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Filba Recomienda | Edición Anfibios

Inspiradas por la muestra Anfibios de la Fundación Santander, el equipo de FILBA recomienda una selección de libros vinculados a los límites y los territorios.
La muestra se puede visitar hasta noviembre de este año en Av. Paseo Colón 1380. Más info, acá.

Ningún lugar adonde ir, Jonas Mekas
Caja Negra

Nuevos edificios de vidrio que darán calor en verano y frío en invierno a sus habitantes. Vacíos que aparecen cada día, producto de alguna demolición. Calles comerciales por las que ya nadie camina. 
La ciudad es un organismo que muta a la fuerza. Nosotros también. 
Si esa relación que teníamos con nuestra ciudad se vuelve, sin darnos cuenta, un continuo contrato. ¿Qué tanto seguimos siendo parte de ese lugar en el que nos tocó nacer?

Mi vida es tan sinuosa como las montañas. No se puede llegar a la cima por un camino recto. Hay que caminar a través y alrededor de los campos, subir y bajar, atravesar pasajes estrechos, caminos, un recorrido diez veces mayor que la distancia recta real… Y siempre parece como si la cima estuviera muy cerca, quizás a unos pocos minutos de distancia, pero uno camina por más de tres horas y mira hacia arriba y la distancia sigue siendo la misma. Las montañas perturban la lógica lineal, las perspectivas, el tiempo, el espacio, la distancia. Todo es tan diferente en las montañas. Entonces, ¿qué pasa con la vida?


Diario del afuera / La vida exterior, Annie Ernaux
Ed. Milena caserola

Annie Erneaux, desde 1985 hasta 1999 (con interrupciones en el medio), llevó adelante un ejercicio de escritura que básicamente invirtió las premisas del diario íntimo: es decir, el “yo” no es la fuente de la experiencia ni de la escritura, sino que son los otros, los otros anónimos, los que deambulan a nuestro lado, los que nos rozan con una cierta intimidad pasajera si logramos posar la mirada y la atención en ellos aunque sea unos minutos. 
Sus viajes en subte, sus colas en el supermercado, ir al banco, ver la tapa de un diario que lee el pasajero de enfrente, todo lo que la rodea se convierte en el objetivo de una mirada y en materia de escritura. Una mirada que no juzga, que apenas describe y esboza alguna relación caprichosa -y siempre lúcida- con eso que ve. La ciudad, lo cotidiano, el espacio que atravesamos todos los días sin mirar demasiado a los costados, se convierte en una usina de imágenes, de sonidos, de personas (personajes) siempre dispuesta a darnos algo a cambio de mirar, escuchar, detenernos aunque sea un rato. El resultado es hermoso. El registro de la exterioridad pura es imposible, el pretendido registro de la intimidad, también. Por eso, en el prólogo, Annie Ernaux concluye: “Son los otros, anónimos del subte, de las salas de espera, quienes por interés, enojo o vergüenza nos atraviesan, los que despiertan nuestra memoria y nos revelan a nosotros mismos”. Son muchas las cosas que se pueden decir sobre estos diarios de ciudad, pero creo que la mejor experiencia es leerlo mientras viajamos en subte, esperamos el colectivo o hacemos la cola en la verdulería. Automáticamente, todo el alrededor va a cobrar un espesor único, íntimo y ajeno al mismo tiempo. 

Ciudad feminista, Leslie Kern
¿Por qué las calles no están hechas para las mujeres?, se pregunta Leslie Kern en su ensayo Ciudad feminista publicado por la editorial Godot. La ciudad como un dispositivo de control, espacio de educación o de destierro femenino, a lo largo de las páginas del libro Kern piensa estas funciones urbanas de la mano de un recorrido histórica de todas aquellas pensadoras que estuvieron antes que ella. Es decir, por aquellas escritoras, activistas, filósofas, periodistas o “pensadoras urbanas” como las llama ella que han reflexionado sobre cómo la planificación urbana está pensada desde una perspectiva masculina y de qué manera las mujeres nos podemos apropiar de ella, partiendo la experiencia corporal de ser una mujer viviendo en una ciudad. Una experiencia atravesada por el miedo, la valentía, la expulsión y la apropiación. 
Si bien la reflexión está acompañada de teorías de pensadoras urbanas, también está acompañada de ejemplos gráficos e innegables: ¿cómo se segmentan los baños públicos? ¿cuál es la implicancia del cruce de géneros en el transporte público? ¿hasta dónde se puede andar con un cochecito por las veredas? ¿cómo se ilumina nuestro andar? 
Leslie Kern mapea estos obstáculos presentes en las metrópolis actuales y propone imaginar las estrategias para una Ciudad Feminista, en donde las mujeres podemos ser una verdaderas flâneuse.

