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Festival Nacional Santa Rosa 2021

Jueves 17 - 17 hs. (ARG)

LECTURA. Rosario Bléfari en Santa Rosa

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Santarroseña por adopción, la escritora, compositora y cantante Rosario Bléfari escribió una serie de notas preciosas sobre su relación con la ciudad pampeana. La Agenda las fue publicando desde 2019 hasta el momento de su muerte. Para este Filba Nacional hicimos una selección de algunas de esas notas y entradas de diario, para volver a ponerlas en circulación y volver a respirar por un ratito la frescura de la escritura y las ideas de la gran Rosario.

Agredecemos a La Agenda por habilitarnos la publicación de estos textos en nuestra web. 

SEGUNDA ENTREGA 

Un sentido para todo esto
Vine a Santa Rosa. Quedamos mi padre y su hija acá, nuestra hija y su padre allá; así nos encontró la reclusión y parece una buena manera de repartirnos.
29 de marzo de 2020

Lunes


Cuando comencé este diario, los primeros días de enero de este año, sabía que iba a escribirlo en el contexto de una época en la que los diarios personales estaban –tal vez desde hacía rato– a la orden del día. Como lectora, siempre me interesaron y yo misma estoy esperando que salga de la imprenta uno propio, se llama El diario del dinero y lo edita Mansalva.  Unos meses antes, Gourmet musical editó el diario de un músico amigo, Alejo Auslender, donde da cuenta de las aventuras y desventuras de las presentaciones en público de su banda Deportivo alemán. También una amiga actriz, Susana Pampín, está terminando su Diario del Tigre, que voy leyendo mientras lo escribe y corrige, en este caso se trata de una ficción en formato de diario personal en la que utilizó las anotaciones de sus días de descanso en el Delta a lo largo de varios años.

Sabía que mi diario de la dispersión se transformaría en un diario más, pero nunca imaginé que sería un diario más entre todos los que hoy se están escribiendo: el de los días de la pandemia y la cuarentena. Me pregunto si será inevitable que esta cuarta entrega de mi diario de la dispersión deje al descubierto los anillos de circunstancias en las que se escribe, entre ellas la principal, la que dejó de ser una circunstancia personal. O tal vez no sea inevitable. Así como después de escribir el diario del dinero descubrí que siguiendo ese tema estaba siguiendo de soslayo otros asuntos, podría omitir todo lo que se refiere a calles desiertas, silencio, miedos, lectura de noticias y referencias a los análisis apocalípticos, políticos, ecologistas o espirituales de filósofos y artistas. Tal vez mi diario de la dispersión pueda armonizar en el coro de voces omitiendo las referencias directas. De todos modos, considero que es parte de este diario comenzar con estas cavilaciones porque un verdadero diario de la dispersión es también un diario del diario. 

En las entregas anteriores estuve tratando de exponer un posible método propio de quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando, y también haciendo caso omiso de las fronteras que separan aquellos asuntos que tienen puerto asegurado porque son del dominio de mis oficios –hacer una canción, escribir un cuento o este diario con su fecha fija de entrega– de los otros actos que son hijos de la dispersión liberada y que ya no se sabe si son artesanía, manualidad, decoración, entrenamiento, ejercicio, boceto, prueba o error. Todo ocurre en un ambiente de retiro en esta casa pampeana. [Julieta Venegas]
Empezó el año y no quise programar ninguna actividad comprometida con hora y lugar, salvo un par que ahora se volvieron inciertas. Hasta hace poco tenía que responderle a todo el mundo que no tenía fecha de regreso a Buenos Aires, inventar excusas ante la insistencia y las propuestas. Mi único plan era venir acá, a Santa Rosa en La Pampa, una provincia a la que en las redes sociales se empeñan en hacerle bullying diciendo que no existe, y tratar de estar el mayor tiempo posible. Tenía un par de buenos motivos: la salud me pedía reducir el estrés al máximo y tuve que preguntarme qué cosas me causaban estrés. Así tuve mi segundo motivo, saber que mi padre estaba solo en esta casa a los ochenta y ocho años y que la posibilidad de llevarlo a vivir a Buenos Aires con mi familia equivaldría a bajar su calidad de vida de la peor manera. Por eso desde diciembre vengo ensayando una vida posible, lejos de los subterráneos atestados, del ruido y todo lo que acompaña la vida en una ciudad como Buenos Aires. Se suponía que haría viajes mensuales a Buenos Aires pero ocurrió lo que ocurrió y llegué a viajar una sola vez. Quedamos mi padre y su hija acá, nuestra hija y su padre allá, así nos encontró la reclusión y por ahora parece ser una buena manera de repartirnos.Pasaron las semanas, los meses, y en el camino muchas veces pensé que este era el diario de la dispersión pero también el diario de mi salud debilitada, aunque no hiciera alusiones directas a ella, el diario de las despedidas, el diario de una mujer que responde a la obligación filial de hija única para salvarse a sí misma al mismo tiempo, el diario del amor, la maternidad y la amistad a distancia. Podría seguir cada tema sin mencionar los demás, pero explicitar parte o no explicitar nada, se volvió un dilema. También estas dudas son parte del análisis de la dispersión. Puedo decir a esta altura que mi método funciona, estoy segura, pero este experimento se me fue de las manos: ahora todas las personas del mundo lo están probando. Algunos reniegan, otros gozan, algunos se angustian y otros se sorprenden. Desplegarse no es desaparecer, no es alejarse o ser voluble sin sentido. 

