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Festival Nacional Santa Rosa 2021

Viernes 18 - 17 hs. (ARG)

LECTURA. Rosario Bléfari en Santa Rosa

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Santa roseña por adopción, la escritora, compositora y cantante Rosario Bléfari escribió una serie de notas preciosas sobre su relación con la ciudad pampeana. La Agenda las fue publicando de a poco, desde 2019 hasta el momento de su muerte. Para este Filba Nacional, hicimos una selección de algunas de esas notas y entradas de diario, para volver a ponerlas en circulación, y volver a respirar por un ratito la frescura de la escritura y de las ideas de la gran Rosario.

TERCERA ENTREGA 

La dispersión demorada
Es increíble cómo la dispersión necesita también de un grado de motivación importante, de tranquilidad, de sentirse bien.

Lunes


En la habitación donde duermo y está la mesa de trabajo –que no es de trabajo sino de observación, como me di cuenta el mes pasado– empezó a hacer mucho frío; mucho es exagerado, frío nomás, un frío acorde al otoño. Es como si una corriente fina y gélida bajara desde el techo, no llego a identificar si hay alguna rendija o qué. No sirve de nada la estufa que por otra parte resulta demasiado para la época. Duermo con la cabeza envuelta, lo intenté con un gorro de lana, pero funciona mejor un pedazo de tejido que pertenecía a la manta que mi mamá hizo para cuando nací. Es un pedazo que se guardaba como recuerdo. Le tejí un borde de crochet, apenas una vuelta alrededor para que no se desarme, y me la pongo tipo mantilla de dama antigua, así es como me protege, porque ese vientito misterioso me hace doler los oídos.Desde el invierno pasado que quería poner una carpa sobre la cama. Incluso vi fotos de módulos de tela muy sofisticados hechos para eso. Todo procede de la vieja idea del baldaquino o dosel de cama, algo que debe haber sido muy útil en las frías habitaciones de castillos y palacios, además de proveer intimidad y proteger de mosquitos y otros bichos (aunque mi mamá diría que esas telas estaban llenas de chinches y polillas). 

Y sí, cuando pienso en una estructura de la cual colgar unas telas que frenen las corrientes de aire, la carpa es la solución rápida. Acá tengo una carpa chica, de las medidas apropiadas para armar arriba de una cama de dos plazas. Me decidí y la armé. La puse sobre el colchón desnudo y toda la ropa de cama la acomodé adentro. El único inconveniente es que no tengo luz para leer pero si resulta todo bien esta noche, estoy calentita y cómoda, veré de idear algún sistema de iluminación. La puerta de la carpa apunta al televisor, así que si quiero puedo mirar algo acostada, antes de dormir, ya que leer por ahora no, salvo que lo haga en el celular pero suele desvelarme.

Martes
La operación carpa fue un éxito pero a la hora de la bajada del frío me desperté y tuve que acomodarme la mantilla en la cabeza, sentía el viento ese, y al mirar las paredes de la carpa ví que se movían, era algo sutil pero lo notaba al quedarme inmóvil. Ya empezaba a clarear, prendí la estufa y me envolví bien para dormir un rato más. La carpa funciona. Me desperté cerca de las diez con mucho hambre y sed. Estoy haciéndome un mate cocido con yerba en la cafetera eléctrica, llena hasta arriba de agua y con mucha yerba, tengo tremendos deseos de mate cocido con leche y pan con manteca. No uso más filtros porque se acabaron y estoy harta de las excursiones o pedidos por teléfono, uso servilletas de papel y van bien. 

Ya tengo seis piezas de guitarra terminadas pero no las grabé todas, y tengo algunas ideas más para desarrollar, al menos cinco ideas, ideas le digo a comienzos, tal vez después sean una parte de algo que no sea necesariamente el comienzo pero son unos compases, apenas unos compases. Por momentos me pongo a improvisar y juego a la guitarra contemporánea, pero es como un simulacro, no llego a hacerlo en serio, no puedo. Vi a Romero, el hijo adolescente de mi amiga Cecilia, tocar algo compuesto por él en ese estilo, lo hace muy bien, con cierta picardía, eso fue lo que me empujó a ver si podía hacer algo así, pero también se complica la anotación, ya todo lo que escribo en tercera posición, o sea cerca de la boca de la guitarra, es un lío anotarlo, hay que poner en qué cuerda, en qué traste, además de la nota. No tengo que perder la idea de simpleza, de hacer melodías buenas con una anotación fácil para que fluya la lectura. Qué instrumento endiablado la guitarra, ¿por qué no habré estudiado piano? ¿por qué no tengo un piano? ¿por qué me metí en esto? ¿a quién le puede servir o importar?

