Discurso de aceptación de Diego Muzzio
Premiación Premio FMF 2023
Diego Muzzio, autor de la novela El ojo de Goliat recibió el Premio Fundación Medifé Filba 2023 y estas fueron sus palabras el día de la premiación:
Espero no aburrirlos si comienzo con algunas reflexiones sobre el oficio de escribir. Hace ya algunos años me invitaron a participar en una lectura de poemas y los organizadores me pidieron un texto breve que respondiera a la pregunta: ¿qué significa escribir poesía? La perspectiva de responder dicho interrogante me provocó un pánico profundo; no me llevo bien con las definiciones. Al cabo de algunos días, sin embargo, pude garabatear un texto más o menos aceptable. Cito a continuación algunos fragmentos: “Pescar y escribir poesía son actividades íntimamente ligadas. Poesía y pesca son palabras gemelas, trabajos mellizos. En la actitud corporal del poeta que se inclina sobre la hoja en blanco y en la del pescador que se adelanta hacia el agua, existen similitudes y correspondencias: el silencio y la quietud, la paciencia y la tensión. Pescar significa acechar al pez. Escribir poesía, acechar algo secreto, recóndito, en el inmenso mar utilitario del lenguaje. Acechar implica una amenaza. Y la amenaza es doble: tanto para el pez que gira alrededor del anzuelo como para el pescador que, en el extremo opuesto de la ecuación, sostiene la línea. Tanto para la palabra, arrancada de cuajo del confortable nicho del uso diario, como para el poeta que la extirpa y trasplanta a un ámbito distinto.
El pescador no se conforma con atrapar al pez. Su placer reside más en el ansia que le provoca la espera que en el hecho consumado de la pieza cobrada. Del mismo modo, el poeta que, en un buen día de trabajo puede concluir un poema, volverá una y otra vez a inclinarse hacia el lenguaje para esperar en tensión, para mirar y escuchar en tensión. Ese es su placer y su maldición. Su descanso y su látigo. (…) La condición permanente del poeta es el hambre: hambre de decir algo que intuye con fuerza pero no puede probar, hambre de llegar a saber qué es lo que quiere decir. (…) Como lectores, el poema debe dejarnos siempre con una sospecha, una línea de fuga. Un buen poema escapa hacia delante, como un animal perseguido. Ahab persigue a la ballena blanca. Por el camino puede cobrar otras piezas, pero la perfecta blancura del monstruo que persigue es, para él, siempre inalcanzable. En el final de la historia, Ahab no puede cazar a la ballena. En el final de la historia, es la ballena la que caza a Ahab”.
Durante mucho tiempo, sostuve que escribir poesía y narrativa eran tareas distintas, al menos en la experiencia de la persona que las lleva a cabo. Ahora, que releo este texto escrito por un joven poeta lleno de dudas e incógnitas sobre su oficio, advierto que esta breve reflexión puede aplicarse también a la narrativa (no por nada el texto termina con una referencia a Melville y a uno de mis libros favoritos, Moby Dick). Existe, no obstante, una salvedad: se puede componer un poema en una mañana, en un sprint de cien metros. La novela, en cambio, requiere del escritor el esfuerzo y la resistencia de un corredor de fondo. Entre muchos versos memorables, T.S.Eliot escribió, en Cuatro cuartetos: “El ser humano no puede soportar demasiada realidad”. En efecto, para sobrellevar la existencia necesitamos, paradójicamente, poder escaparnos de ella. Desde que el hombre es hombre inventamos historias y las contamos alrededor de una hoguera, las pintamos en los muros de una cueva o una tumba, las representamos en forma de Comedia o Tragedia, las asentamos en tablas de arcilla y madera, en papiros, en papel, en celuloide, en soportes digitales. La necesidad de evadirnos, tan esencial como la de alimentarnos, ha sido una constante del género humano. Necesitamos viajar. Las grandes obras de la literatura, esas a las que volvemos una y otra vez, relatan un viaje real o imaginario, físico o espiritual. La idea no es nueva, lo sé, pero eso no quita que sea verdad: leer, escribir son dos caras de una misma moneda, parte de un viaje necesario dentro de un viaje mayor.
Eliot también escribió: “Para nosotros solo existe el intento, lo demás no es asunto nuestro”. Soy, como diría Borges, un agradecido lector, pero también soy un obstinado escritor, de manera que me siento a escribir todos los días, sin certezas, sin desesperar, consciente de que estoy felizmente condenado a ejercer este oficio. Nunca sé adónde me llevará la historia que tengo entre manos. Parto de una idea que vislumbro apenas, una intuición, un sueño embrionario que va tomando forma a medida que me interno en la narración. El punto de partida puede ser un personaje, un ambiente, una situación mínima. Escribir, como leer, es también aceptar estas limitaciones, permitirse un viaje hacia lo desconocido. Espero, en todo caso, haber ofrendado a mis lectores la posibilidad de un viaje; porque, como ya dije, pienso que viajar es una necesidad imperiosa, sobre todo en épocas oscuras.
En una carta a Colet, Gustave Flaubert afirmaba: “¡Qué perro asunto la prosa! Nunca se acaba; siempre hay algo que rehacer. Creo, no obstante, que se le puede dar la consistencia del verso. Una buena frase de prosa debe ser como un buen verso, incambiable, igual de rítmica y de sonora”.
Y con esto termino.
Quiero agradecer a las fundaciones Medifié y Filba por este premio, a los miembros del jurado —Betina González, María Moreno, Federico Falco—, a los amigos que suelen leer y comentar las primeras versiones de mis textos y también dar muy especialmente las gracias a la editorial Entropía, a Valeria, Constanza, Sebastián, Gonzalo y Juan Manuel, por estar siempre ahí, por esa maravillosa mirada crítica que tienen y que mejora cualquier texto, y por el esfuerzo que hacen a diario en publicar nuestros viajes y sueños.
Muchas gracias.