Martes

Llevo seis piezas musicales hechas. Tres están sin grabar porque la ejecución se me dificulta debido a que mis uñas empezaron a resquebrajarse en sentido vertical. Primero me ponía cintas pero con el asunto de lavarse las manos a cada rato no duraban nada, después resolví pintármelas y eso las está conteniendo bastante. Creí que la causa era la falta de calcio o de algo más pero recordé que limarse con limas de metal suele provocar resquebrajamientos, y eso era lo que había estado haciendo últimamente, utilizando una lima de metal que hay en la casa.  Vivir en la casa de mis padres no es vivir en la casa que viví de chica porque nunca viví en esta casa, mis padres se fueron de Buenos Aires cuando tenía diecinueve años y gracias a un plan social de viviendas, diez años después pudieron comprar esta casa. Vine de visita muchas veces, por supuesto, pero no es lo mismo, no tengo recuerdos anteriores a los treinta en esta casa. Tampoco es la casa de mis padres porque mi mamá murió hace diez años y esta casa no es la misma sin ella. Mi mamá era una capitana con gustos muy definidos, con mucha determinación, y hay cosas que no hubiera permitido, como me imagino que hubiera ocurrido con la adquisición del metegol que está en la sala y que mi papá compró en cuotas al poco tiempo de que ella muriera. También era imprevisible, y es posible a la vez que hubiese sido ella misma la propulsora de la idea. De todos modos ella no está acá y esta casa y sus objetos, incluida la lima de metal, derivan en cajones y latas que reviso buscando algo. 

Miércoles

Las uñas están más fuertes con varias capas de esmalte rojo, retomo entonces la guitarra. Toco tres horas seguidas hasta que me duelen mucho las yemas de los dedos de la mano izquierda. Estos pocos días que pasaron sin tocar, habrán sido cinco o seis, hicieron que se desacostumbrara la piel, se ablandaron las yemas y desapareció esa dureza que borra las huellas digitales e impide el dolor. Me pongo de nuevo en contacto con las peripecias de la melodía y me encanta recuperar esta relación tan privada, recordar cómo era y cuántas posibilidades se despliegan con duración, altura y armonización, es decir simultaneidad, ambiente. Por momentos una de las piezas derivó en aires folclóricos;  cambié entonces el compás de tres cuartos, es decir tres negras por compás, a seis octavos que es un compás compuesto que asocia lo binario con lo ternario, su unidad de tiempo es la negra con puntillo, que equivale a tres corcheas.

Mientras no pude tocar la guitarra, creció la producción en el área de escritura. Encontré un texto que empecé a trabajar sometiéndolo a la prueba de entretejerle acotaciones, detalles, incluso desvíos y aumentarlo en otras direcciones, avanzando, antecediendo y engordándolo. Me interesó la forma en la que estaba escrita la semilla inicial, usando muchos tiempos verbales. Ocupaba una página, ahora tengo dieciocho. Escribo para leerlo porque me gusta mucho leerlo al día siguiente y es lamentable tal vez pero no sin vergüenza admito que me interesa mucho más que otras lecturas. 

Jueves

En el terreno de los actos inciertos creció mi interés por la invención de estantes con pedazos de madera encontrados por el jardín o en el lavadero en estado de abandono que someto a tratamientos de lijado y encerado, y la investigación de métodos de colocación que eviten la perforación de la pared. Una vez colocados sostienen pequeños objetos que podríamos llamar herramientas, accesorios o adornos, por ejemplo uno sostiene palitos del lago que esperan ser parte de alguna cosa que todavía no se me ocurrió, una navaja y un abanico.

