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Lecturas para empezar
Fiesta
Por Fikry El Azzouzi
Categorías cotidianas que se invierten, expectativas que se chocan con realidades, ruido, desbordes, excesos y las ruinas del día siguiente. Todo eso puede ser una fiesta. Seis autores de distintas partes del mundo escriben sobre la mejor/peor fiesta a la que fueron en sus vidas y nos invitan a revivirlas.
La noche había comenzado bien, con una previa de drogas y alcohol.
Quiero aclarar que crecí en un pueblo retrógrado dónde no pasa nada. Con excepción de las noches. Entonces, el apacible y soporífero poblado se convierte en Sodoma y Gomorra. Clubs de striptease, bares, discos, friterías y, sobre todo, restaurantes de pita. El dürum promedio no es sólo asqueroso, sino que también es un atentado a tu estómago. Cuando te aventuras a comerlo, amaneces, al día siguiente, adornado con granos purulentos y barritos. Buen provecho. Pese a todo, los restaurantes de pitas son minas de oro, para muchos, es la única opción.
Volviendo a mi noche; el alcohol y las drogas empezaron a funcionar. Las drogas en Bélgica son únicas. Creo que somos el único país donde las drogas te estimulan el apetito y te hacen engordar. Estaba con dos amigos comiendo pita. No quiero profundizar en la composición del relleno, es un misterio que prefiero preservar hasta el día de hoy. Eso sí, todo está camuflado con salsa picante y pimientos. Después de comer estábamos listos para salir. Haciendo abstracción de nuestros granos purulentos, éramos bastante apuestos. Las chicas en las discos desfallecerían cuando nos vieran. O eso creíamos.
En la primera disco nos rebotaron, no fue ninguna sorpresa. Bélgica no es solamente un país simpático, sino que es, también, muy racista. En la segunda discoteca tampoco pudimos entrar, ya que “no éramos habitués”. Para la tercera disco, “estábamos demasiado bien vestidos”. En la cuarta nos pusimos menos amables y exigimos del portero un poco de respecto. ¿Por qué no nos deja entrar? ¿Cuál es el problema con los marroquíes?
El portero asumió postura de gorila para dejar notar que con él no se jode. Se me acercó mucho. Con la cabeza inclinada y mirada agresiva. Su aliento apestaba un poco. Empecé a sentir como mi estómago se revolvía, la pita había sido demasiado picante. De repente, escupí un poco de vómito sobre el portero, que empezó a gritar: “Hijo de puta, te voy a matar. Me llenaste el Versace de vómito”.
No creo que era un Versace original, parecía algo barato del mercado o hecho por su mamá. Pero estaba tan fuera de sí que me quería arrancar la cabeza. Para su mayor desgracia, empecé nuevamente a vomitar y recibió una nueva lluvia ácida. Mis amigos estaban tentados. Se burlaban de mí y del portero. Gritaban mi nombre como locos. Al mismo tiempo, llegaron otros porteros. Le aconsejaron al portero vomitado ponerse directamente una hora bajo la ducha. Del vómito podés contraer enfermedades muy horribles como: HIV, chlamydia, gonorrea, sífilis….
La policía llegó con sus estridentes sirenas. Los tres fuimos detenidos y tuvimos que pasar la noche presos. En el calabozo descubrí finalmente que no sólo lo había vomitado al portero, también sobre mí mismo. Mi estómago seguía haciendo ruidos extraños, pero no me permitían abandonar la celda. Recién en la mañana siguiente me podrían pasar a retirar. Tenía que ir muy urgentemente al baño. Tan urgente que no me pude aguantar. Le habían puesto demasiados pimientos a la pita. Entonces, me cagué encima. No completamente, un poquito. Creo que había unas ocho personas en la celda. Lo notaban, pero no dijeron nada. Tampoco apestaba tanto. Al día siguiente, me vino a buscar papá. Los hijos de puta llamaban a tus padres para agregar otra capa de humillación. Mi padre lo olió directamente, puso cara de asco, pero no dijo nada. Caminamos juntos al auto. Se subió y arrancó. Lo seguí caminando.
La fiesta desbordada, Buenos Aires, Filba Internacional 2018