieron a prueba hechizos que estaban hechos de caldo y de palabras. Mi abuel revolvía la olla y cantaba:
No creas que porque canto/ tengo el corazón alegre…/ Yo soy como el pobre cisne/ que canta cuando se muere…
¿El cisne canta cuando se muere? MI abuela criaba gallinas, cosía zapatos y ¿era como el cisne? ¿Mi abuela era como el cisne? ¿Cantaba y se moría, ella? Qué se iba a morir si no paraban un minuto con las gallinas, con los zapatos, con los pucheros, con las paellas y el arroz con leche. Igual, lo de cantar mientras se muere me preocupaba. En la tierra de mi abuela sería costumbre: a los toreros también se les daba por ahí cuando los destripaba el toro:
Cuando el torero caía inerte/ en su delirio me dijo así:/ Pisa morena/ pisa con garbo ¿quién es garbo, abuela?/ que un relicario ¿un reli qué?/ que un relicario me voy a hacer/ con el trocito de mi capote/ que haya pisao/ que haya pisao tan lindo pie.
Ah, yo no sabía quién podía ser el garbo ese. ¿Y un relicario? Ni noticias… pero estaba claro que se hacían con los capotes de los toreros que pisaban las morenas. Y eso, a mí, me embrujaba. Entonces iba al lavadero a informarme con mi mamá, criolla de la primera generación, pero me la encontraba cantando otra de España:
Tres hojas, mare, tiene el laurel/ dos en la rama y una en el pie/ y una en le pie que la lleva el agua…
¿Cómo tres hojas? En el fondo había frutales, el gallinero, la higuera, la parra y un laurel. Era varias veces más alto que yo… y ¡otra que tres hojas! ¡millones de hojas tenía! Encima, por más que lo estudiaba al laurel ese, no le encontraba el pie. Únicamente que se le hubiera hundido en el agua que le llevó la hoja.
El abuelo trabajaba en una famacia en Plaza de Mayo. Volvía a nuestra casa de Longchamps en el tren Roca, se cambiaba y… a hacer la quinta.
… y una en el pie que la lleva el agua…
Ah, claro… eso del agua era cosa del abuelo con la manguera, seguramente.
El abuelo también cantaba. De muchacho, allá en Burgos, había querido ser cura y se sabía la historia de Jesucristo, de punta a punta, toda con la misma tonada:
Emprendieron su viaje/ la Virgen y San José/ según costumbre tenían/ de empadronarse en Belén…
En los cumpleaños me paraban sobre una silla y, yo no me acuerdo, pero dicen que cantaba la letanía. Y que, hasta que no lo crucificaba al pobre Cristo, no había manera de bajarme.
Por su lado, mi papá, hijo de los abuelos gallegos, se había comprado una guitarra y pretendía tocar de oído una que ya no era de aquella tierra, sino de esta. Sentado en el borde de la cama pulsaba con aplicación una sola cuerda: la de abajo, la que suena más finito:
Clin…cliclín…clin… clinclin…cliclin…clinclín…
Y cantábamos a dúo una que me hacía llorar:
Yo tenía una chancha, vidalitá/ con siete chanchitos./ Se murió la chancha, vidalitá/ quedaron solitos/ cliclin clin clin/ quedaron solitos…
Se me estrujaba el corazón, la pucha. Porque el pobre cisne y el pobre Cristo aparentemente eran solteros… y no dejaban huerfanitos. En cambio la chancha esta…
Uno de mis tíos, el hijo más chico del abuelo casi cura y que vivía con nosotros, deliraba por el tango. Sin querer queriendo, nuestra familia se acriollaba:
Yo lluvía llave llevo treinta abriles sobre mí/ yo soy pobre, soy enredo, soy honrado y no soy gil…
Y otro pobre más… pero por lo menos no era gil, se lo tomaba en solfa y compensaba lo del cisne.
Mi otro tío, el hijo mayor que también vivía con nosotros, cultivaba una onda claramente autóctona:
Ahora que estás ausente mi canto en la noche te lleva…
Era una zamba sí, pero ahí estaba la ausencia… la ausencia. La ausencia había pasado a la siguiente generación.
Tu pelo tiene el aroma de la lluvia sobre la tierra…
La tierra. Mi tierra, mi tierra, seguía suspirando mi abuela mientras arrancaba yuyos de los canteros. La lluvia sobra la tierra, su tierra, mi tierra, nuestra tierra. El aroma de la lluvia sobre esta tierra donde mis cuatro abuelos semillaron después de cruzar las grandes aguas.
Por ese tiempo, mi hermanito ya entonaba una que no era de acá, sino de allá:
Una vez un ruiseñor/ con las claras de la aurora/ quedó preso en una flor/ lejos de su ruiseñora…
Lejos de su ruiseñora. Lejos, lejos, claro. Lejos de su tierra, mis abuelos, que suspiraron de ausencia para siempre, pero cantando. Cantaban… y nosotros con ellos. Ruiseñores presos y libres en la tierra que adoptaron inclinándose sobre ella a la espera de que a su vez los adoptara. Y así los adoptó.
Quedó preso en una flor, lejos de… Hasta hoy sigo buscando ruiseñores en los rosales que mi abuela plantó y cuidaba de hormigas y pulgones.
Vuelvo y vuelvo a sentir que el camino de palabras que me llevó a los libros, empezó en la olla de mi abuela. En esa olla había canciones sobre nacimientos, muertes, separaciones, reencuentros, guerras y paces, tropezones y caídas, locuras y fiestas patrias. Y la escucho a mi abuela, a toda voz:
Salve, Argentina, bandera de mi patria…
Salve Argentina, mi patria, cantaba aquella andaluza, y cantó como el cisne: hasta morir.
Salve, Argentina… Con ésta entendí que a mi patria, ya en ese entonces, había que salvarla.
Caballero del ensueño tengo sueño y no apolillo/ tengo un tío poligrillo que se fue para el …
Y el caballero del ensueño se apiadaba porque…
A la salida de la milonga/ llora una nena pidiendo pan…
El caballero y la nena, los ruiseñores presos, la patria por salvar, el pobre que no era gil, la chancha fallecida, Jesucristo, las hojas del laurel y los toreros, el cisne que cantaba y que me sigue cantando ahora mismo… se cocinaron juntos en la olla. Mi hermanito y yo nos tomábamos el caldo.
Podés escuchar este texto en Spotify leído por su propia autora haciendo click aquí.