La ciudad, William Faulkner
Alfaguara

Leer a Faulkner es siempre una experiencia única: su perspectiva, su mirada existencial se extiende más allá de lo evidente, lo tangible, lo real. 
La ciudad, segunda parte de la Trilogía de los Snopes, comienza con El villorrio y concluye con La mansión. ¿Dónde transcurre todo? Como la mayoría de las novelas del autor, se desarrolla en una ciudad ficticia, en el condado de Yoknapatawpha. Cada una de las partes está relatada por una voz diferente, tres narradores que cuenta el ascenso de Flem Snopes cuando deja su ciudad, Frenchman's Bend, para trasladarse a Jefferson, la capital del condado. Son tiempos de un nuevo Sur de los Estados Unidos, quizá hasta un modo de esperanza y mejores futuros. El cambio de ciudad como paradigma del destino, iniciación, la formación e identidad social como signo de pertenencia a partir las relaciones interpersonales. Lo de Faulkner siempre ha sido una literatura mayor, una compleja trama donde el deseo a la trágica aceptación del destino, los personajes delineados desde una estructura que contextualiza los tiempos, resultan sus mejores logros. La ciudad es probablemente su mejor ejemplo.

Fragmento:
La familia del primo Gowan vivía en Washington, donde su padre trabajaba para el Departamento de Estado, y de repente lo mandaron durante dos años a China o a la India o algún otro sitio así de lejano; su madre también se fue, de manera que enviaron a Gowan a vivir con nosotros y a que fuera al colegio de Jefferson hasta que volvieran. «Nosotros», por entonces, eran el abuelo, padre, madre y el tío Gavin. Así que esto es lo que Gowan supo del asunto hasta que yo nací y crecí lo suficiente para enterarme también. Y cuando hablo de «nosotros» y digo «creímos» me refiero en realidad a Jefferson y a lo que Jefferson pensaba.
Al principio creímos que el depósito de agua era sólo el monumento a Flem Snopes. Estábamos así de poco enterados. Pero más adelante comprendimos que aquel objeto a poca altura en el cielo por encima de Jefferson, en el Estado de Mississippi, no era un monumento sino una huella.
Un día de verano Flem Snopes entró en la ciudad por el sudeste en una carreta de dos mulas que contenía a su mujer y a su hijita y una reducida cantidad de mobiliario y accesorios domésticos. Al día siguiente se hallaba tras el mostrador de un pequeño restaurante a trasmano que pertenecía a V. K. Ratliff. Bueno, sólo a medias, porque tenía un socio. Ratliff se pasaba la mayor parte del tiempo en una calesa (eso fue antes de que comprara el Ford modelo T) recorriendo el condado con una máquina de coser de cuya marca era representante y con la que hacía demostraciones. Es decir, creíamos que Ratliff era aún el otro socio hasta que vimos al desconocido con el delantal manchado de grasa detrás del mostrador: un individuo rechoncho y nada comunicativo con una diminuta corbata de lazo, ojos opacos y una sorprendente nariz, pequeña y ganchuda, como el pico de un halcón diminuto; una semana después Snopes había instalado una tienda de lona detrás del restaurante y él, su mujer y la niñita vivían allí. Y fue entonces cuando Ratliff le dijo a tío Gavin:

—Déle un poco de tiempo. Déle seis meses y también sacará de ese café a Grover Cleveland (Grover Cleveland Winbush había sido su socio).
Aquél fue el primer verano, el primer Verano de los Snopes, lo llamaba tío Gavin, que estaba en Harvard por entonces, preparando su licenciatura. Después continuaría estudios de derecho en la universidad de Mississippi, dispuesto a convertirse en socio del abuelo, aunque a decir verdad ya pasaba las vacaciones ayudándole en sus tareas como fiscal municipal; apenas había tenido ocasión de ver a la señora Snopes, de manera que no sólo no sabía aún que iría a Alemania para estudiar en la universidad de Heidelberg, sino que ni siquiera estaba enterado de que alguna vez tendría ganas de hacerlo: tan sólo se trataba de una idea agradable que acariciar o utilizar como tema de conversación.