Un amigo me propuso pasarme películas que va a buscar a partir de una lista que hizo mi papá. Las sube a un drive y de ahí las bajo, ese es el plan. Ya encontró como diez. Lucho para poder bajarlas porque internet está inestable y se cortan y tengo que empezar de nuevo, y todo esto recién cuando me doy cuenta de cuál es el problema. Pierdo mucho tiempo tratando de descubrirlo, bajando una y otra vez los mismos títulos. Una se baja bien y entonces podemos verla. Es una comedia de 1932, No man on her own, con Clark Gable y Carole Lombard. Estoy muy cansada y por momentos me duermo, estas comedias románticas aunque livianas exigen atención constante porque hablan mucho, y aunque la trama es simple suele haber un doble juego, siempre están apremiados por conseguir dinero, es el cine de los primeros años de la depresión económica. Ironías, maniobras para prosperar como sea, engaños, hipocresías varias, individualismo y frivolidad, en especial en este caso donde se engaña a caballeros adinerados en mesas de póker. Uno de los personajes femeninos se cuelga del cuello de Babe, el personaje de Clark, y le suplica amor, él la aparta y le dice “¿sabés qué es lo que me molesta? Que las mujeres no se puedan reír cuando se termina”. Eso sí, tanto hombres como mujeres están vestidos de maravilla y cuando miro de reojo la foto de Mona Maris con Gardel en Cuesta abajo que está a un costado de nuestra pantalla, veo los mismos peinados, la misma ropa, melenitas y engominados brillantes, el nudo de la corbata muy finito, el raso de seda de los vestidos largos. Aunque en esa película él es el desdichado, humillado por el personaje que interpreta Mona Maris. La foto está por la devoción a Gardel y porque mi padre conoció a Mona Maris en persona. Solía ir a visitarla a su departamento del Bariloche Center donde vivía sola. Mi papá trabajaba en el hotel y pasaba a ver cómo estaba, ella le convidaba un café –dice él que delicioso– y le contaba historias. De sus manos me llegó para un cumpleaños el disco de Roberto Lara de guitarra española contemporánea que tenía ese lado B experimental con sonidos de cuerdas raspadas y golpes en la caja.

Miércoles
Anoche puse sobre la carpa un acolchado liviano pero muy abrigado aunque temía que los parlantes de la carpa no aguantaran pero lo hicieron y pasé una noche en la que pude dormir de corrido. No prendí la tele ni miré el celular, tampoco leí porque no hice nada para instalar una luz adentro. No pude tocar la guitarra en todo el día porque las uñas están muy débiles, muy resquebrajadas y me duelen los dedos. Al fin avanza con ritmo parejo la lectura de Una excursión a los indios ranqueles, y gracias a algunos detalles que proporciona Mansilla y otras lecturas de enciclopedia, pudimos determinar que mi abuela María Ocampo era ranquel. Siempre había tenido la duda y en mi familia no tenía nadie el dato preciso salvo los relatos que siempre circularon sobre su pasado. En los apellidos no se puede confiar porque tenía un apellido que eligió quien registró su nacimiento. Mi tío contaba una escena en la que había dos voces y un escribiente y que dijeron ponele Tal o Campo y que quedó Ocampo. Así es como se llamaba María Ocampo. No es el caso de los Epumer que mantuvieron su apellido generación tras generación. De todas maneras, sus rasgos, que ahora vuelvo a mirar en las fotos familiares, no deja lugar a dudas de su origen. No era lo mismo heredar apellido de cacique que ser hija de una mujer india y de un hombre del que solo sabemos que formó parte, no sé en qué grado de formalidad, de la conquista del desierto. Tampoco sabemos cómo fue “desposada”, ¿habrá sido un arrebato, un trato, una herencia, un secuestro? Lo poco que sabemos, y es como un mito familiar, es que tenía quince años cuando la tomó ese hombre blanco, que era muy rebelde y le costó mucho, no sé qué palabra usar pero usaré quebrarla.María Ocampo, nació  criolla en 1896. Se casó dos veces y las dos veces enviudó. El primer hombre, con el que tuvo dos hijas, se ahogó cruzando con el ganado el Río Salado. Mencionaba ella la isla Chalileu y la creciente repentina que se llevó hombre y vacas. El segundo y último de sus maridos fue mi abuelo, Federico Rodríguez, hijo de inmigrantes españoles, hombre de campo que tocaba la guitarra y dibujaba.  Mi abuela mantenía y ponía en práctica muchos conocimientos de su cultura materna: cuestiones medicinales, textiles, veterinarias, incluso el idioma. Y esto no era ningún mito, sabía hacer de todo. Mi mamá recordaba que a veces iban a visitar a su hermano que vivía más al oeste de Loan Toro, y que se quedaban hablando en “su lengua” hasta el atardecer. Dice mi mamá que hablaban mucho y que se reían, y era de las pocas veces que veía reír a su madre. 

