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Lecturas para empezar
2044
Por Christian Vera
¿Cómo será la cadencia íntima de las palabras propias en treinta años? ¿Qué se resquebraja, qué es lo que queda entero? Seis escritores se animaron a proyectarse al futuro y a imaginar una página escrita en tres décadas, con los virajes –o no– de sus lenguajes, imágenes y espacios.
Hola a todos, solo soy un caso más del desastre de esta empresa. Me gustaría ser breve,pero quizás me extienda un poquito para detallarles lo sucedido. Una tarde de septiembre de 2014 subimos a la red una aplicación informática milagrosa, posible de usar en cualquier tipo de dispositivo electrónico o a través de un navegador Web. El nombre no era original, repetía el de la compañía: Ubik. Como no quiero confundirlos de entrada pasaré a explicar brevemente el origen y las características de la aplicación.
Por esos días de septiembre, treinta años atrás, después de mucho trabajo diseñé, escribí, probé y depuré un programa para fabricar manuscritos literarios. Había logrado crear un algoritmo de programación de procesadores de texto. En esa época fue toda una revolución, pero una revolución algo silenciosa y enigmática. En otras palabras, diseñé un compilador de texto que tomaba del ciberespacio escritos canónicos de alta complejidad literaria y los transformaba a partir de un código a un lenguaje comprensible incluso para las computadoras. Esa operación informática fue aplicada para producir Ubik.
La app presentaba una simple página en blanco, cuidadosamente diseñada (perfecta en sus sugerencias invisibles). Para activarla el usuario tenía que registrar unas cuantas palabras, con sentido o sin él. Si quería, tal vez una frase, escribir el inicio de una historia, algo breve. Escrito el texto había que hacer un touch en la página. Del fondo de ella aparecía la palabra: renderizar, bastaba un click sobre ese icono para que se iniciara el proceso.
Poco tiempo después, el usuario recibía en su correo electrónico un archivo con lo que había deseado, es decir la redacción terminada ya sea de una novela, de un poemario, de un cuento. Todavía no conté que el primer texto literario era una cortesía, dejábamos tan picados a los “autores” – lectores que deseaban una segunda experiencia. Después del primer escrito —nosotros lo llamábamos producto— había que pagar el módico monto de 14,99$.
Dependiendo del género y el estilo variaban los días de entrega del pedido. Los ingenieros de producción establecieron que una novela a lo Bolaño tardaba entre dos y tres horas en terminarse. Un cuento de terror a lo Stephen King entre tres y cuatro días. No aceptábamos estilo aireano y menos borgeano ya que constantemente había que resetear y formatear la máquina. Las fallas de edición de nuestras manufacturas literarias eran mínimas gracias a nuestro depurador de erratas, alguna vez el programa confundía espacios entre caracteres. Pero por lo demás era una redacción que se podría calificar de estándar. Por lo menos eso reportaban los sistemas de medición de calidad y el alto consumo de nuestro producto.
Se podría decir que las ficciones que escribía el algoritmo eran lo que los programadores llamamos la fuente del suceso, eran tan diversas, asombraban tanto a sus lectores… Ya se imaginarán cómo continúa este relato, los lectores no aguantaron los escozores de la vanidad y decidieron transformarse en escritores y empezaron a publicar rápidamente esos manuscritos que en realidad, como lo dije antes, eran y no eran suyos.
Permítanme comentarles que los textos manufacturados enviados en formato Word estaban protegidos con derechos de autor. Pero eso importaba poco.
La máquina programada redactaba dos mil palabras por minuto, en días fabricaba infinidad de material ficcional. Con tanta producción abundaron las editoriales independientes, las digitales, la autoedición, los concursos literarios rebalsaban en propuestas. De un día a otro un aluvión de escritores de habla castellana sobrepobló la tierra, gracias a nosotros, por supuesto. Prefiero no detenerme en mi invento, que creo que es solamente el inicio de esta historia. Sin proponérselo, Ubik terminó transformando la literatura y el mundo.
Disculpen, pero, como habrán notado, yo sé muy poco de literatura. Quiero decirles que el departamento de marketing me ha reportado que en congresos de escritores, festivales como este, ferias del libro todos en secreto saben que son usuarios adictos de Ubik, pero nadie abiertamente se anima a plantearlo y a reconocerlo. En 30 años de vigencia creamos cientos de miles de productos ficcionales. Yo sé que varios de los presentes recurrieron a la aplicación y “escribieron” sus mejores poemas, novelas y relatos. Pero no se asusten esta vez no daré nombres, el motivo de mi visita es otro. Por una emergencia que ya les comentaré hemos decidido que es tiempo de que en estos círculos literarios, importantes festivales demos a conocer la magnitud del invento de la empresa.
Algo que todavía no les dije es que en el fondo no nos importaba que los usuarios plagiaran las invenciones literarias escritas por mi algoritmo. Por el contrario, se trataba de una especie de halago. Lo que nos preocupaba, y a eso se debe mi presencia en esta mesa, es contarles sobre mi fatal descubrimiento.
Hace días, recibimos la información de que un antiguo Boeing 777, de origen desconocido, con 239 personas a bordo solicitó permiso para aterrizar en un aeropuerto del sudeste del Brasil. Los radares nunca lo captaron, menos rastrearon su procedencia. Tanto la tripulación como los pasajeros descendieron del avión con cierto aire de ánimas, sin entender por completo lo que estaba sucediendo, con la mirada perdida dibujando algo como un espiral. La ropa, los peinados, la tecnología databa de hace treinta años. El avión se había extraviado en marzo de 2014. Desde esa fecha la tripulación quedó suspendida en otra temporalidad.
Una novela marca registrada Ubik que no mencionaré, de un autor por demás conocido, pero al mismo tiempo irrelevante años atrás contaba los hechos del avión y de los pasajeros tal cual como luego sucederían. Incluso narraba la vida de los 239 tripulantes, sobre su absoluto extravío. Entré en pánico cuando descubrí que varios hechos como este, incluso los detalles más ínfimos fueron previamente escritos e imaginados por los textos ficcionales que producía la aplicación. Creo que, como nunca antes, decir que la ficción configuraba la realidad no sonaba como una idea de un crítico o de un profesor de literatura.
La migración a lo real de aliens, de robots hiperinteligentes y sensibles, de zombis, de cyborgs, de poetas de madera, eran nuestra responsabilidad. Personajes inverosímiles, inadaptados que ahora de forma cotidiana dan vueltas a la manija de la vida, seres completamente imaginarios pero existentes.
Quiero comentarles que hoy varios empleados de la compañía nos hemos declarado en emergencia. Dentro de pocas horas la aplicación dejará de funcionar, a eso me refería con el desastre de la empresa. Los altos directivos decidieron desactivar Ubik, sin medir sus consecuencias. El motivo: su versión de software es una reliquia antiquísima que en estos tiempos es muy costoso mantener. También les comunico que cuando se apague el sistema no tenemos la certeza de lo que ocurra, tal vez el mundo se transforme en una especie de página en blanco. Tal vez sus extrañas criaturas que ahora lo habitan se agiten y se violenten instaurando una sociedad distópica apocalíptica. O por ahí desaparece todo y nos quedamos en silencio sabiendo que existimos pero sin la posibilidad de vernos.
Este es el Informe Ubik, gracias.