En un nueva categoría de actividades instalé, o dispuse, debiera decir, un par de altares. Sí, me dí cuenta  al mirarlos después que eran altares; si bien no se hacen sacrificios ni se celebran rituales en estos son como la materialización de una memoria, la memoria de mi madre y la de mi abuelo paterno. Todo empezó porque mi padre tenía una foto de su padre así nomás sobre la cómoda de su habitación y quise armar un marco o un lugar donde quedara exhibida –destacada– y protegida al mismo tiempo. Empecé con eso y derivó en el acompañamiento de lo que después me dí cuenta que eran ofrendas a la memoria, después hice el de mi mamá, también sin demasiada conciencia, puse una piedra, una estampa de su fé, un florero con una flor o rama del propio jardín, una vela que encendí un rato. Antes de hacer el de mi madre pensé bastante. Pensar es quedarme mirando el techo tirada boca arriba en la cama, y no es pensar, es un silencio para tratar de escuchar o de sentir si está bien, si lo tengo que hacer o no, si quiero, si es bueno, y sobretodo es crear un espacio mental para que exista.

La mesa de trabajo que tengo en mi habitación es algo extraño, recién hoy me dí cuenta que nunca me siento a trabajar en ella, es un lugar donde se disponen los materiales y se observan, donde se mueven como piezas de un tablero, se tapan, se descubren, se combinan, se apilan. Como en la pampa hay mucha arena y en apenas dos días de quietud una fina capa lo cubre todo, no queda otra que mover las cosas seguido. Hoy saqué todo de la mesa de trabajo y lo volví a dejar reposar con otro orden. El trabajo entendido convencionalmente ocurre en otra mesa, en la que estoy ahora donde están los libros de los que saco textos para el índice, la computadora, los cuadernos de música, las telas e hilos y algunos de los collages que se multiplicaron. Hay muchos collages empezados, renuncié a trabajar con deshechos y periferias abordando el uso de papeles nuevos, de los más lindos y vistosos, pero todos están por ahora en fase uno o dos, reposan.

Viernes

Estoy cansada y por momentos no tengo ganas de hacer nada. Respeto eso también, y justo leo que una amiga dice, con otras palabras, que se resiste al mandato de trabajar y producir contra viento y marea en estos días. Yo no siento ningún mandato la verdad, de todas maneras puede resultar que se encienda una pequeña alarma de “falta de deseo a la vista” como nos pasa a quienes solemos tender a estar haciendo cosas todo el tiempo. Es que tener ganas de algo es disfrute asegurado, es simple y claro: tengo ganas, voy y lo hago (que incluye intentos fallidos y desvíos) me canso, luego: me siento satisfecha. Trato de no desanimarme, ahora que el mundo entero está en la misma que yo. Tengo que admitir que sentí, al comienzo sobretodo, algo parecido a los celos ¿no era yo la que estaba recluida, la que hacía cosas en su casa, la que agradecía el pequeño jardín y lo vivía como un contacto suficiente con el exterior y la naturaleza? ¿No era yo la que con las defensas bajas estaba expuesta y por eso me fui de la gran ciudad hasta nuevo aviso, si es que mis glóbulos y plaquetas se deciden a aumentar algún día?¿no era yo la que describía sus actividades puertas adentro, la que gozaba de los privilegios de “El tiempo todo entero”, como la obra de teatro de Romina Paula? ¿No era yo la que actuaba por necesidad y urgencia? De pronto soy una más. A los pocos días de sentir cierta perplejidad mi perspectiva mutó. El cambio inesperado de las circunstancias generales, justo cuando el círculo de las propias sabía que no iba a cambiar, me colocó en otro lugar. Perdí el ser especial, la diferencia, pero gané algo que todavía no puedo definir, ¿perdí gravedad?