Pero nadie me supo responder nunca cuál era el pueblo originario del que mi abuela María conservaba tantos conocimientos y del que yo también tengo genes. Hoy puedo decir que la hipótesis ranquel es fuerte, en los años en que aquella niña indomable pudo haber concebido a mi abuela vivían muy cerca de Leuvucó, capital ranquel según Mansilla quien describe el lugar unos veinte años antes del nacimiento de María. Me falta ahora explorar con más detenimiento a la abuela de mi abuela paterna, Mamá Gaba, la que trabajaba para Manuelita en una de las estancias de Rosas y que después de la batalla de Caseros en 1852 quedó a la deriva junto a otros pobladores originarios que vivían en sus dominios y se desbandaron por Santa Fé pasando en un momento por el convento de San Lorenzo donde los frailes les dieron de tomar chocolate caliente. Ese es el mito familiar paterno al menos, también construido en base a relatos de mi abuela, especulaciones de un tío que consultó a un historiador de la provincia, y que tiene asidero u origen en acontecimientos históricos que coinciden y que tal vez pueda rastrear mejor. 

Por qué no se supo más en mi familia de nuestros antepasados es bien claro. Algo fue omitido porque debía ser omitido. Por un lado mi abuela se reservaba la información como un tesoro. Dice Mansilla que los indios de aquél entonces decían tengo una laguna que nadie conoce, tengo un camino más corto, tengo una hierba que cura ese mal, y que a diferencia de los blancos que flamean sus conocimientos a los cuatro vientos para darse importancia, los indios lo consideraban un valor que se reservaban con celo. Obvio que eso harían con él y su gente. Pero algo de esa descripción coincide con lo que mi mamá me contaba, ¿por qué la abuela no le enseñó, no le traspasó esa cultura que tenía tan viva, que estaba ahí, todavía al alcance de la mano? Enséñeme mamita, le decía. No m´hija, cuando usté sea grande no va a necesitar saber esto. Pienso varias cosas con respecto a esto, pero una de las razones que adivino y la que más me duele es que en ese momento nadie valoraba esos saberes, no solo no se valoraban sino que eran despreciados. La exterminación que reverberaba interminable en el aplastamiento cultural. Tal vez mi abuela quería preservar a su hija de la discriminación, la burla o el insulto por saber “cosas de salvajes”.

Jueves

Llama mi primo para decirme que su hija Andrea lo llamó para preguntarle por nuestra abuela María. La pregunta es a qué pueblo pertenecía. Orgullosa puedo explicarle la hipótesis ranquelina, con lujo de detalles y me asombra la coincidencia de su inquietud con la mía. 

Andrea misma llama más tarde. Como trabaja en epidemiología, le dije que pensé mucho en ella en estos tiempos, me dice que desde enero no para, que en medio de lo terrible de todo es apasionante ver que la historia de la epidemiología que estudió, hoy está escribiendo un capítulo nuevo y ella es parte de eso.

Estoy como paralizada en los quehaceres artísticos. Trato de organizar materiales. Todas las semillas de cuentos las subo al drive y les pongo un nombre a cada una. Los comienzos de cuentos que por momentos se me ocurren y me parecen promisorios, mientras no estoy escribiendo, me los olvido cuando me siento a escribir. Hago esfuerzos tremendos por volver a esa imagen, a ese tono, a ese no sé qué que parecía un comienzo al menos impulsor. Y es como un sueño, son unos retazos que desaparecen deshilachándose: algo de un sacerdote, algo de un auto, algo de una maldad: no son argumentos lo que pierdo y creí haber encontrado, es un tono donde algo se empezaba a enunciar y se volvía interesante por la escritura misma.