La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick
Ed. Sexto Piso

Dos amigos conversan en un café de Midtown y entramos al libro como si nos sentáramos a su mesa, a seguir esa conversación, a tomar parte en ella. A poco de avanzar las páginas, ya estamos dando un paseo por la ciudad de Nueva York, pero no solo eso: más bien empezamos a pasear con intensidad por el devenir de una época, por la arquitectura de un lenguaje que nos pone frente a una identidad siempre en construcción.
Con una voz sensible y profunda, una cadencia serena pero intensa, Vivian Gornick despliega en La mujer singular y la ciudad una serie de postales de una ciudad que se delinea con la tinta de un intercambio de miradas, con la escena del roce involuntario de dos personas; una ciudad que se ilumina con las luces del diálogo silencioso entre un niño y un adulto en el metro y se opaca con las sombras de una cena en algún departamento de intelectuales donde ráfagas de textos literarios quedan atravesadas por las emociones humanas más básicas y más complejas. 
Como en Apegos feroces, la lectura de La mujer singular y la casa nos pone en movimiento, nos lleva de las narices a caminar por las calles de Nueva York al tiempo que nos pone en el abismo de mirar el mundo y vernos en los ojos de otros, en las escenas que observamos y son parte del relato de nuestra vida, en las preguntas más sutiles, en la estimulante y a la vez ardua tarea de descubrirnos a nosotros mismos. 
En los relatos de Gornick el paso se acelera, se serena, se detiene; aparecen las amistades, la relación con la madre, la conmoción que producen el arte y la política, la soledad enorme, necesaria y vital de quien se sumerge en la muchedumbre informe y ruidosa. 
Podríamos decir que las calles de Nueva York dan el pulso narrativo de la escritura de Gornick. Un collage sutil y fascinante de escenas de la vida cotidiana, una caminata por la cornisa que se alza sobre lo público y lo privado, lo íntimo y lo político. 
Pero quizás no sea tan preciso, quizás no sean las calles sino el caminarlas; quizás no sea la literatura, sino la conversación; quizás no sea la política, sino los actos. Y entonces sí, es ese collage lo que va construyendo el pulso narrativo de los relatos de Gornick. Y en ese latir, la literatura, una vez más, nos hace vibrar con la experiencia de lectura.

Recuerdos del futuro, Siri Hustvedt
Seix Barral

Una mujer joven llega a la gran ciudad a la busca de un tema para escribir una novela. Una mujer madura escribe sobre la niña que creía que para escribir, tenía que pasar por la ciudad. Pasar por las bibliotecas de la ciudad, el olor a comida rápida de las calles, las noches de neón, la humedad de los sótanos, las ratas de los parques disputándose los restos de la basura. 
Recuerdos del futuro, de Siri Hustvedt, es una novela de cierre, como de alguien que dio la vuelta y tiene espacio para pensarse hacia atrás, pero al mismo tiempo es un texto iniciático en la medida que repara en temblequeo de esos primeros pasos de alguien que escudriña el afuera para exorcizar el adentro. 
Una mujer sola que escucha a su vecina al otro lado de la pared y, a partir de retazos, ecos de frases, estribillos y quejidos, traza hipótesis sobre quién es, cuál es su historia. La escritora canadiense Nancy Huston, en su libro La especie fabuladora, afirma que en tanto seres de lenguaje, de relato, las mujeres y los hombres nos pasamos cada minuto del día especulando sobre nuestras percepciones, fabulando, en suma.
En eso anda la joven de Recuerdos del futuro. A la distancia, la escritora madura en la que se convertirá contempla en sus recorridos y reflexiona, entre otras cosas, sobre las pautas sociales que empujan a las mujeres a ciertos comportamientos pasivos y pacientes respecto de aquello que la ciudad y sus hombres esperan de ellas.


Un reino junto al marSantiago García Navarro 
Editorial Ripio

Dos ciudades, Mar del Plata y Río de Janeiro, que se unen en los imaginarios que a lo largo de un siglo hemos construido en torno a la idea de la felicidad. Una es “la feliz”; la otra, la “cidade maravilhosa”.  Las dos son mar, playa, vacación, lujo y vulgaridad. 
En este libro el docente, artista y escritor Santiago García Navarro maneja un registro propio para abordar su viaje personal a las ciudades: el ensayo ficcional. Lejos de lo académico y mucho más cerca de la poesía, el libro recorre las calles de Río y Mar del Plata recogiendo rastros, carteles, letreros, rincones, personajes y muchas otras huellas, como si fueran suvenires singulares que interpelan nuestras propias referencias y biografías. 
La permeabilidad entre las ciudades y las contaminaciones cruzadas -tropicalización de Mar del Plata o argentinización de Río- parecen surgir más de lo que creíamos. Minucioso y obsesivo, Un reino junto al mar es un libro tan fascinante como inclasificable, que sin querer serlo, se lee como una novela que a la vez es mapa etnográfico de calles que están tan lejos y tan cerca. 

Fuga sin fin, Joseph Roth
Acantilado

Las personas tardan mucho tiempo en encontrar su semblante.
El protagonista es Franz Tunda, un teniente del ejército austríaco que cae prisionero durante la Primera Guerra Mundial, pero luego escapa y se va a vivir aislado al bosque. Esto es importante porque el personaje se pierde el evento más importante del año 18 que es la derrota de Austria y la consecuente disolución del Imperio, y el total cambio de fisonomía de su ciudad, Viena. Cuando le llega la noticia, Tunda se lanza a la búsqueda de una aventura, y realiza un viaje que lo lleva a recorrer Europa, cada ciudad cambiada por los últimos acontecimientos.
Roth construye con palabras una ciudad que ya no existe, y nos da un personaje que se mueve con los vientos de la historia. Con este libro nos enfrenta a los efectos que las ciudades tienen sobre el individuo y a su vez propone la posibilidad de vivir la ciudad desde el límite, desde lo fragmentario, desde la experiencia personal. 
 

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