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Melodía desencadenada
Algunas ideas sobre “Laika”, de Mecano
Por David Leavitt
Tres escritores y una cantante se animan a contar canciones. Haciendo el siempre difícil ejercicio de elegir “la” canción que no pueden dejar de bailar (o esa que arruina las fiestas), contarán qué les pasa con esas melodías y letras.
A fines de los ’80 viví un par de años en Barcelona. Fue una época extraña y surreal para mi, en la que asistí a muchas fiestas. Mis amigos de Barcelona solían usar el verbo madrugar, que se traduce al inglés como “levantarse temprano”, para decir justamente lo opuesto: quedarse despierto hasta tarde, hasta altas horas de la madrugada. Era un uso apropiado, ya que entonces –igual que ahora- era habitual en Barcelona cenar a las diez u once de la noche, antes de salir. Si ibas a un club a medianoche, estaba vacío. Mis recuerdos de las fiestas a las que fui en esos años se condensan en una imagen: el sol que comienza a subir por las altas ventanas de un living-room en el Eixample, el olor a hachís, la bonhomía lánguida que se ve en los retratos de las cuevas de opio en París. Estoy con mis mejores amigos de aquellos tiempos, Albert y Josep-Maria, y mi novio de aquellos tiempos, Didac, y cantamos a la par de “Descanso dominical”, el álbum de Mecano. Tal vez es “Mujer contra mujer”, un temprano himno gay prohibido por la iglesia católica; tal vez, “El blues del esclavo”; tal vez, “La fuerza del destino”.
El que más cantamos es “Laika”. Supongo que eso se debe, sobre todo, a que para mis amigos y para mi la historia de Laika -esa perra callejera rescatada de las calles de Moscú, atrapada en un Sputnik y enviada al espacio- fue parte vívida de nuestra infancia, una historia convertida en leyenda (Laika hizo su viaje -en el que murió- en 1957. Todos nosotros habíamos nacido a principios de los ’60). No solo eso: la canción que Mecano escribió para conmemorar a Laika tenía mucho gancho. Pide a gritos que uno la cante, como la mayoría de las canciones de Mecano.
Mecano -eso lo aprendí después- se formó en 1981 y duró hasta 1992. El grupo se consideraba -y era considerado por sus fans- como una banda “synth-pop” en la línea de Spandau Ballet. Esa comparación no se me habría ocurrido en aquella época, aunque más no fuera porque, para mi, la característica más impactante de Mecano era el contraste entre la sofisticada música electrónica de los hermanos Cano y la voz de su cantante principal, Ana Torroja (una voz de soprano misteriosamente suave e infantil, que Torroja manipula con gran habilidad, modulando con astucia entre la inocencia y la experiencia, la seducción y la exhortación, la dulzura y el dolor). Para mí, el gran momento de “Laika” es cuando la canción redime la muerte del animal: “En la tierra una perra menos, en el cielo una estrella más”. Ese era el momento en el que mis amigos y yo, sentados juntos en aquella sala anónima y llena de humo de Barcelona, mientras amanecía y comenzaba la madrugada, inevitablemente empezábamos a sollozar.
¿Qué es lo que resulta tan poderoso de ese momento? Por supuesto, está la correlación perfecta entre la música y la letra. Por supuesto, está la construcción gradual hacia la recompensa liberadora y casi catártica (“en el cielo una estrella más”). Y sin embargo pienso que lo que realmente hace funcionar al momento es la rima, específica del español, entre “tierra” y “perra”. La rima es una coincidencia que el escritor astuto puede explotar y aquí es utilizada para crear un efecto rapsódico, uniendo a la tierra y a la perra en un abrazo cósmico.
Buenos Aires, Filba Internacional 2018