Mis papeles están abandonados, no corto ni pego ninguno. De vez en cuando una vuelta al tejido de la gran manta pero me da la impresión que sus colores no son los que yo quería. A veces me veo cosiendo telas, haciendo collage de telas, vestidos que ya no voy a usar si empieza el frío, pero tampoco tengo fuerzas para desplegar la acción. Tengo mucho que escuchar, leer y ver, si es que ya no puedo hacer, pero me falta energía para consumir cosas. Por momentos tengo el impulso loco de poner en el buscador de google cosas que no están seguramente en ninguna parte, cosas de mi vida, me había pasado cuando recién comenzó la era de internet y conocí Youtube, sentía el impulso de poner cosas como infancia en el Llao Llao o Mar del Plata, nochebuena de 1965, y verme bebé o tirándome en un trineo.

Escucho bossa nova y me abismo. La hora de la siesta en la que escuchábamos esos discos, los novios adolescentes, la bandeja girando, la luz suave entrando por las cortinas naranjas, nuestro momento de paz. Tengo que salir de este estado, es preciso que me desmelancolice. No quiero mirar más las bicicletas con las ruedas desinfladas, y saber que nunca más voy a usarlas porque ya no puedo andar, yo que me imaginaba viejita en bicicleta. Para distraerme miro la libreta de canciones que tenía mi papá en el colegio salesiano cuando era chico, tiene canciones de todo tipo y me sorprendo mucho con un corrido mexicano que exalta la revolución. Tiene además algunos dibujos hechos por él. En la primera hoja, a modo de carátula, hay un Pato Donald dibujado con lápices de colores y dice ¡A cantar! Y arriba de todo, con su letra perfecta: Tristeza y melancolía fuera de la casa mía.
Viernes

Me pongo a limpiar la mesa de observación que ya ni siquiera estaría sirviendo para eso. Apilo todos los papeles. Algunas amigas y amigos me proponen cosas para hacer pero me cuesta mucho, grabar lecturas, actuar, cosas así. Digo que sí pero sé que voy a tener que esperar hasta pasar a otro estado. Una amiga, Daniela Rodi, me espera en un lugar de estudios médicos adonde voy a hacer una consulta, estamos las dos con tapabocas, ella tiene uno muy primoroso que se fabricó. Salimos y manteniendo la distancia caminamos por el centro, solo se ve gente haciendo cola para pagar. Un señor es invitado a retirarse de la plaza donde parece haber parado a hacer un alto en el camino. Compro café carísimo y amarettis que resultan estar húmedos. Alcanzamos a hablar un poco, hay sol, nos reímos. Mientras la escucho miro la universidad detrás de ella, cerrada, ¿te acordás todo lo que corrimos esa tarde para inscribirme en Letras? Y quise convencerla en ese momento que ella también se anotara y que hiciéramos cosas, acciones, lecturas, que fuéramos intensas y un poco alborotadoras de las Letras serias, y las mejores alumnas, ella no parecía muy entusiasmada, y yo era en realidad solo un amague de entusiasmo porque lo cierto es que flotaba no se qué, una incredulidad de parte de ambas, yo creía que eran nuestras circunstancias particulares pero hay cosas que una sabe antes de saberlas.

Sábado

Estoy descontrolada, así dice mi papá de sí mismo cuando confunde una fecha o lugar, creo que es viernes y me levanto muy temprano para hacer unos llamados a lugares donde no hay nadie porque es sábado. Mi papá hace un flan. Antes de almorzar me sorprende al contarme una historia de la que me había olvidado o que nunca me contó, no es algo demasiado trascendente pero su novedad me alegra un poco.