Sábado 

Todos los días vemos una o dos películas con mi padre, suelen ser históricas, westerns, policiales o musicales. Cada tanto un estreno o algo inclasificable. Se promedian los gustos de ambos pero yo dejo que la balanza se incline de su lado. Sus favoritos son los musicales pero yo prefiero los westerns, explorar tanto un género lo vuelve universal. Los conflictos se repiten y ya no importa si son ganaderos versus agricultores, pistoleros que quieren dejar su pasado atrás, forasteros maltratados, poderosos que se creen dueños de tierras y gentes y gobiernan con el miedo, un rosario de abusos de poder y conflictos raciales. Los escenarios se repiten también: el paisaje desértico y polvoroso o las montañas y los lagos, la chacra más o menos grande, el pueblo con su hotel, salón, cárcel, iglesia y tienda. Pero siempre, tarde o temprano, emerge el asunto que en casi todo el género está presente: la administración de la justicia. ¿Cómo se arreglan los conflictos? ¿A los tiros o con un juicio donde se presentan cargos y pruebas? La tendencia al linchamiento parece latir en cada pueblo y la mayoría de las veces la turba se equivoca y carga contra inocentes, o los culpables tienen que ser protegidos para que no los maten sin juicio; opuesto a esto puede que se instale la cobardía de no hacer nada y un pueblo entero baja la cabeza y se deja dominar por maleantes o terratenientes abusivos. Otra variante es cuando la administración legal de la justicia no alcanza porque está manejada por el poder económico, discrimina o no contempla todos los casos todavía. No alcanza la vía legal para Luis Chama, un personaje inspirado en Reies Tijerina, quien irrumpió en un juzgado de Tierra Amarilla, Nuevo México, en junio de 1967. En Joe Kidd, la película, se ve a los dueños originarios de las tierras cansarse de ir a reclamar año tras año al juzgado hasta que se hartan y toman el camino de la fuerza. Lo mismo ocurre en La puerta del diablo, donde  Robert Taylor interpreta a un indio, (sí, Robert Taylor muy bronceado) que después de haber peleado en la Guerra de Secesión en el bando nordista, vuelve con su familia y haciendo fructificar las ricas tierras que habita su gente desde el comienzo de los tiempos,  prospera económicamente. Esto genera rencor y odio en los pobladores blancos, no soportan que un indio se vuelva rico y explote ese valle. Problemas con el asunto de las escrituras, una abogada que intenta ayudarlos, otros indios de su misma tribu muriendo en la miseria de reservas estériles y la inminente pérdida de las tierras fértiles lo obligan a luchar, esta vez contra las injusticias hacia su gente –otra vez el camino debe ser violento porque violenta es la afrenta–. Por supuesto todas estas historias en algún momento muestran el sello de un Hollywood que según las décadas, sus gobiernos, productores y en menor medida los directores, se somete a exigencias de algún tipo. Este sello puede aparecer, por mencionar uno que es claramente estético-político, en la presencia de la música en determinada escena, que subraya un aspecto o entrega un subtexto aleccionador o explicativo y trabaja para una épica nacional. En My dear Clementine, de John Ford, encontramos un ejemplo al comparar el primer corte de Ford con el que se estrenó y fue responsabilidad del productor Darryl Zanuck. En una de las escenas de la llegada de la diligencia al pueblo, que tenía sonido ambiente y solo el toque del triángulo con las que las mucamas del hotel solían anunciarla, Zanuck agrega una música simpática y andante que parece decir que la vida en los pueblos del lejano oeste pese a su dureza es graciosa y llevadera. O incluso algo que escapa a mi registro pero que debe hacer eco en el imaginario sensible del pasado estadounidense. Este tono impregna a mi criterio hasta la actuación de Henry Fonda y su interpretación del comisario Wyatt Earp, ablandando un poco al personaje ya que, acto seguido, de la diligencia baja un jugador tramposo al que le dice que desayune y siga viaje sin quedarse en el pueblo. Este ablande del personaje no es ni siquiera necesario dentro del relato enaltecedor de Earp, porque la actitud de Fonda de no abandonar su posición con la silla tirada hacia atrás y un pie apoyado en el tirante del alero le dan el suficiente  aplomo con el que construye a ese representante del orden y su manera de ejercer la autoridad. Solo con el sonido ambiente y el toque del metal golpeado por las mucamas la escena lograba instalarnos más en ella que con ese agregado musical externo.

Domingo

Estoy saliendo cada vez menos al jardín, los días de lluvia y calor favorecen la proliferación de los mosquitos y su voracidad en aumento ignora tabletas y repelentes. Son muy silbadores y molestan además de picar. Me comunico con Fabio y Nina un poco más seguido ultimamente pero esa comunicación consiste más que nada en tráfico de fotos y figuritas y links a notas periodísticas con algunas recomendaciones. Hablamos ese lenguaje y me siento cómoda así. Los días se me hacen muy cortos. Hoy no toqué la guitarra ni escribí nada más que este diario. A veces pruebo de tararear encima de alguna canción de jazz que escuchamos al mediodía mientras almorzamos. Y entonces escucho mi voz y compruebo que está ahí.




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