Me puse a estudiar, es lo mejor que puedo hacer para retomar mi dispersión, creo. Leo a Horacio Quiroga y a Liliana Colanzi. Suena el teléfono y es un amigo, tengo ganas de hablar con él pero no ahora que estoy escribiendo, atiendo igual y no contesta, se escucha como si estuviera adentro de su bolsillo, se ve que se apretó solo mi contacto. Hace mucho que no hablo con amigos, prefiero lo diferido, audios o mensajes escritos. Con uno de ellos nos mandamos mails largos, pero cada quince días más o menos, antes era cada semana y se fue estirando. No me gusta tener el teléfono en la mano y escuchar mi voz en directo. Es la hora de la siesta y a alguien se le ocurre que es un buen momento para ponerse a martillar una chapa, sí. Es increíble cómo la dispersión necesita también de un grado de motivación importante, de tranquilidad, de sentirse bien. Ese estado de flotación que se requiere, ese dejarse llevar para poder tomar y dejar, retomar y continuar.

Otro llamado, es mi hija, dejo todo y me voy a la carpa, hablamos de mil cosas, le cuento, me cuenta, pensamos, caemos en algún tema recurrente, nos reímos un poco, me siento mejor, me pide que le mande los cuentos para leerlos, quiere decir que se acordó de que el otro día se los mencioné y le prometí mandarle el primero que terminara. Tengo ahora una buena razón.

Otra buena razón es que leí un cuento muy bueno de Susana Pampín, el relato se ubica en una época imprecisa del futuro, tiene algo de ciencia ficción o de distopía, tiene humor, lo encontró ordenando cosas en la compu, ella no le da importancia. No creo que vaya a hacer nada para que otros lean el cuento que le salió tan bueno. ¿Es demasiado exigente, demasiado humilde o le da demasiada importancia? No le digo nada, ya nos conocemos, sabe lo que pienso y yo sé lo que piensa. Me freno para no decirle por qué no escribís más de estos, qué bien se te da este género, y cosas así, la motivadora pesada que ya nadie quiere escuchar. Siento que aunque no se las diga, todas estas cosas las debe escuchar igual y si no las escucha se enterará por acá, si lee esto. 

Domingo[Julieta Venegas]
El capítulo XXI de Excursión… se refiere al arte de la conversación y a cómo los ranqueles en cierto tipo de intercambio de palabras convertían una razón en dos, en cuatro o más razones al “dar vuelta la frase por activa y por pasiva, poner lo de atrás adelante, lo del medio al principio, o al fin; en dos palabras, dar vuelta la frase de todos lados”, dice Mansilla. Un recurso muy utilizado en la canción a mi criterio, reconozco haberlo usado en algunas que hice. También se refiere a la importancia que tiene el tono en cada tipo de conversación, la melodía, el volumen y el alargue exagerado de la última vocal pronunciada para dar a entender que allí se termina la intervención o réplica. Según él, esto le da al interlocutor la señal y el tiempo necesario para prepararse para contestar. Y agrega: “Hay oradores que se distinguen por su facundia; otros por su facilidad en dar vuelta una razón: éstos, por la igualdad cronométrica de su dicción, aquéllos por la entonación cadenciosa; la generalidad por el poder de sus pulmones para sostener, lo mismo que si fuera una nota de música, la sílaba que remata el discurso”.Abro las semillas de los cuentos y a cada uno le agrego un párrafo, aunque me cuesta, aunque remo contra la corriente. Cuando alguno levante vuelo, adquiera identidad, me voy a dedicar a ese solo hasta terminarlo. Pienso que a lo mejor se transforman todas las semillas en un solo cuento, con un par de ajustes de tiempos verbales y de narrador. De lo que estoy segura, y acá lo prometo, es de que no los voy a abandonar. Tal vez recién ahora se esté terminando el siglo veinte y por eso me cuesta tanto –hace rato– encontrar la voz, la voz de las canciones, la voz de la narración (salvo el texto que usa todos los verbos posibles, pero por momentos me desmorona sospechar que es un burdo intento). Todo me parece anterior, referido a una época que ya no existe y que además se refiere a ella de una manera que ya no alcanza o está como vencida. Guardé algunos teóricos de Morfología y sintaxis. La lengua como un misterio de melodías, respiraciones y ritmo. Si puedo de verdad ser consciente otra vez de eso, tengo que poder recordar que no se agota y que todavía podemos empujar sus bordes para ir por más: ojalá pudiera, con las mismas piezas que tengo, fabricar un vehículo eficaz.

Gracias a La Agenda por habilitarnos la publicación de estos texts en nuestra web.

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